viernes, 5 de octubre de 2012

Pícaros por los siglos de los siglos

                                      CRÍTICA DE EL BUSCÓN DE QUEVEDO

Francisco de Quevedo aplaude, señores. No he tenido una sesión de espiritismo pero hay algo dentro de mí que cree en el más allá y si su espíritu se ha pasado esta noche por el Teatro Lope de Vega de Sevilla, seguro que está orgulloso de la versión que de su novela picaresca Historia de la vida del Buscón llamado Don Pablos ha hecho la Compañía Teatro Clásico de Sevilla.

La mano maestra de Alfonso Zurro ha desentrañado los pasajes más significativos de la novela y, además ha desarrollado una dramaturgia en donde los saltos temporales, del siglo XVII al siglo XXI, se convierten en uno de los grandes atractivos de la propuesta. Para las acciones ambientadas en la actualidad se han escogido situaciones totalmente reconocibles, donde uno se da cuenta de que, a pesar de hacer casi cuatrocientos años de su publicación, lo que proponía Quevedo en El Buscón no ha perdido vigencia en absoluto. La obra confirma y reafirma que España sigue siendo un país de pícaros con todas sus letras, únicamente se han variado las maneras de ejercer esa picardía y eso lo refleja esta propuesta teatral claramente, sin concesiones como también lo mostró esa perla de nuestro cine que es Los Tramposos (Padro Lazaga, 1959)
                                                                               Luis Castilla
 Para poner en pie esa modernidad de El Buscón, Zurro se ha servido de siete actores colosales, donde Pablo Gómez-Pando da un recital interpretativo en el papel del pícaro protagonista, dando a entender que mucha gente de hoy en día tiene un Don Pablos en su interior. La manera en que se cambia de vestimenta es de una rapidez pasmosa, la mayoría de las veces ante la mirada del público,con la capacidad de mudar de piel al instante, como el resto de sus compañeros en escena: Mª Paz Sayago, Paqui Montoya, Juan Motilla, Antonio Campos, Manuel Monteagudo y Manuel Rodríguez están tocados, como Gómez-Pando, por una varita, demostrando una cantidad de registros y una capacidad para dar vida a casi sesenta personajes que hay que verlo para deleitarse en ello.

Con una puesta en escena ingeniosa y una música envolvente, la propuesta de Alfonso Zurro atrapa al espectador con una parte final resuelta de manera muy original, indicando que los pícaros se encuentran en todos lados, independientemente de la profesión que tengan o la clase social a la que pertenezcan.

Alfonso Zurro ha conseguido una joya teatral donde el espectador se divierte y reconoce lo que ve en el escenario, aplaudiendo y confirmando que Quevedo lo que hizo en El Buscón cuando se publicó en 1626, fue retratar a un país que en esencia no ha cambiado mucho.

1 comentario:

  1. ¡Fantástico artículo! Cada día escribes mejor, don Alejandro.

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