jueves, 10 de enero de 2013

La belleza de lo sobrenatural

                                          CRÍTICA DE DANZA: GISELLE

El Romanticismo fue una época histórica y artística especial. La vida se daba la mano con la muerte constantemente y los elementos sobrenaturales abundaban en todas las manifestaciones artísticas. En el terreno de la danza clásica Giselle es un título muy significativo y representativo de las constantes románticas

El Ballet Nacional de Letonia ha venido por primera vez al Teatro de La Maestranza de Sevilla para que el público hispalense disfrute de Giselle. Porque eso será lo que haga quien vaya a ver Giselle hasta el sábado 12 de enero: Disfrutar de una historia de amor más allá de la muerte hermosamente escenificada gracias a la labor de todos los integrantes de esta nonagenaria Compañía.
Giselle y el Conde Albrecht                 Guillermo Mendo
Respetando la coreografía de Petipa, Perrot y Coralli, el director Aivars Leimanis ofrece momentos memorables para todo amante de la danza clásica, donde la pareja formada por Elza Leimane-Martinova y Raimonds Martinovs muestra una compenetración absoluta en el escenario.

Por otro lado, uno de los atractivos de Giselle, que se ha mantenido prácticamente desde que la compusieran Théophile Gautier y Vernoy de Saint-Georges (autores del libreto) junto con Adolphe Adam (autor de la música) en la primera mitad del siglo XIX (se estrenó en 1841) es el contraste entre los dos actos de este ballet.

Para empezar, en el primero hay una combinación espectacular de colores tanto en el decorado como en el vestuario para escenificar la alegría campestre y la ilusión inicial de Giselle al conocer al Conde Albrecht
Momento alegre del primer acto         Guillermo Mendo
En contraposición, el segundo acto, donde se muestran todas las constantes románticas anteriormente mencionadas, tiene un tono más oscuro en lo que a decorado se refiere y una uniformidad en el vestuario de las bailarinas que representan los espíritus femeninos, todas de blanco. En este sentido hay que alabar la impresionante labor realizada por Inara Gauja y Karlis Kaupuzs para conseguir reproducir dos actos tan distintos entre sí. Todo complementado con la música de Adam que hizo sonar de manera impoluta la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, en esta ocasión dirigida por Farhads Stade.

En Giselle, el segundo acto demuestra que un escenario en un principio tenebroso puede convertirse en un lugar donde el amor traspasa todas las fronteras, y el espectador disfruta de la hermosura de las coreografías, algo más vertiginosas y arriesgadas que en el primer acto. 

El acto de amor que lleva a cabo Giselle en el tramo final de la historia es el colofón a un ballet que, por mucho que pase el tiempo, seguirá maravillando por la historia que cuenta y las coreografías que en él se realizan, como muestra de manera brillante el Ballet Nacional de Letonia 

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