viernes, 15 de febrero de 2013

Dramas de la frivolidad

                     CRÍTICA TEATRAL: ORQUESTA DE SEÑORITAS

Detrás del mundo del espectáculo, con toda esa diversión llena de luces y colores que los artistas ofrecen al público, hay personas con una vida llena de alegrías y sinsabores, como le ocurre a todo el mundo.

Este es uno de los aspectos que se resaltan en Orquesta de señoritas, la obra de Jean Anouilh estrenada hace cincuenta años que Juan Carlos Pérez de la Fuente ha montado adoptando la sugerencia que un director argentino le hizo al autor francés pocos años después de su estreno en París: que el reparto estuviese compuesto por actores interpretando a mujeres en lugar de actrices, una propuesta que estuvo triunfando durante veinte años en el país del tango y que se vio en España a finales de los años 70.

Éste es uno de los puntos más llamativos del montaje que puede verse en el Teatro Lope de Vega de Sevilla hasta el domingo. Los actores están tan metidos en sus personajes que el público se olvida a los pocos minutos que son hombres los que están en el escenario. Todos y cada uno de los actores componen sus personajes con gran rigurosidad y seriedad, de ahí la credibilidad que se respira desde el patio de butacas y donde la aparente frivolidad da paso al drama humano.
Un momento de la función
Juan Ribó, Víctor Ullate Roche, Juan Carlos Naya, Emilio Gavira, Angel Burgos y Zorión Eguileor componen a ese grupo de señoritas, donde el interés por sus vidas, con problemas amorosos o cotidianos, trasciende a todo lo demás, incluso al espectáculo que ofrecen al público, lleno de canciones sabiamente elegidas para mostrar una época, los años 40 en España, donde la gente iba a locales como El Balcón de España y de Portugal de la función para evadirse de los problemas por unas horas y donde el espectáculo tenía que continuar a pesar de todo lo que sucediera detrás del escenario.

A este grupo de actores hay que añadir a Francisco Rojas que interpreta al único personaje masculino, el pianista que acompaña a la Orquesta que, además, es otra de las sorpresas de la obra gracias a un inesperado monólogo que hace a sus compañeras verlo con otros ojos. 

El montaje se beneficia de una escenografía novedosa y efectiva, a cargo del propio Pérez de la Fuente, a base de botellas de plástico dispuestas con exactitud e iluminadas a la perfección por José Manuel Guerra. Por otro lado, el vestuario que ha realizado Alejandro Andújar basándose en los figurines de Alvaro Retana es un justo homenaje a este último porque el resultado sobre el escenario es de una calidad indudable: Plumas, mantillas, grandes sombreros y vestidos de llamativos colores son el complemento ideal para terminar de trasladar al espectador a aquella España de hace setenta años.

La adaptación que hace Pérez de la Fuente del texto de Jean Anouilh es muy destacable, cambiando acertadamente el contexto geográfico, lo cual acerca más la obra a los espectadores ya que el hacer sonar temas como La chica del 17 o Suspiros de España nos traslada a aquellos convulsos tiempos revueltos donde éstas y otras canciones traen recuerdos inevitables, al menos al autor de estas líneas, de la España que vivieron nuestros abuelos y que Juan Carlos Pérez de la Fuente junto con un equipo sobresaliente, ha recuperado para el deleite del espectador del siglo XXI.  

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