domingo, 2 de marzo de 2014

José Pedro Carrión y Juan Gea: Dos amigos con el teatro por bandera

Me cito en el camerino con dos actores que además son amigos. José Pedro Carrión y Juan Gea se conocieron a comienzos de los ochenta cuando coincidieron en el montaje de Seis personajes en busca de autor que dirigió el añorado Miguel Narros. Desde entonces han coincidido varias veces en el escenario y les ha unido una sólida amistad y complicidad que hace que el hecho de coincidir de nuevo sobre un escenario sea un motivo de alegría para ellos.

Con unas carreras consolidadísimas y reconocidas por crítica y público, vuelven a trabajar juntos, esta vez en Hécuba de Eurípides, uno de los montajes de la temporada donde, interpretando a Ulises y Agamenón respectivamente, coinciden con Concha Velasco en un montaje para el recuerdo dirigido por el maestro de la escena José Carlos Plaza. Trabajos en común en el teatro, reflexiones sobre la situación del mismo, una popular serie en la que ambos trabajaron o el recuerdo de Miguel Narros  fueron algunos de los temas de los que hablaron estos dos enormes tesoros culturales para El Rinconcillo de Reche. Lean y disfruten.

(Fotos de La última luna menguante, El sueño de una noche de verano y Amar es para siempre cedidas por José Pedro Carrión) 
Un servidor con Juan Gea y José Pedro Carrión tras la entrevista. Alejandro Reche

Pregunta: ¿Cómo les llega la propuesta para participar en Hécuba?

José Pedro Carrión: Yo llevaba veinte años sin trabajar con José Carlos Plaza. Me dijo que íbamos a estar en un proyecto, el cual yo no sabía cuál era. Estábamos haciendo El Diccionario y en uno de los últimos ensayos me lo dijo. Me alegró mucho, luego resulta que es un texto clásico de Eurípides, con lo cual ya eran dos buenísimas razones y cuando me dijo que iban a estar Concha Velasco y Juan Gea...Mi sueño era trabajar con Concha desde hace mucho tiempo y el hecho de volver a trabajar con Juan me da garantías de que voy a estar muy bien acompañado en el escenario y fuera de él.

Juan Gea: En mi caso me llamó mi representante diciéndome que había llamado Jesús Cimarro, productor de Pentación, para que hiciera una obra en Mérida. Cuando me dijo que era Hécuba de Eurípides, el director, José Carlos Plaza, con Concha Velasco y José Pedro Carrión no pude decir que no, porque José Carlos me había llamado como dos o tres veces y nunca había podido trabajar con él y descubrirlo como director como lo he hecho ahora, que para mí es una referencia, poniendo aparte a José Pedro, que es esa escuela también, y con Concha había hecho una intervención muy pequeña y quedé encantado con ella, porque daba un gran ejemplo de cómo se debe crecer en esta profesión. Luego, trabajar con José Pedro, era volver a los tiempos en los que yo empecé en teatro en Madrid y coincidimos en Seis personajes en busca de autor.

J.P.C.: En esa obra nos conocimos, luego hicimos El Rey Lear, La última luna menguante, que fue un potentísimo mano a mano.

J.G.: Luego llegó El sueño de una noche de verano y Los enredos de Scapín. Las hicimos prácticamente seguidas. Y claro te viene una propuesta como Hécuba y es un regalo.

P.: Con respecto a la preparación de los personajes, aunque sean mitológicos, se sabe lo que les ocurre antes y después de lo que muestra Hécuba. Para prepararlos ¿os empapasteis de la historia de vuestros personajes o os ceñisteis al texto de Juan Mayorga?

J.G.: No, para lo concreto se recurre al texto, pero es normal rodearte de todo el teatro que hay sobre él, forma parte de la mitología. Haces tuyos todos esos antecedentes, conoces su carácter y, una vez que eso está hecho, se habla con el director y se va al texto, que es lo que se verá en el escenario.

J.P.C.: No puede ser de otra manera. Lo más concreto es el guión, que ya define el carril por el que va a ir ese tren. Todos vamos en el mismo tren, por mucho que uno fantasee o tenga más información, que es mucho mejor porque entiendes mejor lo específico del personaje en el momento que muestra la obra. Con textos como éste hay una garantía y es que, por muchos años que trabajes nunca los llegas a entender del todo. Siempre hay algo más profundo, una dimensión más grande, una sugerencia de más posibilidades en cada una de las frases que es fascinante.
José Pedro Carrión con Concha Velasco durante la función
J.G.: Con los personajes yo pienso algo similar. El infinito de ese absoluto. Tú eres el actor, nunca el personaje. Yo no soy nunca Agamenón, soy el que hace de Agamenón. Por mucho que investigues y pruebes siempre existirá un espacio que nunca lo vas a llenar del todo.

J.P.C.: Ahora yo estoy llegando a un pensamiento que me fascina y es que, en realidad, el teatro lo hace el espectador. En esta búsqueda del sentido del teatro en el momento en el que estamos, la función social del teatro es bárbara, porque es, como demuestra este texto, un depurativo de la democracia. El único lugar en la democracia donde podemos iluminar nuestro espíritu es en el teatro. Si el espectador hace eso es muy posible que frases que nosotros tengamos colgadas, o una interpretación equis, o momentos en los que vacilemos, es muy posible que cada uno de los espectadores le ponga un sentido, y eso se nos escapa porque no hablamos con todo el público. Es fascinante pensar que cada espectador hace su lectura con nuestros gestos y nuestra voz.

J.G.: Hay veces que hablando con el público, te han descubierto facetas, han descubierto cosas y te dan pistas de cosas que se te habían pasado.

P.: La obra ha sido un éxito rotundo desde su estreno en Mérida. Por las personas implicadas en el proyecto de Hécuba (Juan Mayorga en la versión, dirección de José Carlos Plaza, un grupo de actores espectacular, Pedro Moreno en el vestuario o Juan Pedro Hernández a cargo de la caracterización), ¿tenían la sensación de que iba a ser algo grande cuando la preparaban?

J.G.: Mi sensación es que funcionar iba a funcionar, ya que tenía todos los elementos para que eso ocurriese. Todos los implicados mencionados son primeras figuras. Ahora, que pegase el salto de un éxito a un acontecimiento, que es en lo que se ha convertido yo, francamente, no pensaba que iba a ser tanto.
Juan Gea y Concha Velasco (Agamenón y Hécuba)
J.P.C.: Nosotros trabajamos juntos con un director, Manuel Collado, que era privado porque se jugaba su casa. Ahora es más difícil encontrar personas así. Tenía un sentido del teatro muy misterioso. Nos decía: "Estamos haciendo una función sobre el SIDA, es muy actual...". Collado decía que había que hacerlo bien pero además tienes que gustar. Puede ocurrir que lo hagas muy bien y no gustes.

Para todos es una sorpresa que se produzca el milagro que ha ocurrido con esta función, que pasa a ser un suceso y como tal debería estar tres años en cartel, porque hay muchos teatros y demanda del público. Pero hay un muro contra el que nos pegamos que es la programación, entre otras muchas cosas que corrompen el teatro. Se ha heredado un prejuicio de la programación de obras que valen un dinero tanto si funcionan como si no. Están un tiempo en un teatro y es posible que ese teatro esté vacío y un teatro como éste, abarrotado, tiene que poner últimos días porque hay una programación.

J.G.: Es curioso que en este tipo de cosas no se corren riesgos. Un teatro público tiene un presupuesto, sabe que lo tiene ha de gastarlo sin que le sobre porque repercute en un recorte del presupuesto del año que viene y no se arriesgan a aguantar un poco más con una función, y eso pasaba antes. Ha sido increíble que, los veinte días que hemos estado en el Teatro Español, con el teatro abarrotado y gente protestando porque se ha quedado sin ver la función, se decide quitar para poner otra cosa y tú dices "Pero ¿por qué?".

J.P.C.: Somos actores pero también personas y ciudadanos y tenemos un oficio. Los ciudadanos participamos de una sociedad corrupta y, desde luego, hay corrupción en el teatro y una estupidez y una serie de prejuicios que no permiten que el teatro ocupe su verdadero lugar, ya que está demostrado el sentido y el valor que tiene en nuestra civilización. El teatro no está en la Educación y eso hace que vivamos de las rentas de gente que no ha tenido por costumbre ir al teatro. Yo ayer paseaba por los alrededores del teatro y veía la zona infectada de jóvenes haciendo su botellón, ninguno estaba en el teatro. Esa generación está perdida. Tanto Juan como yo teníamos como opción el teatro como actividad extraescolar que nos ayudaba a entender al ser humano.

J.G.: Yo tengo un sobrino al que el teatro le ha ayudado a que se le abran desinhibiciones, la curiosidad, el conocimiento, querer saber muchas cosas, y el teatro le ha servido de terapia para abrir los campos del conocimiento y del entendimiento.

J.P.C.: Yo actualmente miro mucho hacia atrás y observo el sentido que ha tenido mi vida y me felicito de que el teatro me haya elegido, porque como persona tengo que implicar una serie de capacidades que se desarrollan en el teatro: la imaginación, la inteligencia, la sensibilidad, la capacidad de escuchar al otro, el conocimiento de la literatura dramática que es una radiografía del ser humano, el uso de la voz, del cuerpo. Son tantos los beneficios que aporta el teatro al ser humano como individuo y luego como lugar de reunión social donde la mentira crea una ilusión de la verdad que produce una vida mejor en quien participa, que es el público. Con su silencio construye una realidad a partir de la que nosotros le ofrecemos. Lo que estoy haciendo es una demanda urgente del teatro en la Educación.

P.: Varios de los títulos mencionados en los que han actuado juntos tienen como denominador común: el director Miguel Narros que nos ha dejado hace poco ¿Qué ha supuesto para ustedes su pérdida?

J.G.: Ahora hay muchos directores pero directores como Miguel Narros, José Carlos Plaza o José Luis Alonso tienen una sabiduría especial. Me quedé frío cuando me enteré de la muerte de Miguel, una orfandad tremenda como si se hubiera muerto un padre. Trabajar de vez en cuando con él suponía revolverte de nuevo al principio y te da armas para continuar trabajando en otras funciones y cuando me encontré con José Carlos y le vi trabajar me sorprendió y dije: "Menos mal".
En El sueño de una noche de verano, dirigidos por Miguel Narros
J.P.C: Yo creo que un actor tiene tres grandes amigos: uno es uno mismo, otro el autor del texto y el otro es el director en donde no hay término medio: o es tu mejor amigo o es un enemigo al que tienes que torear. En ese sentido Miguel Narros ha sido uno de mis amigos íntimos en el teatro, igual que lo ha sido José Carlos, William Layton, Arnold Taraborreli o John Strasberg. Con ellos no sólo trabajas, también convives, haces tu vida con esa persona: vas a cenar, hablas aparte, te transmite conocimiento de la vida. Lo que hemos perdido con Miguel Narros es, primero, un excelente amigo y luego un hombre que nos ha enseñado con su inspiración, su talento, su capacidad de trabajo, su conocimiento, su cultura. Nos ha enseñado que el teatro tiene un rigor y un sentido social. Hemos de ser útiles en la sociedad y todos los citados tenían en común es la pasión por el teatro. Trabajar con estas personas es plantearte constantemente qué puedo mejorar, si está bien, si está mal, no te digo nada. 

J.G.: Yo cuando llegué a Madrid y empecé a ganarme la vida con mi profesión tuve la suerte de que empecé con Miguel, entonces fue como mi padre en el teatro. Recuerdo que, tras trabajar con él, hice otra obra con otro director y yo, cuando estudiaba el texto me preguntaba "¿Qué me diría Miguel aquí, qué me pediría?" Por las metas que te ponía.

P.: Aparte de lo que están diciendo, yo he entrevistado a varios actores que trabajaron con él y nadie me ha dicho nada negativo de él...

J.G.: Bueno, tenía su carácter, como todo el mundo, pero tenía momentos creativos que podía tenerte horas ahí observándole y escuchándole.

J.P.C.: La maravilla del teatro es que vive también de ahí, del estiércol. El teatro muestra al hombre la virtud y la parte negativa. La mayoría de las obras de teatro tiene personajes con problemas, taras, defectos grandes y cometen errores tremendos, como ocurre con Hécuba, que es una gran equivocada, pero no nos interesan los ángeles sino las personas y su capacidad de cometer errores que es el camino del aprendizaje.

P.: De las obras que han hecho juntos ¿hay alguna que destaquéis por algo?

J.G.: Yo he disfrutado mucho con todas, pero recuerdo especialmente La última luna menguante donde Manuel Collado me dijo algo que a lo mejor era también una forma de dirigir. Nos dijo: "Es una obra sobre el SIDA, me encanta, es maravillosa pero no sé por dónde cogerla. Id haciendo y yo os iré diciendo". Y en escena teníamos un extraordinario mano a mano.
Ambos actores en La última luna menguante
J.C.P.: En la vida todo lo que has hecho te lleva a aquí, pero no tenemos más que el aquí y el ahora. La maravilla del teatro es la actualización, el hacer presente un sueño, poder tener una experiencia en el escenario. El presente se come todo lo anterior. Yo no sé lo que va a pasar mañana, nadie lo sabe.

P.: Tras Los enredos de Scapín no vuelven a coincidir hasta el 2001 en Doce hombres sin piedad. En el período que no trabajan juntos, finales de los 80 y toda la década de los 90, ambos hacen por separado obras magníficas. Usted Juan hace grandes títulos con la Compañía Nacional de Teatro Clásico, Julio César, y usted José Pedro hace títulos como Hamlet, Comedias Bárbaras, El mercader de Venecia...En algunos de esos títulos por separado ¿hubo posibilidad de trabajar juntos?

J.G.: No, no la hubo.

J.P.C.: No, porque la hubiéramos hecho. Es de lamentar ese tiempo sin trabajar juntos porque somos un binomio que funciona muy bien ya que somos dos personas muy distintas en el escenario, no tanto en la vida, pero creo que en el escenario combinamos muy bien.

J.G.: Nos damos seguridad mutuamente de alguna manera y la cosa siempre va bien.

J.P.C.: Doce hombres sin piedad la disfrutamos mucho porque era un grupo tan heterogéneo de personas que habían mamado del teatro.

J.G.: Estaban Fernando Delgado y su hijo Alberto que era el más joven, de ahí pasamos a Enrique Simón, Tony Isbert, Otegui, nosotros y luego José María Escuer, Pablo Sanz. El mayor de todos era Conrado San Martín que tenía creo que ochenta y dos años. Era un impresionante muestrario de generaciones sobre el escenario.

J.P.C.: Era fascinante porque yo creo que una de las cualidades de nuestro trabajo es la espontaneidad de lo cual durante todo el siglo XX ha creado un galimatías de técnicas para desarrollar la capacidad de improvisar y nosotros teníamos la fortuna de salir a escena todos los días con el misterio de qué función íbamos a hacer, porque no había ninguno en la compañía que no tuviera esa especie de truco de la profesión que es preparar sorpresas a los otros. Era un aprendizaje in situ. Lo lamentable fue haber estrenado el 14 de septiembre, tres días después de los atentados del 11M, y tener un productor que no supo ni cuidar la función cuando se montaba ni su proyección. Siempre nos ha pasado a Juan y a mí que cuando hemos hecho teatro para ganar dinero ha habido alguien que lo ha fastidiado.


P.: Ustedes tienen en común el haber trabajado sin coincidir en una misma serie, Amar en tiempos revueltos/ Amar es para siempre en temporadas distintas pero consecutivas. Usted Juan hizo un personaje muy especial, Viktor Ambrus, y usted José Pedro hizo, cosas de la vida, de padre de Javier Collado. Supongo que serían experiencias muy gratas ¿no?

J.P.C.: Me dijo Javier que me iban a llamar y me dio un alegrón y he tenido la suerte de tener unas sesiones que, prácticamente, eran todas con él. Es fascinante, porque cuando un actor de teatro hace televisión o cine no está en su elemento. En el teatro mandamos nosotros y el público. En cine y en televisión hay toda una mecánica que va a tu favor si funciona y contra ti si no. En cine y en televisión me siento muy desarmado pero como soy un hombre acostumbrado a tener problemas, y si no los tengo me los busco, ves que llegas a un set y  debes hacer en cinco minutos algo que queda para siempre, ha sido muy gratificante por un lado hacerlo y por otro sentir que hay ahí pendiente aún un aprendizaje para mí.

Carrión en una entrañable escena de Amar es para siempre
J.G.: En mi caso tuve mucha libertad porque me pidieron que transformase el texto y comencé a trabajar con una mujer de la embajada húngara que me enseñó los acentos y los problemas que tienen ellos al hablar. Los guionistas y el director me dieron manga ancha e hice lo que quise con los textos. A veces incluso me inventaba palabras, me preguntaban "¿qué has dicho?" y yo les decía "es que en húngaro se dice así". La televisión es buena para actores como nosotros, que tenemos formación teatral. Es duro al principio pero es bueno porque lo único que debes hacer es acelerar el proceso. Yo no lo veo tan bueno para la gente que comienza directamente en la televisión porque todo ese proceso se limita a lo inmediato, pero no conocen todo el proceso y pueden quedarse con todos los vicios.
Juan Gea como Viktor Ambrús en Amar en tiempos revueltos

Entrevistas como la que acaban de leer dan sentido al periodismo, poder entrevistar a dos profesionales de la interpretación de tal calibre es una gran satisfacción para alguien como yo que apoya la cultura desde este humilde blog, la próxima entrevista también será para enmarcar, por la persona entrevistada, claro está.

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