domingo, 23 de noviembre de 2014

Cuatro actores de cinco estrellas ganan la partida

                                      CRÍTICA TEATRAL: JUGADORES

La vida es una partida donde el destino reparte las cartas. Pau Miró con Jugadores, hasta hoy en Teatro Central de Sevilla, parece usar esta premisa en doble sentido, literal y simbólico. Cuatro hombres se reúnen en casa de uno de ellos para echar un rato jugando a las cartas pero eso es sólo un pretexto para desahogarse de su asfixia existencial.

Jugadores es una obra que hace reflexionar acerca del lado tragicómico de la vida y que se beneficia del impecable trabajo de sus cuatro actores, que hacen un completísimo trabajo para hacer saber poco a poco al público los problemas personales de cada uno de los personajes. Que la acción se desarrolle en una cocina es también muy simbólico, porque es una estancia de cualquier hogar idónea para charlar mientras comemos y bebemos.

Escena de Jugadores con los cuatro actores en escena
Centrándonos en las actuaciones, Ginés García Millán compone con su habitual buen saber hacer, a un enterrador,  el personaje quizás más desahogado, ya que no para de decir lo que piensa ante las situaciones que se plantean. Con esta interpretación reafirma su variedad de registros. No hay más que verlo, por ejemplo, en la primera temporada de Isabel, componiendo un personaje, Pacheco, ambicioso hasta el extremo. Aquí es el que quizá pretende tener una coraza más sólida pero que se desarma poco a poco.

Miguel Rellán compone a un profesor al que presta su veteranía actoral para comprender la propuesta que les hace a sus amigos para solucionar un problema en el que está metido. El inolvidable Frígilis de La Regenta (Fernando Méndez Leite, 1995) hace que lleguemos a comprender el motivo de sus acciones por la humanidad que aporta a su interpretación.

En tercer lugar, Luis Bermejo, en el papel de un actor que va de prueba en prueba, proporciona quizás los momentos más cómicos de la obra por una inesperada confesión relacionada con el cantante Dean Martin. Ah, y atentos a su actuación musical y hasta ahí puedo leer. Verlo en esta función y cada tarde en Amar es para siempre  hace reafirmar su gran calidad interpretativa.

Finalmente, Jesús Castejón, interpreta a un barbero que va, en pequeñas dosis, confesando su situación personal y profesional. Este veterano actor y director (estuvo impecable en Isabel como hermano de Cisneros y ha triunfado este verano dirigiendo La venganza de Don Mendo en Los jardines Sabatini de Madrid) aporta, como el resto de sus compañeros en escena, una interpretación natural, nada forzada y creíble. 

Ello da como resultado una obra compacta, con una solidez actoral que hace que la hora y veinte que dura la función pase en un suspiro, con unas transiciones rápidas y, sobre todo, un canto a la amistad que con estos cuatro actorazos (impecablemente vestidos por la gran Elisa Sanz) se convierte en un golpe contundente a los zarpazos  que nos da la vida.

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