sábado, 16 de mayo de 2015

Blanca Portillo desentraña el dolor de los recuerdos

                    CRÍTICA TEATRAL: EL TESTAMENTO DE MARÍA

Blanca Portillo goza desde hace muchos años de un grado de excelencia que se certifica en todos y cada uno de los proyectos en los que se embarca. Si nos centramos en el teatro, el público, en estos tres últimos años, ha podido disfrutar de su antológica interpretación de Segismundo en La vida es sueño y como directora nos ha regalado dos joyas: La Avería y Don Juan Tenorio. A su visión del texto de Zorrilla, uno de los montajes de la temporada, se suma otro donde da muestras de su descomunal talento como actriz, El Testamento de María

Blanca Portillo en un momento de la función. Josep Aznar
Dirigida por Agustí Villaronga, este monólogo de Colm Tóibín se convierte, en manos de Blanca Portillo en un deleite para los amantes del teatro. En primer lugar, si hay que hablar de las muchas cualidades que tiene esta función, hay que alabar el acercamiento al lado más humano de la Virgen María, ya que se nos muestra claramente, y ahí hay que empezar hablando del impecable trabajo de Blanca Portillo, a una mujer que ante todo es una madre que ha perdido a su hijo de una manera muy cruel.

En su vejez, María nos va desentrañando sus sensaciones ante todo lo que sucedió desde que Jesús empezó a emprender su camino en solitario y rememora pasajes conocidos como la resurrección de Lázaro o la transformación del agua en vino en las bodas de Caná, hechos a los que María aporta su visión más terrenal, no llamándolos milagros como todo el mundo que presenció estos hechos. Es un personaje que expone sus sentimientos de una manera muy desnuda, tanto, que es imposible que el público no conecte con ella.

El Testamento de María aporta una visión apócrifa de otros acontecimientos como es la confesión de la huida mientras Jesús estaba en la cruz, un hecho que el personaje desvela como algo que tenía guardado en su interior y que le pesaba como una losa. E incluso nos muestra a una mujer con veneración por dioses de la época sin considerar el valor que muchos le dan a lo que significó la Pasión, muerte y resurrección de su hijo. Para ella Jesús era sólo eso, su hijo.

Habiendo destacado los valores del texto de Tóibín, ahora quiero ahondar en el trabajo de Blanca Portillo. La actriz va haciéndonos partícipes de las vicisitudes de su personaje sin ningún titubeo, con una voz y dicción perfectas y su interacción con la completa escenografía Frederic Amat es una clase magistral de movimiento en el escenario. Los acontecimientos no sólo son recordados sino revividos de ahí que en el momento de rememorar, por ejemplo, la crucifixión de su hijo, el dolor es tan intenso que se transmite en el rostro de Blanca Portillo de una manera desgarradora.
Un momento de la impresionante interpretación de Blanca Portillo. Josep Aznar
Todos los pasajes son recreados con la ayuda no sólo de la mencionada escenografía (el pozo es un auténtico hallazgo) sino también de la efectiva luz de Josep María Civit y el polivalente vestuario diseñado por Mercé Paloma.

Todo ello contribuye a conocer desde otro punto de vista a una mujer a la que la Religión siempre nos la ha mostrado de un mismo modo, ya que El Testamento de María, es en esencia, un texto muy humano, interpretado por una actriz que es un tesoro de nuestras artes escénicas, Blanca Portillo, que se llevó una gran ovación al terminar la función, saliendo hasta seis veces a saludar, y no fue para menos porque lo que se vio anoche en el Teatro Central de Sevilla fue oro puro.  

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