sábado, 26 de noviembre de 2016

"Ragazzo": Una vida truncada

El monólogo teatral me ha proporcionado inolvidables experiencias como espectador: Cinco horas con Mario, con Lola Herrera, La violación de Lucrecia, con Nuria Espert, Novecento, con Miguel Rellán o El testamento de María con Blanca Portillo. Todos estos ejemplos son monólogos dramáticos de una calidad incuestionable y, por la forma en que todos ellos están concebidos, es por lo que Ragazzo me sorprendió cuando lo vi en el Teatro Central de Sevilla, donde permanece en cartel hasta hoy.

El monólogo escrito por Lali Álvarez sobre los últimos días de vida de Carlo Giuliani, un joven muerto de un disparo durante la Cumbre del G8 que se celebró en Génova en el año 2001, tiene un ritmo y una estructura que se salen de lo habitual. Pero esto supone un novedoso modo de afrontarlo desde el punto de vista de la escritura. Nada más entrar en la sala vemos al genial Oriol Pla, en la piel de Giuliani tres días antes de su muerte, acostado boca abajo. Hasta que se despierta podemos apreciar los elementos escenográficos que se usan para mostrar el lugar donde Carlo vive. Una vez que se despierta, las acciones cotidianas se imponen para mostrar su modo de vivir mientras va diciendo el texto de una línea intermedia entre la tranquilidad y la excitación. Su manera de ver el mundo (una curiosa reflexión de las estatuas, por ejemplo) sirve para conocerle interiormente mientras, entre otras cosas, se prepara una ensalada.

La narración de los dos primeros días tienen la capacidad de crear en el público una extraña sensación interior, porque sabemos que ese joven que nos cuenta sus inquietudes, morirá poco después. Oriol Pla se muestra seguro, tanto vocal como físicamente, algo que se multiplica por mil en el tercer tramo de la historia donde, directamente se desata para recrear lo que es estar en una manifestación descontrolada y que terminará con un disparo mortal. Pla en este tramo final hace un trabajo físico sorprendente, dándole otros usos a elementos como una cama y un colchón. No se ve a la policía, ni a la multitud que le rodea, pero no es necesario gracias a la verdad que su interpretacióm transmite. 
Oriol Pla, inmenso en Ragazzo. Oriol Segon Torra
Me extendería más pero considero que Ragazzo hay que verlo en vez de que te lo cuenten y creo que ya he contado bastante. Lo que sí quiero señalar es que la muerte del personaje no es el final del espectáculo. Con lo que finaliza creo que es inevitable no sentir un nudo en la garganta y darse uno cuenta de la fugacidad de la vida, un tema sobre el que se reflexiona en la obra. Lo cierto es que Ragazzo es una crónica con sentimiento de una tragedia, ya que un joven con ilusiones y ganas de cambiar las cosas y, sobre todo, de vivir, una bala hizo que su vida se parase en seco. Un espectáculo para meditar y tomar conciencia del mundo en el que vivimos, heredero del que Giuliani y sus compañeros intentaron cambiar.    

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