viernes, 2 de diciembre de 2016

"El Padre": Con el nudo en la garganta

Emoción pura. Es lo que desprende el montaje que José Carlos Plaza ha dirigido sobre la obra de Florian Zeller y que produce Jesús Cimarro. Plaza, auténtico maestro todoterreno, sabe muy bien poner cada elemento que maneja en su sitio y gestionar con una gran sensibilidad  sentimientos a flor de piel (como ocurría al tratar la relación de una madre y su hijo con síndrome de Down en Olivia y Eugenio) para que el espectador salga del teatro emocionado. El Padre trata un tema muy duro como es el Alzheimer y, gracias a la labor en conjunto de todo el equipo, se logra una obra sólida que se traduce en otro éxito incontestable

Plaza es un virtuoso dirigiendo actores porque todos sin excepción están maravillosos. Héctor Alterio asombra por su capacidad para meterse en la piel de un personaje que vive en una mezcla de recuerdos reales y distorsionados, todo condicionado por la enfermedad que el personaje padece. La interacción con sus compañeros da como resultado momentos emotivos, cómicos y dramáticos de gran intensidad. Lo vi por primera vez en La sonrisa etrusca y luego en En el estanque dorado y es un actor total con una energía contagiosa y ante el que hay que quitarse el sombrero. Ver otros ejemplos como el padre de familia numerosa del filme La guerra de papá (Antonio Mercero, 1977) o, por poner otro ejemplo, el marido de Paula Martel y padre de Ana Torrent en Anillos de Oro (Pedro Masó, 1983) son pinceladas de su enorme calidad como actor y que en El Padre se cristaliza en una interpretación conmovedora e inolvidable.
Zaira Montes, Ana Labordeta y Héctor Alterio en una escena de El Padre. Miguel Ángel de Arriba

Ana Labordeta, a las órdenes de Plaza en montajes míticos como El mercader de Venecia de Shakespeare o Las Comedias Bárbaras de Valle-Inclán, interpreta maravillosamente a la hija del personaje de Alterio, y es clave para entender la confusión que se produce en la mente del progenitor. Entre la comprensión, la ternura y el drama, Labordeta crea un personaje que es un reflejo de las distintas maneras que hay de tratar a una persona con Alzheimer. Siguiendo esta senda la actitud más dura es la que muestra el personaje de Luis Rallo (inolvidable en Hécuba y Medea, también dirigido por Plaza, como en Yo, Claudio o La rosa tatuada de Tennessee Williams). La intensidad de su interpretación hace que la dureza y sequedad de sus actitudes y palabras lleguen al patio de butacas como cuchillos afilados y la potencia interpretativa de Rallo logra que esa forma de ser y de actuar cale en el espectador. Otro contraste es el personaje de Zaira Montes, todo un cambio de registro tras sus dos últimos trabajos con Plaza, Hécuba y La noche de las tríbadas. En ambos estaba maravillosa, como en El Padre, donde su elegancia, su belleza, su sonrisa y su dulce interpretación embelesaron a un servidor, y está muy marcado el carácter del personaje para que agrade y, en ocasiones, haga que el personaje de Alterio se sienta contrariado. Esta actitud confusa es enfatizada por los personajes que interpretan con acierto y seguridad Miguel Hermoso Arnao y María González, que consiguen al final que todo encaje a la perfección mostrando una realidad desoladora. La dirección de Plaza está perfectamente ensamblada con la labor de Jorge Torres como ayudante de dirección, y eso se transmite en el resultado.
Héctor Alterio y Luis Rallo en un intenso momento de la obra. Miguel Ángel de Arriba
La dramaturgia se sirve de escenas cronológicamente desordenadas y eso hace, como afirmaron en la rueda de prensa Alterio y Labordeta, que se esté en todo momento muy atento. Además las reinterpretaciones de situaciones ya vistas y el cambio de la escenografía de Francisco Leal, de la que no quiero dar más detalles, logran que al final todo tenga un sentido, aunque sea triste y, a mi entender, sobrecogedor. La música de Mariano Díaz es un complemento idóneo para la atmósfera inquietante que se desea evocar y el vestuario contemporáneo de Juan Sebastián da pistas de la evolución de la obra y da al público bellas estampas como el kaftan que lleva Zaira Montes. Todo lo mencionado supone un viaje emocional para el espectador que sale con las lágrimas en los ojos o con nudos en la garganta a punto de romperse.      

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