martes, 10 de enero de 2017

Zaherí Teatro representa "Europa. Boceto para el exilio" en el Teatro Távora

Un refugiado y una emigrante. Estos son los dos personajes de Europa. Boceto para el exilio, la nueva producción de Zaherí Teatro tras montajes como Rabiosos, Ítacas o Asesino, que se representará en el Teatro Távora el 13 y el 14 de enero. El Rinconcillo de Reche ha hablado con Raúl G. Figueroa, director de la compañía y del montaje además de actor junto a Marina Miranda, y autor del texto. Con un pie en el teatro y otro en la docencia, centrada en el teatro físico, Figueroa habló de su concepción del teatro, de cómo afrontar los personajes y cuál fue el detonante para escribir una obra sobre una realidad tan dura. Pasen y lean.
Raúl G.Figueroa

Pregunta: En Europa. Boceto para el exilio usted dirige interpreta y es autor del texto ¿qué le motivó escribir esta obra?

Raúl G.Figueroa: Es el texto más duro que he escrito pero por lo real que es y lo que cuenta está pasando actualmente. La idea de escribir el texto parte de querer enfocar la historia exactamente hacia lo que específicamente quiero contar. El origen es una conversación con un compañero. Él me habló de los campos de refugiados saharauis, un ejemplo de la cantidad de refugiados que hay por el mundo hoy en día porque hay oleadas de inmigración por el deseo de querer salir de un país y llegar a otro. Eso está ahí. Lo queme interesan son las injusticias que se pueden cometer en ese contexto. El texto, que inicialmente iba a ser un monólogo, comenzó a surgir tras los acontecimientos de la valla de Melilla. Ese verano, en agosto, saltó el tema de Siria con ese éxodo casi bíblico. Las imágenes de los voluntarios y la policía echando agua a los niños porque estaban deshidratados eran muy crudas e impactantes. A partir de ahí enfoqué el tema del texto más hacia esa situación y surgió la necesidad de que hubiese un segundo personaje. Concretamente pensé en una emigrante legal dentro de la propia Europa, algo muy cercano por compañeros que han emigrado a Alemania y que tienen la vida hecha allí pero que no era exactamente lo que querían.

P.: Por lo tanto, está hablando de una generación desencantada...

R.G.F.: Exacto. Una cosa es hacer las cosas porque uno quiere, para desarrollar mejor su trabajo y mejorar el nivel de vida, y otra cosa es hacerlo porque no quede otro remedio, por necesidad u obligación. Me gustaba el contraste entre ambas historias. Los personajes no se conocen a lo largo de la obra sino que sus vidas transcurren en paralelo. Confluyen de una determinada manera. Lo que me interesaba es lo que sienten cuando llegan a sus respectivos destinos. Siendo dos situaciones motivadas por cosas muy distintas, pensaba que lo que podían sentir era similar. Además los personajes tienen una determinada madurez porque, desgraciadamente, se está viendo que no hay esperanza para personas con familias, cuando hace treinta años las personas tenían su vida encarrilada y ahora hay gran incertidumbre e inestabilidad. Con este espectáculo seguimos en la línea de la compañía de hacer teatro de denuncia pero no pretendemos convencer a nadie, no hacer nada panfletario. Intento que el público empatice con los personajes.

P.: Precisamente lo que hace es plantear dos situaciones muy reconocibles para el público...   

R.G.F.: Así es. No dejamos de ver imágenes de personas que intentan llegar a otro país llevadas por la desesperación y que no son bienvenidos. Las imágenes de los niños me impactan mucho porque yo tengo dos hijos. Me preocupa muchísimo la Europa que estamos dejando a la generación que viene. Es algo muy complejo porque, además de un futuro laboral, es muy importante el futuro social. Es un mundo en el que yo no querría dejar a mis hijos. Se está perdiendo la empatía con el otro. Las pirámides de valores han cambiado radicalmente y estamos insensibilizados viendo en los informativos auténticas barbaridades cada día.

P.: Es que ante esas imágenes es inevitable que surja el instinto de protección hacia los hijos... 

R.G.F.: Por supuesto, como padre te asalta un gran temor cuando ves a un niño, que no es el tuyo, sufrir de esa manera. Lo que sí pienso es que somos unos privilegiados a ese nivel. Los problemas que podemos tener con nuestros hijos son cotidianos, aunque en nuestro país también haya pobreza infantil. Pero, a nivel de la clase media, los problemas son, repito, cotidianos. El texto salió de la relación que yo tengo con mis hijos y muchos padres también, con la protección que les puedas dar. Zaherí Teatro pretende remover un poco las conciencias con los montajes que hace, sin querer convencer a nadie de nada, partiendo del concepto en el teatro de denuncia social, reflexión y crítica, que ya estaba en la tragedia griega, además de ser un vehículo de entretenimiento y cultura. En los últimos años, por ejemplo, en la escena sevillana se está volviendo a abrir pero cuesta aún ver un poco de todo en el teatro, sobre todo en los grupos pequeños, pero hay ejemplos claros de esa nueva apertura, como directoras jóvenes que tratan temas como la violencia de género. Para mí el teatro es el lugar desde el que lucho, mientras pueda.

P.: ¿Siempre tuvo claro que el segundo personaje fuese una mujer?

R.G.F.: Sí. Seguimos viviendo en una sociedad machista y la mayoría de las imágenes que nos llegan de los refugiados son de hombres o niños e incluso lo eran la mayoría de los que intentaban saltar la reja de Melilla, por lo que reflejaban la situación real de alguna manera. Por otra parte, sentí la necesidad de dar visibilidad a la otra parte de la sociedad y que es fundamental: la mujer. Ellas lo llevan peor y son discriminadas o tienen peores sueldos por ser mujeres, por ejemplo.

P.: ¿Cómo ha planteado la doble labor de actor y director al mismo tiempo?

R.G.F.: Es complicado, porque a mí la dirección me gusta independizarla. Tiene que tratarse de un montaje muy específico donde me resulte sencillo hacer ambas cosas a la vez o un montaje como éste, potente y que me toque muy profundamente, como las injusticias que he mencionado. Luego hay una necesidad pura y dura. Yo tiro de personas para trabajar porque no es fácil encontrar a actores con un bagaje y una técnica. Soy utópico pero también tengo los pies muy en la tierra. Por las circunstancias actuales, se le pide a las personas que trabajen prácticamente por amor al arte, ofreciéndole todo lo que sabes, todo tu ser. En ese sentido he de decir que Marina Miranda y yo llevábamos tiempo queriendo trabajar juntos y aquí se dieron las circunstancias para poder hacerlo.

P.: ¿Qué destacaría del trabajo de Marina Miranda?

R.G.F.: Es una actriz muy generosa en escena y tiene una enorme capacidad de trabajo y en ningún momento, como director, le he tenido que exigir más o menos. Eso ha hecho que la relación entre ambos haya sido estupenda porque yo le decía lo que quería y, con más o menos trabajo, ella me lo iba dando y entre los dos íbamos confeccionando lo que requería el montaje. Es un trabajo muy grupal, codo con codo. No hay necesidad de exigirle nada porque ya se lo exige ella sola a sí misma y eso creo que es una actriz. La responsabilidad de tu trabajo en escena no es del director, sino tuya. El director se dedica a otras cosas además de guiar al actor y yo en ciertos momentos me he puesto en manos de Marina para que ella me ayudase y me ha hecho avanzar porque tiene una idea de la dirección y por donde debe ir muy acertada, así como de la interpretación y de la técnica del actor. Yo trabajo con mucha libertad creativa. La técnica está ahí, existe y hay que utilizarla pero intento no crear espectáculos con un patrón sino que la historia nos hable de alguna manera y nos pida lo que quiere por lo que, si hay que salirse de patrones más convencionales, lo hacemos por la historia que se cuenta. Tratamos un tema comprometido por lo que no está mal que, con coherencia, rompa ciertas normas del arte, para contar una historia. Esto hace que encontrarse a una actriz que no se relaja en ese ambiente de libertad sino que se pone las pilas y colabora y da ideas es algo muy rico. Además confía plenamente en la dirección. Suelo arriesgarme y ponerme retos y con exigencia pero con alegría me arriesgo y me pongo retos.

Marina Miranda
P.: Como actor ¿tiene algún reparo en el tipo de personaje a interpretar?

R.G.F.: Para nada. Para empezar, yo estoy enamorado del teatro. Siempre existe un gusto personal de personajes que me gustaría hacer pero nunca hablaré mal de un personaje al que yo interprete, aunque tenga dos frases, porque yo me enamoro del personaje. Para mí es un privilegio estar encima de un escenario. La función del actor es meterse en la piel de otro personaje, o, mejor dicho, jugar a meterse. No tengo inconveniente en, por ejemplo, interpretar a un personaje homosexual, no me produce ningún problema ni va a desestabilizar mi vida, porque es mi trabajo, aunque tiene su dificultad llegar a un cierto grado de intimidad sobre un escenario, da igual si es con un hombre o con una mujer. Yo no entiendo que no se interprete un personaje por  que se le enjuicie. Por esa regla de tres no podríamos interpretar a Hitler. El actor que le dio vida en la película El Hundimiento estaba maravilloso porque creo que no juzgó al personaje. Se juega a crear una realidad. Si se enjuicia a un personaje un actor nunca podrá verlo completo y eso es una falta de riqueza en el trabajo finalmente. No voy a justificar nunca a un personaje que tenga una conducta reprobable pero sí debo acercarme lo más posible a la razón por la que actúa de una determinada manera. No puedo dar vida en escena a alguien a quien no comprendo.


P.: ¿Y qué visión tiene de los desnudos, ya que ahora mismo son frecuentes tanto en el teatro, el cine y la televisión?

R.G.F.: Yo en mi vida diaria soy pudoroso pero no en el escenario, no tengo problema. Al principio te sientes un poco vulnerable pero tomas el control y sigues adelante. Es algo natural y vuelvo a lo de antes: es mi trabajo y, si está justificado, no tengo problemas para hacerlo. Yo, un desnudo en escena, me lo planteo mucho, porque tiene que significar algo para el personaje o para el desarrollo de la historia que se está contando, puede dar mucho sentido a una escena determinada y por eso hay que tratarlo en su justa medida. Tiene que ver más con el sentido que con la estética. Lo que sí creo es que hay que normalizar que haya un desnudo en un espectáculo teatral para adultos, lógicamente. El cuerpo es una herramienta de trabajo. Siempre hay una estética pero el teatro es un modo de comunicar y un cuerpo desnudo puede lograr ese propósito si está tratado de la manera adecuada. Hay que evitar que desvíen la atención de la propuesta.

P.: Si tuviese que definir la filosofía de trabajo de Zaherí Teatro ¿cómo lo haría?

R.G.F.: Hay una línea importantísima en Zaherí, el entrenamiento actoral. Es nuestra punta de lanza. Los actores han de estar entrenados. Sin ese factor, lo demás no puede fluir en escena. Si no se desarrolla la técnica y no se asimila de una forma orgánica en tu cuerpo, casi innata, es  muy difícil que el actor se suelte y se pueda dejar llevar en escena con el fin de que con el espectador se establezca una comunicación limpia. Un actor debe saber dónde está su cuerpo y cómo funciona. El entrenamiento constante es la manera de lograrlo. También hacemos hincapié en la improvisación, que es la antesala del escenario y el actor ha de soltarse para reconocerse en escena, como actor y como persona, porque lo que se vive en un escenario no se logra ni en un ensayo ni en la escuela con tus compañeros. Lo importante, con el entrenamiento diario, es avanzar cada vez más. Otra línea muy clara de la compañía es contar historias, comunicar. Lo que quiero es hacer volar al espectador, que se olvide de que está en un teatro y que viva la historia conmigo. Es complicado pero esa es la lucha. La experiencia con Zaherí ha sido de un aprendizaje constante.

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