lunes, 18 de diciembre de 2017

"El sentido de un final": Memoria selectiva

Un servidor ha de confesar que, cuando vio el trailer de la película que centra esta crítica pensó: "Me recuerda a Expiación". Pero cuando, valga la redundancia, se llega al final de El sentido de un final, uno se da cuenta de que las similitudes son superfluas. Si acaso el recuerdo de unos hechos ocurridos durante la juventud cuando ya se es mayor (lo que le ocurre al protagonista) puede ser lo que tienen en común ambos títulos pero, precisamente, el final, tanto de la novela de Ian McEwan como de la adaptación dirigida por Joe Wright en el año 2007, es de una contundencia tal que El sentido de un final pierde en su comparación, siempre odiosa.

El sentido de un final se trata de la adaptación de otra novela, en este caso de Julian Barnes, autor de esa distopía satírica titulada Inglaterra, Inglaterra. La trama gira en torno a un hombre mayor divorciado que recibe un legado de una persona que conoció cuando era joven, la madre de su primer amor. Esto le hará revivir unos hechos que se descubren disfrazados en su memoria (la culpa fue la causante) y conocer una sorprendente revelación relacionada con un amigo de su época de estudiante.

El director indio Ritesh Batra (responsable de The Lunchbox y de Nosotros en la noche, el reencuentro entre Jane Fonda y Robert Redford) dirige este filme que, al llegar al final, se tiene la sensación de "Y ahora ¿qué?". Cierto es que, sin hacer spoiler, lo que se revela ya no tiene solución y la decisión del protagonista se puede considerar práctica pero a un servidor, como espectador, le ha dejado insatisfecho.

Lo cierto es que, para contrastar, todos y cada uno de los actores están sobresalientes, tanto veteranos como jóvenes. Jim Broadbent encarna al protagonista, Tony Webster, y es una delicia escucharle y verle. El ganador del Oscar por Iris (Richard Eyre, 2001) y uno de los fichajes de lujo de la séptima temporada de Juego de Tronos además de participar en títulos como Moulin Rouge (Baz Luhrmann, 2001) o La dama de hierro (Phyllida Lloyd, 2011), así como en la sexta y octava entrega de la saga Harry Potter, (por citar sólo unos títulos de su extensa carrera) compone un personaje que, por sus rasgos podría ser un hombre cualquiera, es lo que tiene ser un gran actor, no una estrella. Las apariciones por otro lado de Charlotte Rampling son otro deleite para los espectadores porque, sencillamente está perfecta.

En el reparto, en papeles de mayor o menor peso vemos a intérpretes maravillosos como Harriet Walter, conocida por el público a nivel mundial desde Sentido y sensibilidad (Ang Lee, 1995) encarnando a la ex mujer del personaje de Broadbent. James Wilby, que saltó a la fama por sus trabajos con James Ivory, sobre todo la valiente Maurice (1987) y Regreso a Howard's End (1992) da vida al marido de Emily Mortimer (aún en cartelera con la deliciosa La Librería), en un papel decisivo para la revelación final.

Estos dos últimos personajes forman parte de los contantes viajes al pasado que se hacen en la película y, precisamente en un momento dado, parece que se homenajea a la citada Maurice, por el peinado de los personajes de Tony joven (Bill Howle) y el hijo mayor del matrimonio (Edward Holcroft) junto con las miradas que le lanza este último a Tony.

En el plantel de actores también puede disfrutarse de Michelle Dockery (la decidida Mary Crowley de la gran serie Downton Abbey) y de Matthew Goode, que precisamente hizo de pareja de esta en la citada ficción catódica.

Si el final del filme hubiese sido otro, El sentido de un final sería más redondo porque, aunque los actores son una delicia, la historia de recuerdos del pasado que se desvelan en el presente y de culpas, porque lo que se revela es bastante fuerte, no se remata de manera convincente.        

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