lunes, 29 de enero de 2018

"Sin amor": Sin conexión

El título de esta crítica no tiene nada que ver con problemas con Internet, sino con lo que un servidor ha sentido viendo la película rusa Sin amor, el nuevo trabajo del director Andrey Zvyagintsev y que es una de las cinco nominadas al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa. Un servidor, visto lo visto, no entiende la razón, como tampoco de que ganase el Premio del Jurado en el Festival de Cannes.

El motivo de estas manifestaciones tan contundentes deriva de la frialdad con que la historia está contada y los personajes perfilados. Zvyagintsev coescribe el guión junto a su colaborador habitual, Oleg Negin y tratando el tema de un matrimonio roto cuyo hijo desaparece podía haber dado mucho juego pero el director de películas apreciadas por la crítica como Elena (2011) o Leviatán (2014) desaprovecha la ocasión con un tratamiento de personajes adultos contraproducente ya que un servidor no ha logrado empatizar con ninguno de ellos. 

La actitud distante de unos padres ante la desaparición de su hijo de doce años hace que se tenga la impresión de que (y es duro decirlo) parece que no les importa mucho (o eso es lo que trasmiten), no muestran preocupación, nerviosismo ni nada que se le pueda asemejar y sólo les interesa echarse cosas en cara. Parece, para rematar el cuadro, que el encargado de la investigación pone más empeño e interés que ellos.

Otro de los problemas que un servidor ve en esta película es el constante cambio de género sin profundizar en ninguno porque, la crisis inicial entre la pareja, se podía haber explotado más, como en Kramer contra Kramer (Robert Benton, 1979) pero cuando se averigua que ambos tienen otras parejas este flanco ya se agota. Los padres de la víctima colateral de la historia están interpretados por la debutante en el cine Maryana Spivak y por Aleksey Rozin, quien ya trabajó con Zvyagintsev en las citadas Elena y Leviatán, están dirigidos de tal manera que no resultan ni cercanos ni creíbles, por lo que al espectador le es algo difícil conectar con la historia en general. 

Luego la película toma un aire similar al de un episodio de la serie Sin Rastro (2002-2009) pero a la rusa, con unas situaciones que ponen de manifiesto la buena voluntad de la gente por encontrar a un niño que tiene todos los indicios de haberse escapado por voluntad propia harto del ambiente que se genera cada vez que sus padres se juntan. En esta fase del filme también se dejan ver relaciones familiares llenas de rencor y reproches así como el inesperado egoísmo de un personaje en concreto y sí se le concede al espectador un momento donde los protagonistas se rompen por dentro, pero con un punto de querer salvarlos y mostrarlos como seres con humanidad, aunque el final lo vuelve a poner en duda.

La citada frialdad se manifiesta también en las relaciones sexuales y se enfatiza con los paisajes y la fotografía de Mikhail Krichman, otro colaborador habitual del director con títulos en su trayectoria como La señorita Julia (Liv Ullmann, 2014) o La carta secreta (Jim Sheridan, 2016). 

Por todo lo dicho Sin amor es una película con mucho potencial al que, en opinión personal de un servidor, el director no le ha sacado nada de provecho.

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