lunes, 19 de febrero de 2018

"La forma del agua": La fascinación por lo extraordinario

Guillermo del Toro ha demostrado desde sus comienzos que es un hombre al que la fantasía le rezuma por los poros de su piel. Su nueva película, La forma del agua, es otro ejemplo de ello, evidenciando, además, que puede desplegarla en distintos géneros y contextos: el cuento gótico (La cumbre escarlata, 2015), historias de fantasmas (El espinazo del diablo, 2001) o la imaginación para huir de una realidad horrible (El laberinto del fauno, 2006).

En el caso de La forma del agua (título idéntico, por cierto, al de la primera novela del escritor  italiano Andrea Camilleri protagonizada por el comisario Montalbano) se adentra en el contexto de la Guerra Fría para contar una peculiar historia de amor y de espionaje. Un servidor no puede negar que esta película tenga sus valores pero, bajo su punto de vista, trece nominaciones a los Oscar es algo excesivo.

El filme a nivel técnico es impecable con una gran transformación de Doug Jones en la criatura marina, una fotografía del danés Dan Laustsen prodigiosa, en una nueva colaboración con Del Toro tras Mimic (1997) y la mencionada anteriormente La cumbre escarlata. De igual modo la dirección artística de Nigel Churcher logra transportar al espectador a esos años sesenta donde la carrera espacial era una obsesión para rusos y estadounidenses. Sin embargo, la atmósfera no dejó de resultar a un servidor algo familiar, siendo el universo visual desplegado por Jean-Pierre Jeunet y Marc Caro en filmes como Delicatessen (1991), La ciudad de los niños perdidos (1995), ésta última precisamente protagonizada por Ron Perlman (actor que ha trabajado con Del Toro en las dos películas de Hellboy y en Pacific Rim) o ya Jeunet en solitario en Amelie (2001), el primero que le vino a la cabeza, aunque se desarrollen en épocas diferentes. 

Se puede pensar en varias influencias en el guión de Del Toro y Vanessa Taylor, como la confesa por el director mexicano, de La mujer y el monstruo (Jack Arnold, 1954) así como un servidor vio referencias a Un, dos tres...Splash (Ron Howard, 1984) en la parte final y hasta de Atame (Pedro Almodóvar, 1989) en las escenas de autocomplacencia de la protagonista. Estos pueden ser homenajes pero, y aquí ya nos adentramos en terreno pantanoso, un servidor ha visto el corto holandés The space between us (Marc S.Nollkaemper, 2015) por el que a Del Toro se le acusa de plagio y se puede afirmar que esa acusación está fundada por argumento, escenas concretas y la apariencia de la criatura, con la salvedad de que el corto está ambientado en un futuro apocalíptico.

Finalizando esta espinosa cuestión, La forma del agua se puede decir que habla de la fascinación por lo extraordinario, de ahí el título de la crítica. Es un cuento oscuro con destellos de luz donde la maldad campa alrededor de los protagonistas, y la criatura, es deseada con fines oscuros por los mencionados países mientras que la protagonista se enamora literalmente de ella. También es una película que habla de seres que son o marginados u olvidados por la sociedad, como evidencia el personaje de Richard Jenkins (nominado al Oscar) o las características de la pareja. Son dos seres muy diferentes que encuentran en el otro un alma gemela, no sólo un medio de saciar sus ansias de amor y sexo.

Con respecto a las interpretaciones un servidor ve una injusticia que Michael Shannon no haya sido nominado al Oscar. Su personaje es complejo, particular, con un punto sado masoquista que lo convierte en un gran villano y su interpretación le da mil vueltas a la de Octavia Spencer, nominada por un personaje correcto, que ayuda a la trama pero que no es nada del otro mundo.

Sally Hawkins es una actriz polivalente en películas de época como Jane Eyre (Cary Fukunaga, 2011) o Grandes Esperanzas (Mike Newell, 2012) y contemporáneas como Blue Jasmine (Woody Allen, 2013) y Happy, un cuento sobre la felicidad (Mike Leigh, 2008), nuevo trabajo a las órdenes del director de El secreto de Vera Drake (2004). Su personaje en La forma del agua está interpretado con sutileza y dureza al mismo tiempo porque tiene una fragilidad exterior pero esconde una determinación muy potente, que evidencia en sus acciones. La manera en que se expresa en lenguaje de signos es muy creíble y la escena en que le cuenta de esa manera al personaje de Richard Jenkins las razones por las que conecta con la criatura es sencillamente enternecedora porque le está abriendo su corazón de una manera que antes da a entender que no lo había hecho, por la reacción de él. Si ganase el Oscar, seguiría la senda de Jane Wyman por Belinda (Jean Negulesco, 1948), Marlee Matlin por Hijos de un dios menor (Randa Haines, 1986) y Holly Hunter por El Piano (Jane Campion, 1993).

Por otro lado sorprende el carácter camaleónico de Michael Stuhlbarg, presente en otras dos películas nominadas al Oscar este año: Call me by your name de Luca Guadagnino y Los archivos del Pentágono de Steven Spielberg. No pueden ser personajes más diferentes y demuestran su versatilidad. En La forma del agua, tiene un papel con riesgos por lo que sufre interna y externamente y, como en las dos películas mencionadas, está sublime.

La forma del agua tiene ese aire de fábula o cuento de hadas algo siniestro donde curiosamente los pasajes bíblicos tienen una constante presencia, con un motivo no demasiado claro. La analogía de la historia de Sansón sí la explica el personaje de Shannon en uno de los momentos donde expresa su maldad en su más alto grado pero otras no están tan explícitas. Que proyecten en un cine La historia de Ruth (Henry Koster, 1960) no tiene una clara razón pero si alguien da con la analogía un servidor lo agradecerá. En resumen, es una buena película pero no tanto como los académicos la han valorado, Del Toro las ha hecho mejores.      

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