viernes, 20 de abril de 2018

"La casa torcida": Construcción tambaleante

Agatha Christie sigue estando de moda en el cine como demuestran la reciente adaptación de Asesinato en el Orient Express dirigida e interpretada por Kenneth Branagh y su anunciada secuela adaptando Muerte en el Nilo. Pues bien, este ejemplo y el de La casa torcida demuestran que un grupo de caras conocidas y unas novelas con unas buenísimas tramas y personajes no son suficientes para obtener un buen resultado, aunque el público haya respondido. 

Un servidor, además de ser un lector voraz de las novelas de la reina del misterio, tiene en la cabeza las magníficas adaptaciones que se hicieron en los setenta, precisamente de los títulos mencionados: la del crimen perpetrado en el famoso tren fue magistralmente dirigida por Sidney Lumet en 1974, con Albert Finney como Hércules Poirot y la trama que se desarrolla en Egipto fue llevada a la gran pantalla por John Guillermin en 1978, donde el cambio de Finney por Peter Ustinov como el famoso detective belga no restó calidad a la película. Ambas son dos perfectos ejemplos de cómo llevar con total acierto una novela de Christie al cine.

Centrando la atención ya en La casa torcida, este proyecto tenía elementos atractivos de base: una novela de Agatha Christie (sin Poirot ni Miss Marple) que no había sido adaptada al cine hasta la fecha, que la adaptación corriese a cargo de, entre otros, Julian Fellowes, el creador de la gran serie Downton Abbey (2010-2015) y ganador del Oscar por Gosford Park (Robert Altman, 2001), película que precisamente recogía el espíritu de las novelas de Christie, y un variopinto reparto.

Una vez visto el resultado a un servidor le ha quedado una sensación agridulce porque esperaba más de este filme. Esta apreciación no viene condicionada por el hecho de haber leído la novela y saber quién era el culpable desde el principio porque si la historia está bien contada, eso puede llegar a ser un poderoso aliciente que haga disfrutar, de otra manera, pero disfrutar al fin y al cabo, de lo que se está viendo.

En este caso se produce algo curioso: habiendo escenas continuas en las que no dejan de pasar cosas hay algo, llámese, por suponer, un fallo a la hora de imprimir un correcto ritmo narrativo, que hace que la película se resienta en no pocas escenas, sin hablar de otras totalmente prescindibles. Al presenciar lo dicho un servidor no podía dejar de pensar en las adaptaciones antes mencionadas como ejemplos de narración ágil y entretenida, sobre todo. 

En opinión de un servidor la elección del director francés Gilles Paquet-Brenner, que ha dirigido títulos como La llave de Sarah (2010) o Lugares oscuros (2015), puede que no fuese la más adecuada para este proyecto y un servidor aclara que la nacionalidad no tiene nada que ver porque James Ivory (estadounidense) o Ang Lee (taiwanés) dirigieron espléndidas películas muy británicas como Una habitación con vistas (1985) en el caso del primero, entre otras, y Sentido y sensibilidad (1995) en caso del segundo.

El reparto por otro lado está muy descompensado. Max Irons, del que un servidor no duda que sea buen actor, ya que se está labrando una buena carrera sin hacer mucho ruido desde que debutó junto a su padre en Conociendo a Julia (István Szabó, 2004), en este caso, el físico, la actitud y la edad (tiene treinta y dos años pero aparenta muchos menos) no parecen concordar con el detective al que da vida, pareciendo más un galán, (tiene planta para ello, no hay duda) que un representante de la ley. 

Los miembros de la excéntrica familia sospechosa del asesinato del patriarca dan en pantalla distintos resultados por el actor o la desacertada dirección. Por ejemplo, Julian Sands, Christian McKay, Christina Hendricks, Amanda Abbington (Mary Watson en la serie Sherlock) o la debutante en el cine Stefanie Martini cumplen con su cometido. 

Gillian Anderson (la eterna agente Scully de la serie Expediente X) por su parte, tiene credibilidad cero al encarnar a un personaje al que hay que mantener a raya para no pasarse, y en este caso se pasa mucho. 

La preadolescente Honor Kneafsey, de la que un servidor guarda un grato recuerdo gracias a La librería (Isabel Coixet, 2017), tiene entre sus manos un papel que es un bombón envenenado pero que lo sabe afrontar muy bien, al igual que Glenn Close en la mayor parte de la película porque hay una escena que no revelo donde parece que le han dicho: "Acuérdate de la cara que ponías en la escena de la montaña rusa de Atracción Fatal (Adrian Lyne, 1987)" y enturbia un poco una gran actuación. 
El que está genial sin fisuras es el gran Terence Stamp. El recordado protagonista de El coleccionista (William Wyler, 1965) y uno de los mejores villanos de los filmes del Superman de Christopher Reeve, está maravilloso como superior de la policía.

Con respecto a la historia, se mantiene bastante fiel con respecto a la mayoría del desarrollo de la novela de Christie, incluyendo sus inesperados giros y la sorpresa de quién es el verdadero culpable y su final, aunque en esta parte han alterado una escena y hay pequeños matices que difieren ligeramente del original literario.

La ambientación está lograda con matices porque hay habitaciones que desentonan bastante con el aire señorial de la casa. En conjunto La casa torcida es una película que podría haberse enderezado un poco más porque sus cimientos prometían lo que su "construcción" en conjunto no ha terminado de lograr. La culpa quién sabe si fue del mayordomo o del "arquitecto".

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