viernes, 25 de mayo de 2018

"Las estrellas de cine no mueren en Liverpool": Una brillante luz se apaga

Las vidas de los actores dan para una o varias películas. Hay muchos casos de hombres y mujeres con gran talento que el paso del tiempo hizo que cayesen para el gran público en el olvido y tuviesen un triste final. 

Uno de tantos ejemplos de lo que un servidor dice sería el de Gloria Grahame (1923-1981). La talentosa actriz que trabajó con grandes directores como Fritz Lang, en Los sobornados (1953) o Deseos humanos (1954), Nicholas Ray, en En un lugar solitario (1950), o Cecil B. DeMille, en El mayor espectáculo del mundo (1952) y que obtuvo un Oscar gracias a Cautivos del mal (Vincente Minnelli, 1952) vivió sus últimos días en compañía del joven actor Peter Turner.

Precisamente un libro escrito por el propio Turner es la base de la película Las estrellas de cine no mueren en Liverpool un retrato de Grahame en su ocaso a la que da vida una maravillosa Annette Bening. El guión, a cargo de de Matt Greenhalgh, está lleno de grandes momentos que el buen hacer del director escocés Paul McGuigan, responsable de títulos como El caso Slevin (2006), Push (2009) o Victor Frankenstein (2015) hace que cobren vida con una potencia enorme que se conjuga con la belleza de las imágenes, a lo que contribuye la hermosa fotografía de Urszula Pontikos y un curioso recurso para realizar los saltos temporales que le dan al conjunto un encanto especial. 

A todo lo dicho habría que destacar el hecho de que la película no evita mencionar momentos espinosos como el último matrimonio de Grahame con su hijastro Anthony Ray, hijo de Nicholas Ray, segundo marido de la actriz. La película, además, está llena de menciones al cine, a algunas de sus grandes figuras, y al teatro. No en vano, la presentación del personaje de Grahame al son de los acordes de Song for Guy, mientras se transforma en Amanda Wingfield para representar El zoo de cristal de Tennessee Williams ya da buena cuenta del encanto de la película en general y de la extraordinaria interpretación de Bening en particular. La nominada al Oscar por American Beauty (Sam Mendes, 1999) se entrega al personaje en cuerpo y alma, transmitiendo una sensación de desencanto con la vida y su lucha por seguir adelante.

En la piel de Peter Turner (que tiene un cameo en una de las escenas más bellas de la película con la obra Romeo y Julieta de William Shakespeare como eje) brilla de igual modo Jamie Bell, el recordado protagonista de Billy Elliot (Stephen Daldry, 2000) que demuestra no haberse convertido en un juguete roto con el paso de los años, sino que ha ganado en seguridad y aplomo para afrontar todo tipo de escenas y transmitir el enamoramiento de su personaje por la mujer, no por la actriz. Bell aquí se vuelve a reunir con  Julie Walters tras la mencionada película de Daldry, en esta caso dando vida a su madre, toda bondad y comprensión con la situación de Grahame. Porque aquí se encuentra uno de los puntos destacados de la historia: la familia de Turner no juzga la diferencia de edad entre él y Grahame, algo que sí parece importar más a la familia de ella. Encarnando a la madre de la actriz se encuentra la siempre ejemplar Vanessa Redgrave, que logra destacar aunque salga cinco minutos.

McGuigan juega bien con los elementos de los que dispone para dar dinamismo a la historia narrativamente hablando y para lograr momentos emocionantes tanto cómicos y, sobre todo, dramáticos. También es un acierto el que Bening no sea la que aparece cuando se ve a Grahame en una película o en los Oscar, sino que sale la verdadera actriz, un ejemplo más del cariño con el que su persona está tratada.

A esto  hay que añadir guiños al cine de la época en la que Grahame y Turner se conocen, 1979, ya que van a ver una gran película al cine y la reacción de ella ante una de sus imágenes más potentes no tiene precio (un servidor obvia el título para que el que lea esta crítica lo descubra por sí mismo si quiere, claro). 

Con un buen gusto desde el minuto uno, Las estrellas de cine no mueren en Liverpool es un gran tributo a una gran actriz que murió sin haber cumplido ni los sesenta años, con mucho que dar aún pero la enfermedad y la sombra del olvido se cernieron sobre ella y sólo la presencia de Turner hizo que sus últimos dos años de vida estuviesen impregnados de la luz que ella desprendía cuando estaba en todo su esplendor.       

4 comentarios:

  1. La tengo apuntada en la agenda para ver.
    Un saludo

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    1. Pues creo que puede gustar bastante y no suelo decirlo de todas, saludos

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  2. Muy buena crítica, Ale, estoy muy de acuerdo contigo, y me encanta, como sabes, tus análisis cinematográficos.

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    1. Muchísimas gracias amigo viniendo de ti estas palabras las valoro más

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