martes, 3 de julio de 2018

"En la playa de Chesil": Conexión McEwan

La aportación de los escritores como guionistas o como autores de obras que se han llevado a la gran pantalla ocurre desde siempre y uno de los autores contemporáneos que ejercen esa aportación es el británico Ian McEwan. Si bien su relación con el séptimo arte se remonta a más de dos décadas atrás con las adaptaciones de, por ejemplo, sus novelas El placer de los extraños (Paul Schrader, 1990) y El jardín de cemento (Andrew Birkin, 1993) o el guión de El buen hijo (Joseph Ruben, 1993), el estreno de En la playa de Chesil (basada en otra novela suya) supone un juego curioso de hilos comunicantes. 

En el año 2007 se estrenaba, (y dejaba a un servidor hecho polvo, dicho sea de paso) Expiación adaptación de otra novela de McEwan, con guión de Christopher Hampton y dirigida por Joe Wright donde una de las protagonistas supuso todo un descubrimiento para crítica y público: Saoirse Ronan, quien lograba con su personaje una nominación al Oscar (lo cual repetiría con Brooklyn hace tres años y con Lady Bird en la última edición de los premios de la Academia)  y que es la protagonista femenina de En la playa de Chesil, un filme que parece empezar donde Expiación acabó: en la mencionada playa (ojo, un servidor no dice que sea la misma) donde los personajes principales viven su amor (quien vio el filme de Wright ya sabe cómo) y que con tantas piedras puede ser una metáfora de las dificultades de los protagonistas para que su historia salga adelante.

En la playa de Chesil, cuenta con guión del propio McEwan y está dirigida por el debutante en el largometraje Dominic Cooke tras una amplia experiencia como director teatral. Pues bien, ya entrando en materia, esta película es de las que, con más razón que con Expiación, uno sale diciendo "¿Por qué?". Las actitudes de la pareja protagonista tras una noche de bodas nada al uso no se comprenden a partir de la segunda mitad de la película, sobre todo si se ha desvelado, de manera fugaz y sólo a través de imágenes, un terrible secreto que despierta en la cabeza de ella a la hora de intimar por primera vez con su esposo.

Si bien es cierto que los continuos flashbacks al pasado nos ponen en situación sobre sus muy distintos ámbitos familiares, sus sueños por cumplir y su amor puro y casto, da la sensación de que faltan datos para comprender las acciones y reacciones de los personajes encarnados por Ronan y Billy Howle (al que un servidor descubrió en Dunkerque de Nolan y en El sentido de un final de Ritesh Batra dando vida al personaje de Jim Broadbent en su juventud). 

Ambos actores (que veremos de nuevo en el cine gracias a la adaptación de La Gaviota de Chéjov que ha dirigido Michael Mayer y que cuenta también con Annette Bening y Elisabeth Moss en el reparto) dan lo mejor de sí a nivel emocional y físico para poner sobre la mesa las consecuencias de una educación extremadamente conservadora para ser los años sesenta del siglo pasado en Inglaterra. Bien expuesto el entorno, lo cierto es que Cooke peca de lento, académico y de teatral. 

Esa primera vez tarda mucho en llegar, filma de una manera demasiado estática y fijándose en los detalles pero cuando llega la conversación que supone el punto de inflexión de la historia, un servidor, por el tono y la planificación, tenía la sensación de estar asistiendo a una escena teatral pura y dura, ya que hay directores, y Cooke no es una excepción visto lo visto, que aún no se han adaptado del todo al lenguaje y al tempo cinematográficos. Eso por no hablar de que muestra una escena íntima que roza lo inverosímil por las prendas de ropa que él se deja puestas (lo de ella se puede llegar a entender, dado el pudor ante esa primera vez).

Esto se junta con el transcurso de la propia historia, que hubiese tomado otros derroteros si al menos ella le hubiese contado a él lo que los espectadores descubren y que, viendo el amor que se profesaban, no se piensa que él no iba a a ser comprensivo. Por ello, todo lo que está más o menos correctamente explicado a partir de la citada conversación se derrumba por una inexplicable precipitación que concluye con un final que pretende emocionar pero que a un servidor, con el ¿Por qué? en la cabeza desde la mitad del metraje, no le llegó. Una pena porque En la playa de Chesil cuanta con valores como una espléndida fotografía de Sean Bobbitt, habitual colaborador de Steve McQueen, unos actores entregados y hermosas imágenes, pero McEwan se empeña en sus novelas y en sus adaptaciones al cine en frustrar a los espectadores. Parece que este señor, a pesar de estar felizmente casado, no tiene una visión muy optimista del amor, al menos un servidor así lo considera.        

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