martes, 21 de agosto de 2018

"Dos mujeres": Las vueltas que da la vida

El reencuentro con alguien del pasado del que no se tiene buen recuerdo es una prueba de fuego para muchas personas, ya que se puede reaccionar, de una manera lógica, con un rechazo visceral pero también hace que surja una comprensión y generosidad, además de una capacidad para perdonar, que puede llegar a sorprender a propios y extraños. 

Esto es lo que demuestra Martin Provost en su último largometraje estrenado, Dos mujeres (nada que ver por cierto con el filme de Vittorio De Sica por el que Sophia Loren ganó el Oscar). Actor y guionista, Provost debutó en la dirección con Tortilla y cinema (1997) protagonizada con Carmen Maura, con quien repetiría en su segunda película, El vientre de Juliette (2003). En Dos mujeres reúne en pantalla a dos grandes actrices que comparten nombre: Catherine Deneuve y Catherine Frot. Ambas dan lo mejor de sí para hacer dos retratos femeninos muy diferentes que causaron en un servidor un vaivén de emociones.

Si bien es cierto que durante más de la mitad de la película un servidor tuvo la sensación de que con el personaje de Frot bastaba para hacer una película y el personaje de Deneuve no le producía empatía, a partir de una escena donde se visionan antiguas fotos la leyenda del cine francés protagonista de Belle de jour (Luis Buñuel, 1967) o Indochina (Régis Wargnier, 1992) se ganó los afectos y la comprensión con un personaje que decide exprimir la vida ante su inminente final.

Por su parte Frot compone un personaje interesante desde el primer momento que aparece en pantalla, ejerciendo de partera como si lo hiciese en la vida real, con una seguridad y mimo en las escenas de los nacimientos complementados con los recuerdos de una mujer a la que ella ayudó a nacer y que viene a dar a luz en un momento delicado laboralmente para ella. La protagonista de Madame Maguerite (Xavier Giannoli, 2015) tiene un bombón de personaje con referencias a su pasado y a la relación con su madre que hace que se quiera saber más, incluso un servidor dir
ía que se podría hacer otra película con esta mujer y esta maravillosa actriz.

Volver a ver al personaje de Deneuve (amante de su padre y que desapareció sin dejar rastro hace años) provoca en el de Frot una desazón que intenta tímidamente disimular con amabilidad pero dejando claro que no quiere volver a tener nada que ver con alguien que le trae muy tristes recuerdos. De hecho la reprimenda que le echa en un restaurante es lo que un servidor le hubiese dicho. Pero, curiosamente, las reacciones del personaje de Frot y su evolución afectiva, uniendo poco a poco unos lazos que parecían rotos para siempre provocan la empatía que no se tenía por el personaje de Deneuve, de ahí que el guión de propio Provost y la dirección de actores sean lo bastante hábiles para esquivar los baches que podían haber hecho naufragar esta película.

El filme trata otros temas interesantes como la imposición de la modernidad y los avances médicos o las relaciones entre madre e hijo. En este aspecto destaca la interpretación del joven actor Quentin Dolmaire, quien produce un momento donde se pone de manifiesto el parecido de su personaje con su abuelo que es cuanto menos curioso. Por otro lado, ese paraje campestre y el vecino interpretado por Olivier Gourmet dan un soplo de aire a  una película que, si bien es cierto que menos metraje le hubiese favorecido, está hecha al servicio de dos actrices colosales para hablar de la vida, con sus claroscuros y sorpresas inesperadas, además de la importancia de, valga la redundancia, vivir como si cada segundo fuese el último de nuestra existencia.

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