miércoles, 10 de octubre de 2018

"Viaje al cuarto de una madre": Sobrellevar la ausencia

Una de las llamadas "leyes de la vida" es que los hijos se vayan de casa de los padres para, como suele decirse, "volar solos". Es un tema duro para ambas partes y un servidor recuerda la escena final de ¿Qué hacemos con los hijos? (Pedro Lazaga, 1967) con Paco Martínez Soria y Mercedes Vecino celebrando solos y tristes la Nochebuena hasta la aparición sorpresa de de sus vástagos con sus familias, entre los que estaban Emilio Gutiérrez Caba, María José Goyanes, Pepe Rubio e Irán Eory. Es un ejemplo certero del tema que centra esta crítica al ser el principal foco  de atención de  la película Viaje al cuarto de una madre.

El mencionado filme resulta ser la ópera prima de la cineasta sevillana Celia Rico Clavellino (en cuya experiencia previa se encuentran sus facetas como guionista, actriz, y directora de cortometrajes) y tiene muchas virtudes. El primero tratar el mencionado asunto de la ausencia de los hijos, el segundo el tempo narrativo. Es un ritmo lento pero no plomizo en absoluto ni contemplativo. Todas las escenas, muy cotidianas y reconocibles, cuentan algo y aportan por lo que se nota en Rico Clavellino que sabe lo que quiere contar y cómo para hacer llegar su mensaje al espectador. En el filme predomina, con muy pocas excepciones, el silencio, con un gran protagonismo para potenciar el vacío en el hogar y el emocional.

La película se asienta en la interpretación de la madre y la hija protagonistas de la historia. La primera la interpreta maravillosamente Lola Dueñas. La actriz, ganadora del Goya por Mar Adentro (Alejandro Amenábar, 2004) y Yo, también (Antonio Naharro y Álvaro Pastor, 2009), además del premio colectivo junto a sus compañeras por Volver (Pedro Almodóvar, 2006) en el Festival de Cannes (entre otros galardones de una prolífica carrera) da vida a una madre que lleva una vida apagada y monótona pero en la que siempre se atisba una actitud positiva. La marcha de su hija a Londres le hace plantearse su vida de otra manera que empieza por el proceso de adaptación y asimilación de su nueva situación personal.

Por su parte, Anna Castillo, a la que un servidor ha visto en la serie Amar es para siempre y en el filme La llamada (Javier Calvo y Javier Ambrossi, 2017), hace una buena interpretación pero porque está bien dirigida,  ya que, (y esto es una apreciación personal) había escenas en las que me recordaba a sus anteriores trabajos, como si fuese el mismo personaje siempre. Lo bueno es que la directora sevillana le consigue sacar una faceta dramática importante en momentos significativos.

En Viaje al cuarto de una madre el espectador asiste a un drama sin caer en recursos fáciles y muestra el tema de la ausencia por partida doble, ya que las protagonistas aún no se han acostumbrado a la pérdida del respectivo marido y padre. Son dos personas que se sienten solas pero que se apoyan y se preocupan la una de la otra. Además dentro de esa concatenación de escenas cotidianas hay varios giros hechos en momentos precisos para cambiar la dinámica narrativa y a un servidor le ha interesado también cómo se muestra la soledad estando rodeados de gente, un sentimiento más común de lo que pudiese parecer. 

Rico Clavellino es consciente de estar contando una historia que puede estar pasando ahora mismo en millones de hogares y de ahí que use muy sabiamente las nuevas tecnologías, con el WhatsApp como herramienta de comunicación, y que le sirve además para tocar el tema de la preocupación por las distancias y cómo estará la persona que falta en el hogar, además de echar de menos el propio, en el caso de la hija.

La evolución de la historia envuelve cada vez más al espectador, además de la aparición de excelentes actores que aportan su grano de arena porque saben aprovechar muy bien sus minutos en pantalla, como Pedro Casablanc, Adelfa Calvo, Maica Barroso o Marisol Membrillo.

Viaje al cuarto de una madre es una película llena de detalles que van sumando al conjunto  visibilizando una  situación mostrada de frente y donde gestos como dormir abrazadas, en este caso, o una llamada de teléfono son gestos que dicen más que ahondan en unos lazos indestructibles, como si el cordón umbilical que unió durante varios meses a una madre con sus hijos/as aún existiese aunque permanezca invisible. 

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