domingo, 28 de octubre de 2012

Expiación, amor y muerte

                                CRÍTICA DE LA ÓPERA THAÏS

Aplausos y más aplausos. El Teatro de La Maestranza vivió el pasado jueves una noche muy especial con la representación de la ópera Thaïs de Jules Massenet, con el veterano Plácido Domingo en el papel del monje Athanaël, otro personaje con el que engrosar su larga lista de interpretaciones para el recuerdo. En este caso, aparte de su gran voz, llena su interpretación de matices para mostrar la transformación de su personaje.

La ópera, estrenada en 1894, narra una historia inicial de redención, la que Athanaël pretende conseguir de Thaïs, famosa cortesana de Alejandría y apartarla del pecado, para demostrar más adelante lo impredecible que es el destino y el amor
Plácido Domingo, en el centro                    Raúl Doblado

La directora de escena Nicola Raab ubica la historia en pleno siglo XIX, con lo que consigue un mayor contraste entre la vestimenta de Athanaël, totalmente austera y la de sus propios compañeros del cenobio y más si cabe con la de los habitantes de Alejandría, donde impera el lujo y la diversión, de ahí que sea muy destacable la escenografía y el vestuario de Johan Engels. De igual manera, la idea de un decorado que gira, en el tercer acto, es un gran hallazgo para escenificar la larga travesía del desierto.

Plácido Domingo demuestra por qué es quien es en el mundo operístico y está perfectamente acompañado entre otros por la soprano Nino Machaidze, espléndida como la redimida cortesana del título, el tenor Antonio Gandía en el papel de Nicias, el amigo de Athanaël y amante de Thaïs o la mezzosoprano Marifé Nogales en el doble papel de la sensual Myrtale y Albine, la madre superiora del convento a donde llega Thaïs.

Musicalmente tampoco puede ponérsele ningún pero a esta producción, ya que la labor de Pedro Halffter como director musical es otra muestra de su gran profesionalidad, algo que no descubro yo ahora. Se esperaba la famosa Meditación de Thaïs, y sonó con una delicadeza que llegaba a emocionar tanto la primera vez que suena completa en el segundo acto como en los fragmentos de la misma que suenan más adelante.

Mención especial merece el coro masculino, los cenobitas compañeros de Athanaël, ya que le impregnan una fuerza especial al comienzo de la ópera, de ahí que alabe la labor de Iñigo Sampil como director del Coro de la A. A. de La Maestranza.

Lo dicho, una hermosa producción en todos los aspectos que seguro que deleitará a los que la vean hoy y el día 31. Disfrutarán como un servidor lo hizo.  

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