El panorama que nos rodea da para mucho: para reír, para llorar, para desesperarnos etc... Pero el paso del tiempo hace que nos demos cuenta que la vida es eso, un puro contraste de sensaciones y sentimientos. La visión de España que Arturo Pérez-Reverte describe en sus artículos queda muy bien reflejada en Patente de corso, que ayer se estrenó a nivel nacional en el Teatro Lope de Vega de Sevilla. Esa realidad en manos Alberto López y Alfonso Sánchez queda muy bien diseccionada gracias a las conversaciones mantenidas entre Luciano y Mariano, junto con reflexiones en voz alta que a veces producen unas enormes carcajadas y otras un silencio sepulcral.
La inteligencia de la obra es que no se sirve de la figura de Los Compadres sino que el público asiste a las conversaciones de dos nuevos personajes que, en ocasiones, se desdoblan en otros para mostrar realidades del mundo en general y, sobre todo, de España en particular mostrando, parafraseando a Torrente Ballester, los gozos y las sombras de la vida.
Esta afilada visión, donde no se salva ni el apuntador, no cae en saco roto porque los temas y las situaciones planteadas en la obra son totalmente reconocibles por el público, que aplaudió con entusiasmo al finalizar la función, recompensa justa a un esfuerzo por mostrar un espectáculo fresco con matices tragicómicos, la vida misma, vamos.
En cuanto a las actuaciones, se nota, ensayos aparte, que Alberto López y Alfonso Sánchez se conocen a la perfección y transmiten la química que se percibe desde su aparición en Youtube hasta en el cine con los exitosos apellidos vascos. Ambos actores desarrollan uno diálogos, juntos y a solas, que entre risas, muestra una triste realidad haciendo cierto una vez más lo que dice mucho una amiga mía: Entre broma y broma la verdad asoma, y la que muestran, con la base de Pérez Reverte, entretiene y duele a partes iguales.
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