sábado, 24 de noviembre de 2018

"Lazzaro feliz": Cuento contemporáneo

Hay diversas maneras de denunciar determinadas situaciones. La explotación laboral de personas con pocos recursos por parte de otras pudientes es algo que no suena a algo antiguo. Ocurre en todos los ámbitos y en el rural con más claridad. Los terratenientes con trabajadores que dependen económicamente de ellos, existieron, existen y existirán, a lo que se suma la dureza de los trabajos en ese terreno.

La vida en el campo, independientemente de si hay un explotador o no, la ha reflejado el cine italiano con bastante realismo y crudeza, con títulos como Padre patrón (Vittorio y Paolo Taviani, 1977) o El árbol de los zuecos (Ermanno Olmi, 1978), ambas películas galardonadas en sus respectivos años con la Palma de Oro en el Festival de Cannes.

La directora italiana Alice Rohrwacher utiliza toda esa tradición de su propio país para realizar su tercer largometraje tras Corpo celeste (2011) y El país de las maravillas (2014), el cual obtuvo en el Festival de Sevilla el Premio a la Mejor Actriz y el Premio Especial del Jurado. La mencionada nueva película, Lazzaro feliz, es un tanto singular en el buen sentido de la palabra.

Con reminiscencias de la cultura cinematográfica y literaria italianas (el que un personaje, perteneciente a la nobleza, se llame Tancredi es una referencia directa a El Gatopardo de Giuseppe Tomasi Di Lampedusa que Luchino Visconti llevó ejemplarmente al cine en 1963 ganando también en la Palma de Oro en Cannes, y en la cual ese personaje así llamado tenía los rasgos de Alain Delon), un servidor al escuchar que, para quienes trabajaban los protagonistas, era una marquesa, no pudo evitar que se le viniese a la mente esa joya española que es Los santos inocentes, escrita por Miguel Delibes y llevada al cine por Mario Camus en 1984, uno de los retratos más feroces de la humillación de pobres por parte de ricos y que fue premiada en Cannes precisamente. En este caso con el Premio al Mejor Actor para Paco Rabal y Alfredo Landa.

Con todas estas referencias, conscientes e inconscientes, Rohrwacher, firma un guión donde mezcla el realismo con lo sobrenatural, un cuento o fábula con un personaje, el Lazzaro del título, que es un auténtico contraste en comparación con todos los que le rodean. Representa la pureza, la inocencia y la bondad, parece incluso como si la maldad no supiese qué es o, simplemente, no la perciba. Porque la actitud de este personaje, no es de abnegación ni de resentimiento, sino de una ternura que le hace ser una persona que parece no pertenecer a este mundo, muy bien denominado desde hace siglos como valle de lágrimas. El físico y, sobre todo, la mirada limpia de Adriano Tardiolo, ayudan mucho a la composición de un personaje de citada naturaleza.

La película, que trata el tema del vínculo de amistad entre dos personas completamente opuestas, introduce el componente fantástico en la historia de tal manera que el espectador no se percata de ello hasta que lo comprueba al mismo tiempo que el protagonista. Para no especificar mucho, sólo mencionar que ese componente le da a la película un toque distinto, sugerente y que no huye tampoco de la crítica que la directora imprime desde el principio.

La adaptación a una nueva situación completamente distinta, la picaresca para sobrevivir o la caída en desgracia de los que tenían una alta posición social no escapan a la afilada mirada de Rohwacher, quien recibió, también Cannes (parece que en el prestigioso festival francés las historias rurales calan hondo) el Premio al Mejor Guión, además de tres premios en Sitges.

El guión, en opinión de un servidor, deja demasiado abierto el final para todo lo que se ha mostrado antes. A pesar de ello, Lazzaro feliz es una muestra de que la tradición, si se continúa con una cierta lógica, puede dar lugar a historias insólitas y a la vez cercanas como esta película, donde los buenos sentimientos chocan con la dura realidad.      

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