CRÍTICA TEATRAL: LOS HABITANTES DE LA CASA DESHABITADA
Enrique
Jardiel Poncela dejó
para la posteridad una serie de obras de teatro donde el humor
llevado hasta el delirio era marca de fabrica. Los habitantes de la casa deshabitada (1942)
se estrenó cuando el autor ya se había consagrado con obras como Una noche de
primavera sin sueño (1927), Usted tiene ojos
de mujer fatal (1932) o Eloísa está debajo de un almendro
(1940),
y a pesar de los setenta años transcurridos desde su estreno,
mantiene una frescura acorde con el espectador del siglo XXI, como
podrá comprobar quien desee acercarse al Teatro
Lope de Vega,
donde la obra permanece en cartel hasta el domingo.
La
versión actual, dirigida con acierto por
Ignacio García,
tiene una serie de cambios con respecto a la concepción original de
la obra, como la eliminación de un burro que salía en escena, que
no empañan el resultado final gracias a unos diálogos
ingeniosos
y unos actores compenetrados al máximo con el estilo de Jardiel
Poncela, donde las situaciones más inusitadas se plantean con
naturalidad.
En
esta producción, de Juanjo
Seoane,
hay que destacar la escenografía, que reproduce con exactitud una
casa de las que se podrían denominar encantadas, con luces que se
apagan, pasadizos secretos etc... para engañar a los protagonistas y
al espectador, porque aquello que podría pasar por una historia de
terror, se convierte en una comedia donde la situación planteada se
explica con toda su lógica al final.
Los
actores, vestidos impecablemente por el veterano Javier Artiñano,
están todos en su justa medida: Pepe
Viyuela
demuestra su saber hacer en papeles cómicos, creando un personaje
desbordado por lo que presencia en la casa del título, mientras que
el resto de sus compañeros abordan sus personajes con el tono justo
que requieren, sin caer en la parodia.
Pero
si hay algo peculiar en esta función es el hecho de que un personaje
aparezca ya bien avanzada la obra y ponga patas arriba el transcurso
de los acontecimientos: Rodriga,
interpretada de manera soberbia por Paloma
Paso Jardiel,
nieta del autor de la obra, es de esos personajes que no se olvidan.
Su naturalidad y su peculiar visión de los acontecimientos hacen que
la obra suba un peldaño más, transformando el tramo final en una
delicia cómica con constantes entradas y salidas de los personajes,
que haría las delicias de los maestros de la scewball comedy,
mientras ella presencia todo con total parsimonia.
Esta puesta al día de Los habitantes de la casa deshabitada
demuestra que el humor inteligente pasa de generación en generación,
gracias a autores únicos, como lo era don Enrique Jardiel Poncela
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