domingo, 21 de diciembre de 2014

Recordando a un amigo

            CRÍTICA TEATRAL: NOVECENTO. EL PIANISTA DEL OCÉANO

El teatro es pura magia. La maestría de los actores nos transporta a lugares reales o fantásticos a través de la potencia de sus interpretaciones. 

De todas las maneras posibles de poner en escena un texto sobre un escenario, el monólogo es, quizás, la opción más directa de comunicación con el espectador. Un actor se enfrenta en solitario al patio de butacas y transmite diversos sentimientos llegando a emocionar. Este es el caso de Miguel Rellán con su interpretación en Novecento. El pianista del océano. Rellán toma el monólogo escrito por el italiano Alessandro Baricco y lo hace suyo, con la complicidad del director Raúl Fuertes, transportándonos a través de sus palabras a un barco donde su personaje, un trompetista, nos relata una conmovedora historia de amistad con un pianista que era un genio.  

Rellán relata diversas situaciones que son muy evocadoras, enfatizando el carácter del pianista con el que forja unos lazos de amistad, uno de los sentimientos más puros que se puede tener hacia otra persona.

Miguel Rellán en Novecento. Jerónimo Álvarez
Sin ningún tipo de escenografía, un escenario desnudo, ni de ambientación musical, pero sí con un inteligente y sutil juego de luces, el espectáculo se sustenta en la sólida base que conforma la fuerza de las palabras, que en boca de Miguel Rellán se convierte en una función íntima, personal y emocionante.

La historia que se nos cuenta tiene muchos matices y va pasando como una película por la mente del espectador. La descripción de la personalidad y diferentes acciones del pianista Novecento nos hace reflexionar sobre la vida, condicionada muchas veces por el entorno que nos rodea y Novecento es un virtuoso del piano que desarrolla, en opinión del que escribe estas líneas una especie de agorafobia al salir de su entorno natural y cerrado, que es el barco, una clara muestra de las dificultades de adaptación de las personas que han conocido sólo un lugar donde vivir y, sobre todo, una forma de vida.

Con una amplia muestra de sus recursos interpretativos Rellán nos cuenta una historia que no decae en ningún momento y que termina poniendo un nudo en la garganta del espectador cuando se apagan las luces. 

Rellán, al que he visto en cine, televisión y en teatro, recientemente en Jugadores y anteriormente en Los hijos se han dormido y La abeja reina, eleva con su interpretación el arte del monólogo a altas cotas de excelencia. Una opción dramatúrgica del que un servidor quedó prendado desde que vio a Lola Herrera en Cinco horas con Mario hace más de diez años y que se fue refrendando con otros ejemplos como Nuria Espert en La violación de Lucrecia, Valery Tellechea en La Douleur, Verónica Forqué en Shirley Valentine, Nuria Gallardo en Recortes o Daniel Muriel en Agonía y éxtasis de Steve Jobs. Novecento ocupa un lugar de privilegio entre estos excelentes monólogos, que, gracias a los magníficos actores que los interpretaron, me llegaron al corazón y Miguel Rellán, anoche, no fue una excepción. Gracias maestro

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