domingo, 11 de noviembre de 2018

15 Festival de Cine de Sevilla: Oscar Wilde, transgresión y amor fraternal en la tercera jornada

Como el día anterior, un servidor ha visto tres películas, dos de las cuales han sido de un contraste total. En primer lugar para comenzar con una propuesta más clásica, dentro de Special Screening se proyectó The Happy Prince, centrada en los últimos años de vida del escritor Oscar Wilde (1854-1900).

Este filme está dirigido y escrito el actor Rupert Everett, quien ha participado en  filmes como El placer de los extraños (Paul Schrader, 1990), La boda de mi mejor amigo (P.J. Hogan, 1997), El sueño de una noche de verano de William Shakespeare (Michael Hoffman, 1999) o Un marido ideal (Oliver Parker, 1999), basada en una obra teatral de Wilde precisamente. Everett asume además, en The Happy Prince, su ópera prima, la tarea de dar vida al autor irlandés.

Un servidor reconoce que, en los primeros minutos, tenía en la mente la interpretación de Stephen Fry en Wilde (Brian Gilbert, 1997), pero conforme iba avanzando la historia de esos tres últimos años de vida, hubo de rendirse ante la lograda composición de Everett. Este filme destaca también porque, narrativamente, es peculiar, por los flashbacks que tienen lugar. Sin embargo, cuando ya uno se ubica en el momento en el que la historia sigue una estructura lineal, todo encaja y se disfruta con los años de decadencia de un autor de éxito viviendo en París y Nápoles bajo seudónimo. Es entrañable conocer de dónde viene el título del filme, que se explica al final de forma explícita.

La película no evita  contar la vida privada de Wilde, con amantes esporádicos y fiestas "de hombres". Everett está muy bien acompañado por el siempre brillante Colin Firth, Emily Watson en un breve papel al que le saca mucho partido, como le ocurre a Tom Wilkinson, o el joven Colin Morgan, interpretando al amante del escritor. 

The Happy Prince se beneficia, aparte de las interpretaciones y, en el caso de Everett, la lograda caracterización y la modulación de su voz, de la música del oscarizado Gabriel Yared (por El paciente inglés), de la ambientación,  además de un correctísimo vestuario de Giovanni Casalnuovo y Murizio Millenotti.

Para un servidor la película de la que ha hablado anteriormente fue como un bálsamo tras haber visto justo antes la película ganadora del Oso de Oro en el Festival de Berlín, Touch Me Not, dirigido por la cineasta rumana Adina Pintilie y perteneciente a la Sección Oficial. No exagero, y aquí ya me pongo a hablar en primera persona, para expresar con total sinceridad que es uno de los filmes más duros que he visto en mi vida.

La película es una transgresión total al mostrar a una serie de personajes con problemas emocionales, afectivos o físicos exponiéndose a tumba abierta sobre cómo viven su vida diaria y cómo  afrontan un terreno tan íntimo como es la sexualidad. La historia está dramatizada para que los personajes coincidan en un lugar,se establezca una mínima relación entre ellos, pero lo que se ve es una especie de docudrama, ya que, desde el principio, se ve a los personajes contar  sus experiencias sobre ese delicado tema.

Otro de los elementos que caracterizan Touch Me Not es la exposición sin ningún tipo de filtro de la desnudez masculina y femenina, las distintas prácticas sexuales fuera de lo convencional que se llevan a cabo en una especie de club, o la manera en la que se expone la evolución del principal personaje femenino ante su problema de cómo satisfacer sus deseos más íntimos sin que se le toque. Con la propia directora exponiéndose también, aunque sólo emocionalmente, Touch Me Not es un filme perturbador que remueve al espectador, al mostrar realidades no habituales de ver y donde el concepto pudor no existe.

Finalmente un servidor pudo ver Euforia, la película italiana dirigida por Valeria Golino y que ya se mencionó en la primera crónica publicada en este blog. Se trata, como ya se dijo del segundo largometraje dirigido por la actriz tras la premiada Miel (2013). La gran baza de Euforia es la mezcla de drama y comedia pero sin hacer una mezcla extraña.

Se centra en la relación que se reanuda entre dos hermanos cuando a uno de ellos se le detecta un tumor cerebral, al que se le oculta la gravedad. A partir de entonces conviven juntos y el espectador es testigo de la evolución de dos hombres unidos por un vínculo familiar pero que son opuestos. Esto lo muestran perfectamente los dos actores que los interpretan, siendo Riccardo Scamarcio el que proporciona los momentos cómicos al dar vida a un hombre de negocios homosexual que vive la vida en su plenitud.

El actor, que un servidor descubrió en Manuale d'amore 2 (Giovanni Veronesi, 2007) y que ha participado en otros notables títulos como Edén al Oeste (Costa Gavras, 2009) o Maravilloso Boccaccio (Paolo y Vittorio Taviani, 2015) lo da todo para resultar gracioso pero sin caer en ningún cliché ni en la frivolidad, y su sexualidad es un aspecto más, sin trascendencia. Además muestra al final unos sentimientos muy emotivos hacia su hermano, el cual tiene el rostro y el cuerpo de Valerio Mastandrea, uno de los actores participantes en Perfetti sconociuti (Paolo Genovese, 2017), la película de la que Álex de la Iglesia hizo el remake Perfectos desconocidos. En Euforia es el afectado por la terrible enfermedad y es la antítesis de su hermano: serio, poco expresivo y con problemas sentimentales.

La mencionada mezcla de drama y comedia está muy medida ya que la enfermedad no es objeto de ningún chiste, tratada seriamente y lo cómico ayuda a conllevar una situación que irá agravándose con el tiempo pero no recurre al chiste fácil ni nada zafio o que se le parezca, y, muy importante, se otorga notoriedad a la familia unida y a las reuniones. Por todo lo dicho Golino demuestra ser una gran directora, ya que se reafirma detrás de las cámaras con este filme, como ya había logrado y sigue haciendo en su faceta interpretativa.           

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