jueves, 17 de mayo de 2012

Una emotiva sonrisa

                      CRÍTICA TEATRAL: LA SONRISA ETRUSCA

Adaptar al teatro una novela no es tarea fácil, ya que la prosa permite el cambio de escenario continuo y la plasmación de pensamientos de los personajes sin que choque. La dificultad que entraña el teatro es que todo transcurre en un único espacio físico y hay que tener una gran sabiduría para que los cambios se hagan de la manera más sutil. Con la adaptación teatral de La sonrisa etrusca se ha demostrado que esto se puede lograr de manera solvente si el material cae en las manos adecuadas. La novela de José Luis Sampedro, que sensibilizara a los lectores hace más de 25 años, ha encontrado en un equipo técnico liderado por el director José Carlos Plaza y Juan Pablo Heras, autor de la adaptación, a las personas idóneas para llevar a cabo tal empresa con éxito.
Nacho Castro y Héctor Alterio ante las estatuas etruscas
La versión de Heras va al corazón, cambiando algunas situaciones y eliminando a pocos personajes, de una historia sobre los últimos meses de vida de un hombre italiano (Salvatore/Bruno) al que lo va consumiendo un cáncer y cómo el contacto con su nieto y una mujer madura le dan fuerzas para afrontar con optimismo la recta final de su vida. Todo ello es transmitido por un grupo de actores espléndidos donde brilla con luz propia el gran Héctor Alterio. Su interpretación es antológica, mostrando rudeza,  ternura y gracia en los momentos requeridos. A través de una composición llena de matices el espectador ve, además, plasmados recuerdos de la juventud de este hombre durante la guerra, que explica su carácter, por lo que en la obra se ejemplifica perfectamente un pensamiento que el que escribe estas líneas tiene: las vivencias del pasado marcan el presente de la vida del ser humano y hay que molestarse en conocer ese pasado para entender el comportamiento de las personas que nos rodean. 

Julieta Serrano da vida con mucha solvencia a Hortensia, una mujer sola pero optimista y positiva por la que el personaje de Alterio recupera sensaciones que creía olvidadas, como el amor en toda su pureza. Del resto de personajes, todos muy bien interpretados, a un servidor le ha llegado la composición que Nacho Castro hace de Renato, el hijo de Bruno, ya que tienen ambos unos momentos a solas donde él recuerda su niñez que remueven los recuerdos personales sobre las relaciones con nuestros mayores.

Héctor Alterio y Julieta Serrano durante la representación
Los efectos de iluminación usados para mostrar los cambios de lugares, las ensoñaciones y los pensamientos son muy efectivos. Sin embargo, el montaje teatral de este clásico moderno de nuestra literatura tiene su punto fuerte en la sabia transmisión de las emociones. El personaje de Héctor Alterio  desea vivir para enseñar a su nieto a ser un hombre pero, desgraciadamente, el destino juega en su contra, no sin antes concederle un último deseo, concluyendo así un relato enternecedor. De nuevo el binomio Plaza-Alterio funciona como un reloj, demostrando que el éxito de Yo, Claudio (adaptación de otra novela, en este caso de Robert Graves) no fue casual.    

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