Hay actrices de las denominadas todoterreno, que hacen grande hasta el personaje más pequeño. Judi Dench es una de ellas y lo demuestra en su último filme estrenado. Tras la grata experiencia de Philomena (2013), el director Stephen Frears (el director de Las amistades peligrosas forever and ever, con permiso de La Reina o Mi hermosa lavandería) vuelve a contar con Dench para protagonizar lo que ella misma ha denominado continuación de Su Majestad Mrs Brown (John Madden, 1997) filme que le hizo merecedora de una nominación al Oscar a la Mejor Actriz, y donde encarnó a la reina Victoria de Inglaterra, también emperatriz de la India. En el filme que nos ocupa se mete de nuevo en tan importante personaje histórico pero ya en sus últimos años de vida y en la relación especial con un hindú al que llega a convertir en parte esencial de su vida, otorgándole privilegios para disgusto de la Corte y familiares.
En La Reina Victoria y Abdul, centrándonos en términos interpretativos recalco lo que afirmo en el título de esta crítica. Dench está maravillosa en todas y cada una de las escenas del filme de Frears eclipsando a todos los que la rodean haciendo que sólo veteranos como Michael Gambon estén a su altura y que la interpretación de Ali Fazal se vea mermada ante la grandiosidad interpretativa de Dench: cómo habla, con sarcasmo, autoridad, ironía.... cómo mira y cómo se mueve. Es la elección perfecta y me atrevo a decir que sin ella esta película hubiese hecho aguas.
Ver La Reina Victoria y Abdul significa ver una interpretación sin fisuras pero claro, estamos hablando de una actriz con una cantidad de registros inagotable. Ganar el Oscar por siete u ocho minutos en los que aparece en Shakespeare in love (John Madden, 1998) no lo consigue cualquiera y que ha brillado en todo tipo de personajes, desde la novelista de Una habitación con vistas (James Ivory, 1985) hasta la impecable M que encarna en los filmes de James Bond desde Goldeneye (Martin Campbell, 1995) pasando por sus interpretaciones en Chocolat (Lasse Hallstrom, 2000) o Jane Eyre (Cary Fukunaga, 2011) sin olvidar el personaje que a un servidor deslumbró: la mujer que se obsesiona por Cate Blanchett en Diario de un escándalo (Richard Eyre, 2006) un tour de force maravilloso y un cambio de registro para ella.
Pero claro, hablamos de una mujer que tiene también una carrera teatral impecable, dando vida personajes de la talla de Lady Macbeth y otros grandes personajes de Shakespeare como Julieta, Ofelia, o la Titania de El sueño de una noche de verano pasando por obras como La Gaviota y El jardín de los cerezos, ambas obras maestras de Chéjov o Madre Coraje y sus hijos de Brecht.
Volviendo al cine Dench ha sabido sacar jugo de personajes como el de El hogar de Mrs Peregrine para niños peculiares (Tim Burton, 2016) pero ella es sin duda uno de los reclamos de la nueva versión de Asesinato en el Orient Express que dirige y protagoniza Kenneth Branagh y donde ella asume el personaje que hizo esplendorosamente Wendy Hiller en la versión de Sidney Lumet de 1974.
Me he centrado en la figura de Dench porque es el pilar que sustenta La Reina Victoria y Abdul un filme de bien recreado por Frears, desde el exquisito vestuario hasta la rectitud de la Corte Británica. El guión está lleno de momentos donde Dench brilla (el momento mango es impagable) y carga las tintas en el choque cultural y la fascinación de una reina por un territorio que es suyo pero que desconoce. El filme tiene dosis de humor y drama medidos para que haya un equilibrio narrativo para contar las vivencias de una mujer en el invierno de su vida y que recupera las ganas de vivir gracias a Abdul.
Como aportación mía creo detectar un doble guiño a Una habitación con vistas en la presencia Simon Callow y en el pasaje que transcurre en Florencia. Pero esto sólo es una idea mía. Lo que sí reafirmo es que la interpretación de Judi Dench merece al menos una nominación al Oscar por su impecable interpretación.
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