miércoles, 14 de marzo de 2018

"La muerte de Stalin": Sátira de trazo demasiado grueso

Siempre se ha afirmado que se puede hacer crítica con humor hasta de los temas más serios. Lo que marca la diferencia es la forma. Si Hitler, las SS o la Gestapo tuvieron un retrato muy particular en brillantes filmes como El gran dictador (Charles Chaplin, 1940) o Ser o no ser (Ernst Lubitsch, 1942) e incluso en una serie desternillante como la británica Allo Allo (1982-1992), o temas como la pena de muerte son el centro de filmes como El verdugo (Luis García Berlanga, 1963) metiéndole un gol a la censura por toda la escuadra, no quiere decir que todos los directores puedan llegar a ese nivel de burla y crítica.

Esto último es lo que, a juicio de un servidor, le ha ocurrido a  Armando Iannucci con La muerte de Stalin. Guionista y director escocés conocido por las series The thick of it, Veep o el filme In the loop (2009), trabajos con la sátira política como principal ingrediente, Ianucci trata en La muerte de Stalin la lucha por el poder tras el fallecimiento del dictador soviético en 1953.

Con un reparto envidiable, donde se encuentran el gran Steve BuscemiJason Isaacs (Lucius Malfoy en la saga Harry Potter y visto en La cura del bienestar) o Jeffrey Tambor (famoso por series como Arrested Development Transparent), Iannucci adapta con la ayuda de tres guionistas un comic con el que pretende poner en solfa a todos los altos cargos políticos en la Unión Soviética de aquella época. Para ello se apuesta por una caricatura de los personajes demasiado exagerada, pareciendo una versión en carne y hueso de los añorados guiñoles de Canal + pero muy pasados de rosca, por el uso de un lenguaje soez y desvergonzado que deja a los personajes a la altura del betún. Un ejemplo de ello es el hijo de Stalin al que da vida Rupert Friend, Isaacs.

Esto podría pasarlo un servidor si en la propuesta de Iannucci no se hubiesen incluido ejecuciones que se ven y se oyen, la mofa porque todos los médicos estén en los gulags, la muerte de un personaje principal sin ningún tipo de miramiento, de una manera muy cruda o el comienzo de una autopsia a lo bestia y dejando una imagen grotesta del personaje al que se le practica. Todo esto a un servidor, en vez de darle argumentos para alabar la mala baba al retratar el terror de la época le echa para atrás. Muchas de las sátiras que se hacen suelen ser muy incisivas y, al menos un servidor piensa que, si se pretende ridiculizar a un personaje, no hay que sobrepasar ciertas líneas ni mostrar , porque está mezclando una dura realidad en una supuesta comedia, por lo que la risa a veces brilla por su ausencia en momentos supuestamente cómicos. 

Además, siguiendo con apreciaciones personales, dentro de la historia, el personaje de la hermosa Olga Kurylenko parece metido con calzador, mientras que los mencionados actores y otros hacen un buen trabajo, acorde con el tono de la película.

Sin dejar de alabar el diseño de producción, que hace muy creíble el viaje al pasado al que nos lleva la película, la mencionada mezcla de comicidad con momentos espeluznantes resta puntos a La muerte de Stalin, una película que pretende hacer lo que otros maestros, como los mencionados al comienzo de esta crítica, lograron con creces: ridiculizar y criticar, pero claro, Lubitsch, Berlanga y Chaplin son palabras mayores y juegan en otra liga.

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