viernes, 23 de enero de 2015

Solidez por los cuatro costados

                               CRÍTICA TEATRAL: EL ZOO DE CRISTAL

Una gran satisfacción. Eso es lo que sentí al terminar la representación de El zoo de cristal en el Teatro Lope de Vega de Sevilla donde permanecerá en cartel hasta este domingo. Era la primera vez que veía una obra de Tennessee Williams sobre las tablas y la experiencia no ha podido ser más gratificante y eso es motivado por las sabias manos en las que el texto ha caído a todos los niveles.

En primer lugar, Eduardo Galán ha hecho una espléndida versión del texto del autor estadounidense, con algunos toques de humor que sirven para dar oxígeno a una situación, la de los Wingfield, que es muy dramática en el fondo. Tennessee Williams escribió El zoo de cristal con la mente puesta en su propia familia pero la dota de un cierto simbolismo que se concreta específicamente en la traducción del apellido de la familia, que, literalmente significa "Campo de alas". Esas alas son las que Amanda y sus hijos desearían tener para escapar de una realidad no muy esperanzadora de la que se evaden como pueden. Todo eso está perfectamente ejemplificado en las espléndidas interpretaciones de todo el reparto al que Francisco Vidal ha dirigido con una rigurosidad que hace que haya una armonía en lo que a las interpretaciones se refiere.

Alejandro Arestegui y Silvia Marsó en la obra     Nacho García
Silvia Marsó, a la que no olvido por sus grandes interpretaciones de Nora en Casa de muñecas de Ibsen dirigida por Amelia Ochandiano y en Yerma de Federico García Lorca con dirección del añorado maestro Miguel Narros, compone al personaje de Amanda de manera ejemplar porque es un personaje complejo, ya que se mueve constantemente en una línea emocional con muchas curvas, donde tiene que ver la propia estructura secuencial de la obra, pasando de la alegría a la severidad, y de la desesperación al desencanto. Marsó pone al servicio de su personaje todos sus recursos interpretativos para dotar al personaje de todos los matices emocionales mencionados y lo consigue con creces. Otro personaje para el recuerdo.

Por otro lado, Alejandro Arestegui, de grato recuerdo desde que lo vi en El galán fantasma de Calderón de la Barca junto a Juan Calot, Patxi Freytez, Ana Ruiz, Manuel Gallardo y Carmen Morales dirgido por Mariano de Paco Serrano, dota al personaje de Tom, que sería a su vez el propio Tennessee Williams, de una humanidad de tal calibre que hace que el espectador se sienta identificado con él. Sus ansias de prosperar, la asfixia que siente en un hogar que carece de figura paterna, su manera de evadirse yendo al cine o emborrachándose (en esa escena está especialmente inspirado) hacen que Arestegui en su doble rol de narrador y, a su vez participante activo en sus propios recuerdos, transite con una seguridad aplastante.

Seguidamente, me detengo en los actores que interpretan a los personajes que otorgan a la función una de las escenas más emotivas, entrañables y al mismo tiempo tristes de toda la obra. Pilar Gil, inolvidable en Sonata de Otoño de Ingmar Bergman junto a Marisa Paredes, Nuria Gallardo y Chema Muñoz dirigidos por José Carlos Plaza, se mete de lleno en el personaje de Laura, una joven con un leve defecto físico que le ha traído consecuencias en su vida. Gil hace un completo trabajo corporal y emocional para dotar al personaje de esa ternura que despierta en cualquier persona que tenga un mínimo de sentimiento. Por su parte Carlos García Cortázar debuta en el teatro por la puerta grande gracias a su gran interpretación de Jim, al que el actor aporta su buena planta y una sonrisa que, irremediablemente, hace mella en Laura, ya que Jim es además una persona positiva y llena de sueños que se resiste a que no se cumplan. La escena juntos es antológica, con la ruptura de una de una de las figuras de cristal como preludio de la magia que está a punto de romperse sin Jim ser realmente consciente de ello.
Carlos García Cortázar y Pilar Gil como Jim y Laura en la función        Javier Riva
La función cuenta además con la última escenografía diseñada por el tristemente desaparecido Andrea D'Odorico, un aliciente para que esta función tenga un toque de añoranza por el gran trabajo que realizó, en un trabajo en conjunto muy sólido en todos los aspectos que hacen de este montaje de El zoo de cristal una gran oportunidad para conocer los inicios de Tennessee Williams, uno de los autores con mayúsculas del teatro universal que ya es un clásico.   

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