Al dramaturgo y director cordobés Juan Carlos Rubio le gustan los retos. Si ha escrito anteriormente obras con una gran profundidad interna como la impactante Arizona, Las heridas del viento (desde ya un clásico contemporáneo) incluso una dramaturgia sobre la biografía de Concha Velasco para el último musical protagonizado por la actriz vallisoletana hasta la fecha, ahora, con El Príncipe (hasta ayer en cartel en el Teatro Lope de Vega de Sevilla), se ha superado a sí mismo. Sirviéndose de la obra que escribió Maquiavelo en 1513, Rubio
escribe una modélica dramaturgia donde hay mucho más que política en su
contenido. La razón de lo que digo es que Rubio se sirve además, entre
otros textos más, de la correspondencia personal del célebre escritor y
diplomático renacentista, lo que le da al conjunto un componente
biográfico que embellece el resultado final.
Las distintas ideas políticas en torno a
las actitudes, ideas y acciones de los príncipes o gobernantes tienen
en el también vallisoletano actor Fernando Cayo un
perfecto transmisor, ya que entra de lleno en el contenido político
haciéndonos en un momento determinado partícipes de su verdadera
existencia en el instante en el que comienza la obra, todo un disfraz en
varios sentidos para ocultar una terrible realidad que se destapa poco a
poco.
Fernando Cayo, en un momento de la obra. Sergio Parra |
Con una esclarecedora segunda parte, el espectáculo muestra la verdadera cara de Maquiavelo,
que no desvelo para quien desee interesarse en su figura y lo que le
aconteció, porque si lo cuento destripo el espectáculo, y es una forma
de animar a los lectores a que la vea no ya en Sevilla sino, por
ejemplo, en Madrid, donde se representará en los Teatros del Canal. Ah, y
para los curiosos de los recursos teatrales les dejo un acertijo : que
adivinen a quién pertenece la femenina voz en off que se oye en un
momento de la función. Todos estos ingredientes hacen muy apetecible El Príncipe,
una función con muchos mensajes y que ofrece a los espectadores una
oportunidad de pensar en la situación política actual y en la de hace
siglos, que, parece mentira, en muchos aspectos parece no haber cambiado
mucho.
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