jueves, 25 de enero de 2018

"El joven Karl Marx": Amistad y lucha

Hacer una película sobre un personaje real es una labor peliaguda, porque, exactitudes e inexactitudes con respecto a la verdad aparte, los elementos dramáticos, sean de la índole que sean, han de estar presentes para no caer en, hablando claramente, el aburrimiento. Para no detener en este punto la crítica, un servidor va a señalar sólo dos logradas películas que tratan la vida y obra de personas célebres por, valga la redundancia, su vida y, sobre todo, su obra donde, a la recreación histórica, hay que sumarle un sólido guión que hace no sólo llevadero sino muy entretenido el viaje por la vida de la persona retratada: El tormento y el éxtasis (Carol Reed, 1965) y Amadeus (Milos Forman, 1984). Ambas tienen en común un guión con una sólida base literaria, en el primer caso la aclamada biografía novelada sobre Miguel Angel escrita por Irving Stone y en el segundo la exitosa obra de teatro sobre la rivalidad entre Mozart y Salieri salida de la mente de Peter Shaffer.

En el caso de El joven Karl Marx (coproducción entre Alemania, Francia y Bélgica), el director haitiano Raoul Peck, responsable del documental I am not your negro (2016), coescribe un guión (sin aparente base escrita previa) junto a Pascal Bonitzer y Pierre Hodgson, donde se realiza una semblanza de Karl Marx (1818-1883) que, todo hay que decirlo, tiene aciertos y algunos agujeros. Abarca desde el inicio de la relación de amistad con Friedrich Engels (1820-1895) hasta la publicación del Manifiesto Comunista, que ambos coescribieron.

Peck da mucha importancia a la relación entre ambos hombres, que evoluciona desde una desconfianza inicial a una amistad profunda y sincera, sin dejar de lado el ambiente de aquellos años previos a la revolución de 1848. Si bien es cierto que el guión no es un plomo, ya que la acción va avanzando a veces con paso lento pero firme, en ocasiones hay parones con discusiones ideológicas y políticas que lastran un poco la historia, aunque también es verdad que, si se quiere hablar de Marx y Engels estas partes deben incluirse, más dinamismo hubiese mejorado el resultado final.

Otro factor chocante, al menos para un servidor, es que hay una descompensación en el peso que Marx y Engels tienen en la historia. Al llevar la película el nombre de Karl Marx en el título, sorprende el protagonismo que adquiere Engels en la historia siendo para un servidor, en muchas ocasiones, más interesante este último que el propio Marx. Por lo tanto no hubiera estado mal incluirlo en el título, porque la película va sobre los dos, de su amistad y de su trabajo conjunto. Esto es un problema de guión porque las interpretaciones de ambos actores están logradas.

August Diehl, conocido por su personaje en Malditos bastardos (Quentin Tarantino, 2009), había trabajado antes en títulos como El noveno día (Volker Schlöndorff, 2004) o en la oscarizada película austriaca Los falsificadores (Stefan Ruzowitzky, 2007). ha sido visto en nuestras pantallas más recientemente en Aliados (Robert Zemeckis, 2016). Da vida a un Marx en ocasiones apocado que contrasta con la composición minuciosa de Stefan Konarske, (visto recientemente en Valerian y la ciudad de los mil planetas de Luc Besson) a la hora de dar vida a Engels con un aliciente destacado: su contradicción vital ya que luchaba a favor de los obreros y su familia los explotaba al ser responsables de una fábrica.

La película también le da su lugar a las mujeres de ambos sobre todo a la de Marx, Jenny, y muestra su compromiso con el trabajo de su marido. En el reparto también destaca Olivier Gourmet, actor fetiche de los hermanos Dardenne desde los tiempos de La promesa (1996) encarnando a Pierre-Joseph Proudhom, al que Marx replicó algunas de sus obras.

El joven Karl Marx es un filme bien ambientado con buenos propósitos que se deja ver pero tampoco entusiasma. Es correcto en forma y fondo con una mirada al final a base de imágenes reales de momentos y personajes históricos de todo el siglo XX acompañado por la mítica canción Like a rolling stone de Bob Dylan, para mostrar al público que, por lo que lucharon Marx y Engels, aún sigue existiendo aunque se haya evolucionado tecnológicamente. 

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