lunes, 22 de enero de 2018

"120 pulsaciones por minuto": Por una vida mejor

El SIDA ha sido la enfermedad que mayores estragos y terror causó en las dos últimas décadas del siglo XX, desde los primeros casos en 1981 en Estados Unidos. La alarma se acrecentó cuando personas famosas fueron víctimas de ella. Uno de los casos más recordados fue el del actor Rock Hudson quien se vio obligado a abandonar la serie Dinastía debido a los estragos que la enfermedad estaba causando en su salud. El cine ha reflejado en numerosas producciones la problemática del SIDA, desde el descubrimiento de la enfermedad en la TV movie En el filo de la duda (Roger Spottiswoode, 1993) hasta dramas ya sea con una trama legal de por medio como fue el caso de Philadelphia (Jonathan Demme, 1993) o intimistas como la TV movie Al caer la noche (1997) el debut en la dirección de Christopher Reeve tras su fatídico accidente que contó con Robert Sean Leonard, Glenn Close, Whoopi Goldberg o Bridget Fonda en el reparto.

Pues bien, Francia no fue para nada ajena a esta dura realidad y lo demuestra con 120 pulsaciones por minuto, un ejemplo más de una cinematografía comprometida política y socialmente como demuestra gran parte de la filmografía de Robert Guédiguian o el filme Une vie violente (Thierry de Peretti, 2017) sobre el movimiento de liberación corso, por ejemplo. 

El director y guionista  marroquí Robin Campilo se inspira en su propia experiencia personal como miembro de la ACT UP, asociación activista a favor de la mejoría de las condiciones de vida de  losafectados por el VIH, inspirada por la homónima creada en Estados Unidos en 1987. La francesa se creó en 1989 y en las reuniones y acciones centra Campillo su atención. Habitual guionista de Laurent Cantet, en su filmografía destacan títulos como El empleo del tiempo (2001), La clase (2008) o el último filme de Cantet estrenado, El taller de escritura, visto por un servidor, como el mencionado título de Peretti, en la última edición del Festival de Cine Europeo de Sevilla. Campillo escribe (junto con Philippe Mangeot) y dirige con 120 pulsaciones con minuto su tercer largometraje tras La resurrección de los muertos (2004) y Eastern Boys (2013).

120 pulsaciones por minuto nos mete de lleno en las actividades de la citada ACT UP durante el gobierno de Miterrand en los 90 cuya lucha pone de manifiesto sus principales objetivos: desde campañas de prevención hasta protestas en las calles. El filme de Campillo pone el dedo en la llaga al tratar el miedo el miedo de la sociedad francesa causado por el SIDA y el desconocimiento de gran parte de la población sobre las personas que pueden contagiarse y la forma. Desde el primer momento se nos muestra que los miembros del ACT UP saben que no sólo los homosexuales pueden contraer la enfermedad, sino también heterosexuales, drogadictos y prostitutas.

El filme tiene sus momentos más logrados en la recreación de las actividades de la organización, como la irrupción en un liceo para informar o el ataque a una empresa farmacéutica para lograr medicamentos mejorados. Concretamente por este aspecto a un servidor se le vino a la cabeza Dallas Buyers Club (Jean-Marc Valée, 2013) y cuyo protagonista encarnado por Matthew McConaughey (por el que obtuvo el Oscar) luchaba por el mismo objetivo. Es interesante por otro lado ver los debates y las diferencias de opiniones de los miembros de la ACT UP en cuanto a maneras de actuar y objetivos. Campillo logra en estas sesiones un realismo que viene motivado por las actuaciones de actores jóvenes pero con experiencia como Adèle Haenel, quien debutó con trece años en Los diablos (Christophe Ruggie, 2002) y que ha trabajado con cineastas como Bertrand Bonello (Casa de tolerancia, 2011 , y Nocturama2016) o los hermanos Dardenne (La chica desconocida, 2016) o  Antoine Reinartz, como cabezas de la organización.

Sin embargo, da la sensación de que Campillo mete dos películas en una al ir del retrato colectivo al drama intimista al enfocar su atención sobre la relación sentimental que se establece entre dos miembros de la organización. Hay un momento en que el filme se centra en esta pareja interpretada megistralmente por los jóvenes Arnaud Valois (Nathan) y el actor argentino Nahuel Pérez Biscayart (Sean), que culmina en un desenlace triste con una atmósfera muy lograda pero que a un servidor le pareció pertenecer a otra película. De esta relación también destaca una conversación donde Nathan evoca una relación del pasado que le marcó y le condicionó a la hora mantener relaciones sexuales. En dicha conversación está muy lograda la sensación de aislamiento, ya que no dejan de estar en la reunión de la ACT UP.

Sin hacer concesiones, mostrando sexo explícito, las acciones que la ACT UP, algunas transgresoras o políticamente incorrectas y con un tramo final dramático logrado, 120 pulsaciones por minuto, Premio del Jurado en el Festival de Cannes, se resiente un poco por su duración y el deseo de querer contar muchas cosas. Sin embargo, el conjunto es digno de elogio. 

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