martes, 6 de marzo de 2018

"La última bandera": Tres viajan juntos

Con el paso de los años algunos cineastas confirman que tienen algo que los hace especiales. Para un servidor, Richard Linklater es uno de ellos. Desde sus comienzos dio muestras de tener una especie de don para contar historias y embarcarse en proyectos no convencionales. Si no fuese así no se entendería el éxito de la trilogía que inició con Antes del amanecer (1995), y que luego finalizase con Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013) sin perder el pulso narrativo con una misma pareja protagonista, Ethan Hawke y Julie Delpy, y su historia de amor a lo largo de los años.

De igual modo las películas de animación Waking Life (2001) o A Scanner Darkly (2006) así como ese gran experimento que fue Boyhood (2014) donde se seguía la vida de un niño hasta que llega a la adolescencia, rodado en tiempo real a lo largo de los años, sin artificios, son ejemplos de una mente llena de ideas y amor al cine.

Con estos antecedentes no es de extrañar que Linklater esté detrás de La última bandera, una película más convencional que las citadas anteriormente pero armada de corazón. Linklater adapta junto a Darryl Ponicsan la novela de este último, un autor que irrumpió con fuerza en 1973 con la adaptación de otra novela de su autoría, El último deber, dirigida por Hal Ashby y protagonizada por Jack Nichloson y Randy Quaid (quienes recibieron una nominación al Oscar por este filme).

En el caso La última bandera, Linklater sabe insertar momentos cómicos en una historia muy dramática, ya que trata de un hombre que busca a dos amigos con los que combatió en Vietnam para que le acompañen a buscar el cadáver de su hijo, fallecido en Irak, y trasladarlo a su ciudad natal para enterrarlo.

Linklater se rodea de un trío de ases de primera para encarnar a estos amigos con un pasado en común y cuyo reecuentro removerá recuerdos divertidos y otros donde el sentimiento de culpa está muy presente. Lo bueno de los actores protagonistas es que son diferentes de por sí, por trayectoria, y, al mismo tiempo, se les da a cada uno un papel que, además de irles como anillo al dedo, nos da la ocasión de disfrutar de sus capacidades interpretativas.

Bryan Cranston se erige por méritos propios en el rey de las escenas. El carácter desenfadado de su personaje, de vuelta de casi todo, y con un carácter chulesco, donde ya ni la autoridad de los altos mandos le impone. le otorga al Walter White de Breaking Bad (en cuya trayectoria previa a ese boom catódico, Malcolm in the middle aparte, se encuentran intervenciones en Falcon Crest o Se ha escrito un crimen) la oportunidad de encarnar un hombre lleno de buenos sentimientos pero con un encantador descaro.

Steve Carell, en la piel del padre que ha perdido a su hijo en Irak, da una lección de contención dramática para despejar cualquier duda de su calidad como actor dramático fuera del terreno de la comedia, algo que ya evidenció desde que protagonizase Pequeña Miss Sunshine (Valerie Faris y Jonathan Dayton, 2006). La lectura de una carta en el tramo final es un momento en el que se luce especialmente y da además un sentido a todo lo visto con anterioridad.

Por su parte Laurence Fishburne, eterno Morpheus de la saga Matrix, compone a un hombre de la Iglesia que tiene una serie de cambios emocionales y que dibujan su carácter como ser humano, que se debe a Dios y a los hombres, de ahí algunos momentos donde choca sobre todo con el personaje de Cranston.

Uno de los puntos fuertes de la historia de La última bandera es la constatación de la similitud entre todas las guerras, hayan ocurrido en el presente o hace cuarenta años: en todas se viven experiencias que marcan de por vida, se crean lazos indestructibles y se actúa muchas veces motivado por la sinrazón que una guerra es ya de por sí. Es por ello que el encuentro de los tres personajes con el mejor amigo del fallecido sirva para demostrar lo expuesto anteriormente. Aparte de todo esto la película tiene situaciones cómicas con motivos como la compra y uso de un móvil o los recuerdos  de las experiencias sexuales vividas en las respectivas contiendas bélicas.

El logrado tono de la película está complementado con la música de Graham Reynolds, que ya predispone a lo que se va a presenciar en la última muestra del talento de Linklater: una historia de amistad, recuerdos, remordimientos y, sobre todo, sentimientos, bien contada, dirigida e interpretada.

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