lunes, 20 de agosto de 2018

"Buenos vecinos": Mala sombra

La convivencia nunca es fácil. Las personas con las que se comparte edificio o zona de residencia pueden dar lugar a situaciones cómicas, dramáticas o de declaración de guerra directamente. La ficción ha mostrado lo dicho en todas sus vertientes: Desde el humor disparatado con situaciones increíbles no, lo siguiente, en, por ejemplo, las series televisivas Aquí no hay quien viva (2003-2006) y su "continuación" La que se avecina, aún en emisión, hasta desgarradores dramas, como el que reflejó el gran escritor Vicente Blasco Ibáñez en la huerta valenciana en su novela La Barraca (1898), la cual se llevó al cine en 1945 y luego tuvo una extraordinaria adaptación televisiva en 1979 que marcó, dirigida por León Klimovsky y encabezada por Álvaro de Luna, Marisa de Leza, Lola Herrera y Victoria Abril.

Pues bien, sin llegar a la excelencia del último título referido el cineasta islandés Hafsteinn Gunnar Sigurdsson, plantea unas desavenencias entre dos parejas que viven pared con pared en Buenos vecinos (título con una ironía tremenda una vez vista la película) su tercer largometraje. 

Para hacer una comparación, si en la obra de Blasco Ibáñez, los nuevos inquilinos de la barraca estaban condenados, fueran quienes fueran, a padecer la ira de los vecinos por un juramento al morir el anterior propietario (por lo que la guerra está servida desde el primer momento), en esta coproducción entre Islandia, Dinamarca, Polonia, Alemania y Francia el motivo del conflicto es la sombra que proyecta un árbol que posee un vecino en el patio del otro.

Entrando ya en análisis, se puede decir que el hecho de que el motivo sea tan superfluo como la sombra de un árbol sirve para poner en solfa la condición humana porque la película va de mal en peor mostrando las trágicas consecuencias de acciones que se hacen únicamente para fastidiar al prójimo ya que hay un momento en el que los límites morales desaparecen como demuestra el destino de una mascota por el simple hecho de que la propia ha desaparecido y se piensa que los responsables han sido los vecinos sin ninguna prueba (ahí un servidor cree que el director se pasó varios pueblos). Todo ello con un supuesto humor negro que un servidor no ve por ningún lado.

Buenos vecinos tiene su lado más frágil en querer unir dos historias que por separado funcionan pero que, a juicio de un servidor, cuesta que conecten entre sí, incluso hay una escena en la que parece de otra película. La separación del hijo de una de las parejas de vecinos está tratada bien aunque el motivo por el que es echado de casa por la mujer es de traca y su historia interesa pero de manera independiente. Del mismo modo están muy bien perfiladas las parejas de vecinos en conflicto, con una amargura por parte precisamente de la madre del hombre mencionado (magistral la actriz Edda Björgvinsdóttir) que muestra cómo se vive con un dolor provocado por un hecho del pasado o no aceptado o no verificado (un servidor aclara que no justifica con ello las acciones que lleva a cabo). 

Los actores están todos espléndidos, desconocidos por estos lares por lo menos para un servidor pero Sigurdsson demuestra tener madera de buen director, otra cosa es el desarrollo de la historia, con una situación que se va de las manos cerrando con un plano que es una constatación de la sinrazón de algunas acciones que se llevan a cabo.

Buenos vecinos, con sus defectos, que los tiene no deja de ser una película notable de una cinematografía de las que nos han llegado títulos de resultados dispares como la obra de Baltasar Kormákur, cuya carrera se mueve entre su país de origen y Hollywood, cuyo último ejemplo fue la irregular A la deriva o películas como Corazón gigante (Dagur Kari, 2015) o Heartstone (Gudmundur Arnar Gudmundsson, 2016). Buenos vecinos podía haber dado más aunque lo que muestra ya es suficiente para que el género humano se autoanalice y compruebe las barbaridades que se hacen por motivos directamente absurdos.  

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