jueves, 27 de septiembre de 2018

"Carmen y Lola": Palomas al vuelo

En la sociedad actual siempre es de agradecer que haya personas que, con valentía, traten con naturalidad temas tabú (no para todo el mundo, hay que aclarar). Eso es lo que ha hecho la cineasta Arantxa Echevarría dirigiendo y escribiendo la película Carmen y Lola. Uno de los motivos principales no es, en opinión de un servidor, que trate la relación amorosa entre dos mujeres, sino que éstas sean gitanas.

Echevarría, curtida en el cortometraje y en el documental, presenta una película, que, en términos generales, está muy bien contada, con una delicadeza extrema y una sensualidad que se palpa en el ambiente. Miradas, el roce de una mano, besos delicados o, simplemente palabras llenas de amor en cartas o pintadas en grafitis, son elementos con los que la directora muestra una relación que, también hay que decirlo, no es nada idílica y eso también hay que ponerlo en alza.

La película también destaca por mostrar con respeto pero sin cortarse las costumbres gitanas, desde las pedidas de mano hasta las vestimentas. Esto sería lo más suave. Sin embargo, Echevarría no tiene reparos en mostrar a las claras las actitudes machistas y de intolerancia que tienen lugar en el seno del entorno en el que viven las protagonistas, con temas como el honor, la importancia del qué dirán o ver como algo que debe curarse el que dos personas del mismo sexo puedan enamorarse, tratados abiertamente. En este sentido, en cuestión de entornos, es la antítesis por ejemplo, de la hermosa Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017) donde el protagonista vivía en un ambiente liberal y comprensivo por lo que, a pesar del sufrimiento por otras circunstancias, sí pudo disfrutar de una experiencia sentimental y sexual inolvidable para él y para muchísimos espectadores.

Un servidor no puede obviar que en Carmen y Lola hay momentos de verdadera hermosura, y, para no extenderse demasiado, se queda con una escena en el interior de una piscina vacía, donde la sensualidad y el amor se palpa. Además tiene la virtud de mostrar una relación que se va cimentando poco a poco y, un servidor reitera la idea, el entorno es fundamental para entender, en primer lugar, que las jóvenes protagonistas tengan que esconderse para vivir su amor. Por otro lado, un servidor no pudo dejar de intuir en una escena una clara inspiración, por otra parte normal, del universo del genial Federico García Lorca, en concreto de esa obra de teatro magistral que es La casa de Bernarda Alba donde, como aquí, una mujer se lamenta de ser mujer y no hombre, por estar abocadas por ello a un destino que no desean tener.  

Pasando ya al terreno de las interpretaciones es indudable la naturalidad y frescura con la que las actrices debutantes afrontan personajes complejos. Zaira Romero da vida a Lola, una joven que sufre por un amor en principio no correspondido pero que ella siente de manera intensa desde un primer y hermoso cruce de miradas, donde ella particularmente desprende amor por los cuatro costados. Por su parte, Carmen, interpretada por Rosy Rodríguez, es una joven condicionada por un compromiso matrimonial y es muy buena la evolución que tiene porque pasa de un rechazo a la entrega absoluta, de ahí que la película trate otro tema importantísimo: la auto aceptación de cómo uno es y siente. 

Por otro lado un servidor se quedó prendado del personaje interpretado por Carolina Yuste, una joven y talentosa actriz a la que un servidor vio en teatro junto a Emilio Gutiérrez Caba, Ángela Molina y Ernesto Arias en César y Cleopatra dirigida por Magüi Mira y donde Yuste daba vida a la Reina del Nilo en su juventud. Paqui, el personaje que interpreta en Carmen y Lola, es un oasis donde impera la comprensión y las ideas claras mostrando sin acobardarse lo que piensa y lo que dice con todas sus consecuencias. Es un personaje que aporta y desprende luz y esperanza.

A nivel de actuaciones un servidor tampoco puede dejar de reseñar el trabajo de la actriz Sandra Toral con un personaje esencial, muy bien aprovechado, ya que desencadena los acontecimientos del último tercio del filme. Toral, que debutó en el cine nada más y nada menos que junto a Francisco Rabal, José Sacristán y Charo López en la hipnótica Epílogo (Gonzalo Suárez, 1984) y de extensa trayectoria teatral, formando parte, por ejemplo, del mítico montaje de Luces de Bohemia de Valle-Inclán que dirigió Lluis Pasqual encabezado por el gran José María Rodero, o dando vida a la protagonista de La Heredera, adaptación de la novela Washington Square de Henry James (haciendo el personaje por el que Olivia de Havilland ganó su segundo Oscar gracias a la adaptación cinematográfica dirigida por William Wyler en 1949). Su actuación es un muy buen ejemplo de cómo sacarle jugo a un personaje.

Si hay que encontrarle alguna pega a la película es, en opinión de un servidor, la precipitación de los últimos cinco o diez minutos, algo más acelerados en comparación con el ritmo que llevaba la película previamente pero que no empaña el conjunto de una película necesaria y rodada de un modo que hace de su visionado un viaje muy llevadero para visibilizar una realidad muy específica y que tiene que ver con la libertad y el derecho a amar a quien se quiera.

Echevarría ha hecho un gran favor por esas palomas volando a ras de suelo que no se detienen como decía la joya musical que es la canción Mujer contra mujer de Mecano, una maravilla que formó parte del album Descanso dominical (1988) y cuya letra se puede hermanar con Carmen y Lola perfectamente.       

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