Que el anime o cine de animación japonés goza de buena salud no hay quien lo discuta, sobre todo porque, como se ha reflejado en críticas de otras películas de este género en este blog, existe un buen relevo de los maestros Hayao Miyazaki y el fallecido Isao Takahata en otros realizadores como Makoto Shinkai responsable de, por ejemplo, Viaje a Agartha (2011) y esa maravilla que es Your Name (2016), Hiromasa Yonebayashi, responsable de El recuerdo de Marnie (2014) o Mary y la flor de la bruja (2017) o Naoko Yamada con el bullying centrando la lograda A silent voice (2016).
A esta lista se debe añadir sin duda Mamoru Hosoda, director que se forjó en la serie Digimon debutand, en el año 2000 en la dirección de largometrajes en una historia derivada de la mencionada serie y comienza a destacar con dos títulos: La chica que saltaba a través del tiempo (2006) y Summer Wars (2009) tras las cuales funda los Estudios Chizu, cuyo emblema es la figura de la protagonista del citado filme de 2006. Con este sello dirige las notables Wolf Children. Los niños lobo (2012) y El niño y la bestia (2015). Todo ello es previo a Mirai, mi hermana pequeña (2018) filme que centra esta crítica y que fue nominado al Oscar en la última edición celebrada el mes pasado.
Mirai, mi hermana pequeña mezcla, como mandan los cánones del buen anime, el realismo con elementos fantásticos. En este caso Hosoda dirige y escribe la historia de un niño de cuatro años que ve cómo la atención ya no está tan centrada en él al nacer una hermana. Sin embargo la magia hace que haga viajes en el tiempo con personas y animales de su propia familia, los cuales le harán vivir momentos inolvidables y que le harán cambiar su perspectiva de esa realidad.
Hosoda imprime una dosis de costumbrismo que, aún siendo un filme protagonizado por un niño peca en ocasiones de ser infantil en exceso, con situaciones demasiado estiradas y forzadas. También hay que decir que estos viajes en el tiempo, producidos con unas curiosas transiciones, siguen una fórmula repetitiva que a un servidor cansó un poco, lo cual merma un guión bien construido de base ya que se mencionan anécdotas familiares que luego se verán reflejadas en imágenes por lo que no son historias banales, pero a la hora de mostrarlas, salvo una que robó el corazón a un servidor totalmente, es otro cantar.
Sorprende que el propio Hosoda admita como influencia El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973), puesto que la historia que cuenta es muy diferente al filme que dio a conocer a una Ana Torrent niña que cautivó con esos ojos oscuros. Lo cierto es que Mirai, mi hermana pequeña es irreprochable a nivel visual. Hosoda aquí sigue la tradición al pie de la letra del anime e incluso innova introduciendo un personaje irreal que está diseñado de una manera diferente para subrayar esa citada irrealidad.
Con una mirada puesta muy fijamente en el modelo familiar actual, en lo referente a los roles del hombre y de la mujer, con tareas asociadas a uno que realiza el otro, con las consecuentes incidencias de la inexperiencia, el nuevo filme de Hosoda no es un paso atrás en su carrera ni mucho menos, pero un servidor admite que, aún teniendo momentos hermosos, también contiene pasajes que lastran algo el conjunto a nivel narrativo.
Hemos tenido la misma visión del film .
ResponderEliminarUn saludo
Gracias,estoy muy interesado en leer su visión, saludos
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