Carlos Martínez-Abarca se encuentra ahora mismo en un momento especial en su carrera. Acaba de estrenar, en su faceta de director, Equus de Peter Shaffer, lo que supone que vuelva a representase en Madrid una obra importante en la historia del teatro en España que no se veía en la capital desde el famoso montaje de 1975 dirigido por Manuel Collado e interpretado por Juan Ribó, María José Goyanes y José Luis López Vázquez.
La obra se representa de jueves a sábado a las 20:30 horas y los domingos a las 20 horas en la Sala Arte y Desmayo (C/Baleares, 14) mismo nombre de la productora que la ha conseguido poner en pie gracias a una exitosa campaña de crowdfunding. La obra está interpretada por Juanma Gómez, Elia Muñoz, Sergio Ramos, Pablo Méndez, Magdalena Broto, Natalia Fisac, María Heredia, Iñigo Elorriaga, Roberto González y Cristina Arranz.
Martínez- Abarca, formado en el Laboratorio William Layton, ha trabajado con maestros como José Carlos Plaza (en obras como Splendid's, La sonrisa etrusca o Yo, Caludio) o Miguel Narros (La dama no es para la hoguera), entre otros tiene una amplia experiencia como actor, director y ayudante de dirección y habló amablemente a El Rinconcillo de Reche de los entresijos de este actual montaje de Equus y de algunas obras en las que ha participado ejerciendo alguna de las tres facetas mencionadas que él ha desarrollado a lo largo de su carrera. Pasen y lean.
Carlos Martínez-Abarca. Sara Amo |
Pregunta: ¿Qué es lo que hizo de Equus su próxima obra para a dirigir?
Carlos Martínez-Abarca: El proyecto parte del actor protagonista, Juanma Gómez que interpreta a Martin, el psiquiatra, quien a su vez es coproductor junto con Álvaro Gómez. Ambos llevan la sala Arte y Desmayo y yo ya había trabajado con ellos haciendo El Coleccionista, que fue muy bien y me propusieron Equus para que la dirigiese. Tras darle vueltas vimos que era una obra que pedía la cercanía del público y eso me desafió a seguir adelante. Además hubo un suceso que me dio mucha más fuerza para dirigir esta obra: Cuando Andreas Lubitz estrelló el avión contra Los Alpes la sociedad, la compañía y los estamentos de
poder se horrorizaban por no poder controlar los mecanismos
humanos o tecnológicos que aseguren un comportamiento "normal" y
previsible. Yo creo que es imposible controlarlo, y ese empeño por
hacerlo es lo que me horroriza. Creo que Shaffer nos alertaba sobre
ello. No podemos aspirar a conseguirlo y, si lo conseguimos, ¿cuál es
el precio que pagaremos? Lo doblemente terrible es que al hacerse con
las mejores intenciones, estos hábitos de control acabamos por
aceptarlos y darlos por buenos.
P: Equus es una obra muy importante para el teatro en España y además tiene mucha tela que cortar. Como director ¿qué aspecto ha querido potenciar en este montaje?
C.M-A.: Para mí el motor es el propio psiquiatra que se ve confrontado a la pregunta que le lanza Equus, ese dios imaginario que Alan, el paciente, le trae cuando llega a la clínica: ¿Crees que puedes comprenderme? ¿Crees que puedes acabar conmigo? Martin es quien cuenta la historia tiempo después de tratar a Alan, que es el catalizador de la historia, con el que podemos empatizar pero el público lo va a sentir más lejano. En cambio con el psiquiatra sí que se establecen más puentes de comunicación. Había que incidir en hasta dónde estamos dispuestos a llegar en nuestras vidas para conseguir lo que se denomina normalidad, cuál es el precio que vamos a pagar por ser previsibles.
P.: La obra trata temas como la religión y la sexualidad ¿ha potenciado uno más que otro o van de la mano?
C.M.-A.: Van ambos de la mano porque Shaffer es muy listo ya que hace que la manera que tiene Alan de venerar al caballo lo convierta en un místico. La mística religiosa tiene que ver con un éxtasis y el personaje tiene diecisiete años y es virgen por lo que la devoción hacia el caballo lo convierte en un catalizador de su propia sexualidad. La obra te obliga a que sea una moneda de dos caras.
P.: Yo tuve la oportunidad de hablar con Daniel Freire y Miguel Ángel Solá quien había hecho la obra y me comentó que el desnudo masculino ocultaba una descarga sexual sobre un caballo, que se quiere ocultar y que al ser los caballos articulados o interpretados por actores, lo convertían en una especie de ser medio humano medio animal que hacía de la escena muy potente...
C.M.-A.: Efectivamente, es un momento escalofriante que nosotros resolvemos con todos los actores que interpretan a los caballos mezclándose con Alan, siendo a la vez bello y tremendo y, cuando él cabalga por la noche está claro que es un acto sexual. Pero cuando Shaffer pide el desnudo integral más explícitamente es cuando Alan intenta acostarse con la chica y después ciega a los caballos. Ahí la desnudez tiene poco matiz sexual, muestra una vulnerabilidad enorme al mismo tiempo que se ejerce un acto violento y salvaje.
Una escena del montaje de Equus. Juan Millás |
P: Por la naturaleza de la obra ¿es de las que exigen que haya una compenetración máxima entre todos los componentes del equipo?
C.M.-A.: Aquí el espíritu de compañía es básico y hay una piña dentro de la piña que es la formada por los actores que interpretan a los caballos. Hay química entre ellos y la sala porque tienen que trabajar con la máscara puesta. Quisimos formar una familia profesional porque esta obra lo requiere. Hay además dos lenguajes lenguajes, el físico de los actores que hacen de los caballos y luego el trabajo de los "humanos" y planteé trabajar como si fuese cine. Es una obra en la que o vas de la mano de todos tus compañeros o no sale. Hemos conseguido una gran unión entre todos.
P.: ¿Qué puede contar de las reacciones del público?
C.M.-A.: Pues la verdad es que se acerca un público muy variopinto. De hecho tenemos constancia de una sola persona que vio el montaje de 1975 en Madrid. Son personas que vienen con nada a priori por lo que se ve una recepción más pura del espectáculo. La gente está tan cerca del escenario que bloquea la exteriorización de las reacciones. He visto cara con la boca abierta durante tres minutos y, a veces bajan la vista y no pueden ver al actor porque se les viene encima. Hay un entusiasmo general y suelen explotar en el aplauso.
P.: ¿Qué destacaría de las señas de identidad de Arte y Desmayo?
C.M.-A.: Considero que es una apuesta muy valiente al estar en lugar no céntrico de Madrid y los hermanos Gómez concibieron un lugar donde haya uno o dos espectáculos por temporada combinándolo con uno infantil o uno de noche y la apuesta es por un texto que atraiga, como ocurrió con El Coleccionista, que genera un gancho comercial pero son obras que te confrontan por la profundidad que tienen esas obras y si se hacen bien la gente sale tocada tras ver la función, por lo que combinar estos elementos no es fácil, y cuando quieren sacar algo adelante te dan mucha libertad creativa por lo que , en ambos casos, yo me he sentido como un niño con juguetes.
P.: Entrando en la parte de la entrevista que yo denomino "de recuerdo" y hablando de espacios ¿Qué le viene a la cabeza si le digo Mérida y Yo,Claudio?
C.M.-A.: Significa irnos al oto extremo. Es otro lugar mágico y lo que recuerdo de primeras es la advertencia de no hacer fotos durante el espectáculo y, cuando terminaba, sobre todo en la última función, había una "muralla" de tres mil personas tirando fotos con flashes, y el público aullaba de emoción.
P.: Además tengo entendido que vino a verlo el hijo de Robert Graves, el autor de las novelas en las que se basaba el montaje...
C.M.-A.: Así es, y no sólo eso sino que nos invitó a todos a la casa que su padre tenía en Mallorca donde escribió su obra, que es una especie de casa museo. Era un señor encantador y estaba maravillado al comprobar que las novelas de su padre podían dramatizarse y viendo a Héctor Alterio haciendo ese personaje de manera espectacular. Además batimos en aquel momento el récord de asistencia del Festival y era la edición número 50. Todo ello hizo que él expresase que se sentía recompensado y encantado con lo que estaba viendo.
P.: Supongo que pisar el escenario de Mérida tuvo que ser muy especial para usted...
C.M.-A.: Mucho. Yo recuerdo mirar a la luna y recordaba el Calígula de Camus que yo me estudié para darle más dimensión a mi personaje, levantaba el puñal hacia la luna para decir que yo la quería y veía que la tenía ahí y luego estaba rodeado de estatuas romanas con el cielo lleno de estrellas.
Junto a Héctor Alterio en Yo,Claudio dando vida a Calígula |
C.M.-A.: Es mi amigo desde hace más de veinte años. Estudiamos juntos en el Laboratorio de William Layton y nos hicimos amigos nada más conocernos.
P.: En Yo, Claudio trabajó con el maestro José Carlos Plaza, que, si no estoy mal informado, también le dio clases...
C.M.-A.: Así es. Al acabar el tercer año en el Laboratorio tuvimos unas sesiones de trabajo como de preparación de cara al mundo profesional y luego entrenamos con él cuatro o cinco años al terminar los estudios. Ha sido fundamental en mi carrera.
P.: Yo sí pude ver dos montajes espectaculares en las que usted fue ayudante de dirección de Blanca Portillo: La Avería y Don Juan Tenorio. Si no recuerdo mal, anteriormente ya trabajó de ayudante de dirección en Afterplay que Plaza dirigía y ella protagonizaba...
C.M.-A.: Exacto. Allí nos volvimos a encontrar, porque nos conocíamos ya años atrás. Fue grata experiencia y un reencuentro donde sentimos que nos reconocíamos. Blanca es una persona muy directa en el trato y trabaja de tú a tú haciendo que todos los actores a trabajar en el mismo lugar como una piña. Ella considera que el ayudante de dirección no lo es en el sentido literal de la palabra, sino que es alguien que está con el director. A veces intento que se me considere adjunto a la dirección, dentro de un equipo de dirección, con una escala.
C.M.-A.: Es que es un actor impresionante. En La Avería estaba espléndido, pero en Don Juan Tenorio, donde él interpretaba al personaje del título, es de las ocasiones en que he visto algo extraordinario: cómo un actor identifica algo como un reto para él y no lo va a dejar pasar y no deja pasar nada, te lo da todo en el momento, no dejando algo para el día siguiente, y es la única manera de sacar un personaje de ese calibre y una obra así.
P.: Yo entrevisté a Mariana Cordero que fue profesora de él en el Centro Andaluz de Teatro y me destacó la potencia como actor que ya tenía cuando se estaba formando como actor...
C.M.-A.: Es un actor de raza que se prepara mucho cada proyecto. Tiene la capacidad, por su forma de afrontar el trabajo, de que sus compañeros, en el proceso de ensayos, le sigan y, como eso él lo tiene de impronta personal, no me extraña que ya se viese cuando daba los primeros pasos en la profesión.
P.: Otra de las personas que yo he podido conocer y que me ha fascinado es Zaira Montes, a la que usted dirigió en Cuento de invierno...
C.M.-A.: Efectivamente, es una gran actriz. Yo me encontraba con ella ensayando esa obra de William Shakespeare y era un valor seguro. En las dos últimas funciones, yo tuve que sustituir a Carlos Lorenzo, que interpretaba a Leontes y recuerdo mis momentos con ella sintiendo que deseaba coincidir en un escenario con ella. Los momentos del juicio entre Leontes y Hermíone, su personaje, eran espeluznantes día a día.
P.: Para finalizar, y volviendo a Equus ¿qué les diría a los lectores de este blog para vayan a verla?
P.: Yo sí pude ver dos montajes espectaculares en las que usted fue ayudante de dirección de Blanca Portillo: La Avería y Don Juan Tenorio. Si no recuerdo mal, anteriormente ya trabajó de ayudante de dirección en Afterplay que Plaza dirigía y ella protagonizaba...
C.M.-A.: Exacto. Allí nos volvimos a encontrar, porque nos conocíamos ya años atrás. Fue grata experiencia y un reencuentro donde sentimos que nos reconocíamos. Blanca es una persona muy directa en el trato y trabaja de tú a tú haciendo que todos los actores a trabajar en el mismo lugar como una piña. Ella considera que el ayudante de dirección no lo es en el sentido literal de la palabra, sino que es alguien que está con el director. A veces intento que se me considere adjunto a la dirección, dentro de un equipo de dirección, con una escala.
P.: Y las dos obras que haces con ella las protagoniza un sevillano, José Luis García-Pérez, que es una maravilla actuando en todo lo que le veo...
C.M.-A.: Es que es un actor impresionante. En La Avería estaba espléndido, pero en Don Juan Tenorio, donde él interpretaba al personaje del título, es de las ocasiones en que he visto algo extraordinario: cómo un actor identifica algo como un reto para él y no lo va a dejar pasar y no deja pasar nada, te lo da todo en el momento, no dejando algo para el día siguiente, y es la única manera de sacar un personaje de ese calibre y una obra así.
José Luis García-Pérez, Don Juan Tenorio. Ceferino López
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C.M.-A.: Es un actor de raza que se prepara mucho cada proyecto. Tiene la capacidad, por su forma de afrontar el trabajo, de que sus compañeros, en el proceso de ensayos, le sigan y, como eso él lo tiene de impronta personal, no me extraña que ya se viese cuando daba los primeros pasos en la profesión.
P.: Otra de las personas que yo he podido conocer y que me ha fascinado es Zaira Montes, a la que usted dirigió en Cuento de invierno...
C.M.-A.: Efectivamente, es una gran actriz. Yo me encontraba con ella ensayando esa obra de William Shakespeare y era un valor seguro. En las dos últimas funciones, yo tuve que sustituir a Carlos Lorenzo, que interpretaba a Leontes y recuerdo mis momentos con ella sintiendo que deseaba coincidir en un escenario con ella. Los momentos del juicio entre Leontes y Hermíone, su personaje, eran espeluznantes día a día.
Escena de Cuento de invierno |
C.M.-A.: Yo les diría que, como todas las buenas historias, tiene muchos niveles de lectura: se puede ver como una historia de suspense con drama, junto con violencia y sexualidad latentes en un principio, aunque luego acaben explotando. Hay suspense porque se reconstruye un hecho supuestamente delictivo a través del tratamiento de un psiquiatra, con tres líneas temporales entremezcladas. Todos esos ingredientes ya son atractivos, pero, además, hay un componente social en la obra que nos invita a reflexionar sobre el modelo de sociedad que estamos construyendo. Esto se plantea de una manera más filosófica en cuestiones de identidad, el qué nos hace humanos e individuos y cuál es el precio de sacrificar nuestra oscuridad por nuestro instinto un poco más incontrolable a cambio de una vida más civilizada.
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