En el mundo del séptimo arte hay una evidente intención comercial. No descubro nada nuevo. Premios aparte, lo que se pretende en la mayoría de las ocasiones, es recuperar en taquilla lo que ha costado una película y muchas de ellas sirven, como se suele decir, para pagar facturas, o lo que es lo mismo trabajos alimenticios. Sólo así se entiende, a los ojos de un servidor que dos actores de tanto peso como Idris Elba y Kate Winslet se embarquen en un proyecto como La montaña entre nosotros, la segunda incursión en Hollywood del prestigioso director israelí Hany Abu-Assad con dos filmes rodados en su tierra natal candidadtos al Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa: Paradise Now (2005) y Omar (2013).
La montaña entre nosotros es un filme que no es una mancha en el curriculum pero tampoco destacará, en mi humilde opinión, en las carreras de los implicados. Todo ello es debido a una historia con base literaria pero que, desde el trailer, se intuye una influencia demasiado evidente: La película Viven (Frank Marshall, 1993) que narraba los hechos verídicos de los miembros del equipo de rugby uruguayo que se estrelló en Los Andes en 1972. Pues el filme de Abu-Assad parece una versión con menos presupuesto de aquella cumbre del cine de supervivencia. De hecho, reducir el número de implicados a tres supervivientes, ya hace que se aprecie el esfuerzo de Elba y Winslet por mantener el nivel de atención del espectador durante los casi 120 minutos que dura la película, lo cual no logran al cien por cien debido a que el guión en sí hace aguas (y nieve) por muchos partes, con diálogos pretendidamente cómicos que no causan ningún tipo de reacción en el público. Y considero que media hora menos de metraje hubiese favorecido al resultado final.
Los responsables de la película seguro que se percataron de la similitud con el filme de Marshall por ello introducen el elemento romántico en el tercio final de la historia y ahí es donde se ve que el personaje de Winslet, (inolvidable en, entre otros filmes, Sentido y sensibilidad, Hamlet, Descubriendo Nunca Jamás, o El Lector, por cuya magnífica interpretación ganó todos los premios, Oscar incluido) es una mezcla de los personajes que interpretó en Titanic (James Cameron, 1997), con una escena homenaje incluida, y en Juegos secretos (Todd Field, 2006), por el lado amoroso-pasional, al que Idris Elba está a la altura demostrando su adaptación a todo tipo de proyectos, en donde la televisión ha jugado un papel fundamental (The Wire y Luther, por ejemplo, son dos joyas de su carrera). Aunque hay que decir que este mismo año ha tenido un importante varapalo de crítica y público con La Torre Oscura.
En una historia previsible, reiterando lo dicho en el propio título de la crítica, no hay mucho más que añadir, porque si constantemente se adivina lo que va a pasar, mal vamos y ni la espléndida fotografía de Mandy Walker consigue, a pesar de su belleza, que la película no se haga algo aburrida.
Ah, y en el apartado de shocks debo mencionar la presencia de un irreconocible Dermot Mulroney, por siempre el objeto de deseo de Julia Roberts en La boda de mi mejor amigo (P.J.Hogan, 1997). Tuve la misma sensación al ver a Matthew Broderick en Manchester frente al mar: La edad no pasa igual para todos.
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