viernes, 20 de octubre de 2017

"Luces de bohemia": Los claroscuros de España

No todo el mundo es capaz de tener una actitud crítica y ácida con su propio país a tumba abierta. Ramón María del Valle-Inclán es de los autores españoles que sí lo lograron reflejar en su obra siendo Luces de bohemia el mejor ejemplo de ello. Además mostró su forma de ver España de tal manera que han pasado más de noventa años desde su publicación y demuestra con toda la razón que España no ha cambiado en absoluto. Las clases sociales mezcladas, la falta de reconocimiento de los logros ajenos y la picaresca, entre otras muchas, forman parte de esa radiografía que constituye el esperpento teatral por antonomasia.

Teatro Clásico de Sevilla, gracias a la valentía de Noelia Díez y Juan Motilla  ha dado un paso más en la ampliación de su rico repertorio pasando de la corte danesa del gran montaje de Hamlet, que aún sigue su exitosa gira, con el Madrid nocturno y sus criaturas de Luces de bohemia, que ha tenido en el Teatro Lope de Vega de Sevilla su estreno nacional (donde estará en cartel hasta este domingo) y que ha posibilitado que vuelva a las tablas un título que se vio en este escenario anteriormente en el año 2002 con el montaje de Ur Teatro que dirigió Helena Pimenta, sin olvidar el montaje de 1984 dirigido por Lluis Pasqual estrenado en París y con un plantel de lujo encabezado por José María Rodero.
Momento de la función en el que aparece Valle-Inclán. Luis Castilla

Centrándonos en el montaje actual hay que resaltar la versión de Alfonso Zurro, porque ha jugado con la propia estructura de la obra y la atemporalidad de lo que en ella se cuenta para introducir elementos que no desvirtúan el texto original sino que lo enriquecen, ya que de por sí lo que Valle-Inclán escribió podía ocurrir hoy mismo. Entre los elementos modernos destacados es el cambio de sexo de algún personaje (hay ministra en vez de ministro por ejemplo) y se ha sustituido a Rubén Darío por el propio Valle-Inclán creando un juego de espejos más acorde con el universo del propio autor. La estructura en forma de flashback para saber qué llevó a la muerte a Max Estrella da al montaje un aire misterioso e incluso me arriesgaría a decir lúgubre algo que es potenciado por la portentosa luz de Florencio Ortiz (la escena final es para enmarcarla), la inquietante música de Jasio Velasco y la escenografía de Curt Allen Wilmer con esas cajas rectangulares de madera que transitan de ataúd a litera como por arte de magia y pueden ser incluso una celda.

Zurro, en el apartado de dirección, con la impecable ayudantía de Verónica Rodríguez (la cual repite esta labor con él tras El Buscón) ha vuelto a potenciar la cohesión del elenco de actores de diversas maneras, como por ejemplo, que varios de ellos hagan un coro que describa, como las acotaciones originales, los lugares donde se desarrollan varias escenas y de nuevo los intérpretes dan una lección extraordinaria.

Roberto Quintana afronta su interpretación del icónico Max Estrella acentuando su miserable existencia, con una desilusión que se va acrecentando conforme pasan las horas de su última noche con vida, después de estar con un abanico de personajes variopinto que le hacen estar en las últimas al final, muy bien escenificado con  la camisa desabotonada y expirando como Jesús en la cruz con naturalidad y reposo. Por otro lado su encarnación del señorial Marqués de Bradomín es perfecta con un porte aristocrático muy conseguido y que constituye otro guiño a la obra de Valle-Inclán (incluido en el texto original).

Latino de Híspalis tiene los rasgos de Manuel Monteagudo, quien potencia esa doble moral y una amistad que uno duda que sea tal gracias a la buena composición que hace. Rebeca Torres hace de La Pisa Bien con un descaro y desenvoltura ejemplares y está desgarradora como la madre del niño muerto. El talentoso José Luis Bustillo interpreta muy bien todos sus personajes pero, para mí, el preso, es un punto y aparte, con esa imagen tan potente descalzo, desnudo de cintura para arriba, con los ojos vendados, el torso y la barriga heridos y atadas las manos arriba. Todo ello provoca un pensamiento inevitable de lo que le han podido hacer a ese preso, catalán por cierto, otro ejemplo de la modernidad del autor de Divinas Palabras. Juan Motilla también compone todos sus personajes a la perfección desde Zaratrustra a Valle-Inclán. Lo mismo puede decirse de los diversos personajes que interpretan Juanfra Juárez, Amparo Marín y Antonio Campos. Y he de señalar el descubrimiento de Silvia Beaterio con una maleabilidad para hacer personajes tan contrapuestos como Claudinita y La Lunares.
La potente imagen de Max Estrella con el preso. Luis Castilla
Todos ellos caracterizados hasta el más mínimo detalle gracias al buen hacer de Manolo Cortés y el vestuario de Allen Wilmer ayudado por la siempre eficaz e imaginativa Mar Aguilar para jugar con el concepto de modernidad y de la miseria interna que se visualiza en el aspecto externo.

En Luces de bohemia se afirma que en España no se valora el talento pero, en el caso de Teatro Clásico de Sevilla, es de justicia reconocer un esfuerzo por ir mejorando como compañía con el paso de los años y el camino que llevan recorrido y que les queda está lleno de alegrías, gracias al amor por el teatro que todos sus integrantes ponen en cada montaje que ponen en pie.

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