Tennesse Williams estrena Una gata sobre un tejado de zinc caliente en 1955 siendo ya un autor consagrado, conocido por tratar temas controvertidos que en el cine se aligeraban, se mencionaban sutilmente o se omitían, lo que no ocurría en las representaciones teatrales. A esta obra le preceden otros éxitos como El zoo de cristal, Un tranvía llamado deseo, Verano y humo o La rosa tatuada, todas ellas ya llevadas al cine en el momento del estreno de la obra que nos ocupa. Ben Gazzara y Barbara Bel Geddes (la matriarca de la familia Ewing en la serie Dallas) fueron los que la estrenaron y desde entonces se ha repuesto en muchas ocasiones, aunque para el gran público está en el recuerdo la adaptación cinematográfica dirigida por Richard Brooks en 1958 con Paul Newman y Elizabeth Taylor encabezando un reparto que incluía a Judith Anderson (el ama de llaves de Rebeca de Hitchcock), Burl Ives y Madeleine Sherwood (estos dos últimos retomaban los papeles que interpretaron en el teatro).
En España se ha puesto en pie esta obra en varias ocasiones, siendo el montaje dirigido por Mario Gas y protagonizado por Aitana Sánchez Gijón y Carmelo Gómez en 1996 una de las más recordados y recientes en el tiempo, y el último que se vio en Sevilla fue el dirigido por Álex Rigola en el 2011 y representado en el Teatro Central. El Teatro Lope de Vega vuelve a albergar un nuevo montaje de esta obra clave del teatro contemporáneo (como muchas de las obras de Williams), esta vez dirigida por Amelia Ochandiano del que un servidor vio en el Teatro Lope de Vega hispalense sus excelentes montajes de La Gaviota de Chéjov, El caso de la mujer asesinadida de Miguel Mihura y Álvaro de Laiglesia, La casa de Bernarda Alba de Federico García Lorca y Casa de muñecas de Ibsen, además de la zarzuela La del soto del parral, en el Teatro de la Maestranza.
Centrándonos en este montaje de Una gata sobre un tejado de zinc caliente se puede afirmar que Ochandiano controla muy bien los ambientes y las tensiones que mantienen los personajes. La versión que ofrece a los espectadores tiene diálogos y réplicas crudas y directas, a lo que ayuda la ausencia de la censura que, como muchos saben metió mano en muchas obras teatrales y películas. Al no existir ya desde hace más de cuarenta años en España da la oportunidad de que se muestre a los personajes deslenguados (aclaro que este calificativo no lo expreso con connotaciones negativas) y que ciertos temas como el sexo o las dudas sobre las inclinaciones sexuales se pongan sobre la mesa sin cortapisas. El montaje tiene la virtud, al menos en mi caso de que te olvides de la película de Brooks y eso favorece a la hora de disfrutar y apreciar este montaje teatral.
La iluminación de Felipe Ramos ayuda a los distintos ambientes que se muestran en la obra, desde el cálido que representa el calor interno y el deseo sexual de Maggie hasta el nocturno tormentoso, acorde con las tensiones familiares que explotan mostrando una tormenta externa e interna al mismo tiempo. Por otro lado, la escenografía de Ricardo Sánchez Cuerda reproduce el dormitorio de Maggie y Brick, centro neurálgico de la acción y que muestra dos de los temas de la obra: el sexo y el alcoholismo. Por su parte el vestuario de María Luisa Engel sirve para definir a los personajes: el rojo del vestido de Maggie es otro símbolo de la pasión que guarda en su interior o el verde de Marta Molina sirve para mostrar que es, y permitan que cambie la expresión, un reptil con piel de cordero.
Con respecto a las interpretaciones Begoña Maestre (de gratos recuerdo gracias a trabajos televisivos como Motivos Personales, la segunda temporada de Amar en tiempos revueltos, u Hospital Central) interpreta a una Maggie que es una gata con garra, mostrando a las claras el fuego que le corre por dentro, el arrojo al enfrentarse a sus cuñados y el sarcasmo en muchas de sus réplicas. La escena con la que comienza la obra es prácticamente un monólogo de ella con algunas intervenciones de Brick que ponen de manifiesto en el punto en el que la actriz ha tomado al personaje, saliendo con sobresaliente de una prueba de fuego como es un personaje de este calibre.
El atormentado Brick tiene el buen porte de Andreas Muñoz, una grata sorpresa, porque es un personaje que sabes que va a estallar de un momento a otro y esa aparente pasividad inicial explota sobre todo en el enfrentamiento con su padre, donde expone su dependencia al alcohol y el doloroso recuerdo de su fallecido amigo cuya relación tiene una naturaleza de cierta ambigüedad. Muñoz afronta todos estos matices con aplomo y seguridad, creando un Brick vulnerable pero fuerte a la vez.
La veteranía de Juan Diego y Alicia Sánchez es un regalo para los espectadores, con diálogos explícitos que son hirientes unos y contundentes otros, en donde juega un factor fundamental la preferencia por Brick en detrimento de su hijo mayor Gooper y su fértil esposa Mae (interpretados por José Luis Patiño y Marta Molina respectivamente) los cuales son el ejemplo de la ambición material y de la falta de escrúpulos (sobre todo Mae) a la hora de defender lo que ella considera que en el futuro será suyo y de su marido. Una verdad oculta desvelada finalmente sobre la salud del personaje de Juan Diego proporciona unos momentos de tensión corales en el tramo final de la obra que ahonda en esa atmósfera asfixiante que se vive dentro de la casa a pesar del manto de lluvia que cae en esos momentos.
Esta producción de Una gata sobre un tejado de zinc caliente está hecha con oficio, fuerza y la contundencia que el texto de Tennessee Wlliams se merece y sus implicados son conscientes de ello, de ahí el unánime aplauso del público al acabar la función.
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