La carrera como director del actor Kenneth Branagh es muy variada, abundando las adaptaciones de textos, ya sean cuentos, obras de teatro de Shakespeare y Anthony Shaffer, o novelas. Su última película detrás y delante de las cámaras ha sido una nueva versión de Asesinato en el Orient Express, una de las más famosas historias salidas de la mente de la dama del misterio Agatha Christie.
Un servidor, haciendo una reflexión personal, considera que Branagh ha tenido en cuenta la alargada sombra de la joya que es la versión que dirigió en 1974 Sidney Lumet, y ha querido contar lo mismo de manera diferente. Sin embargo, esto le ha hecho incurrir en varios errores. El más grave no es el de adjudicarse el papel del detective Hercule Poirot, sino que en el guión escrito por Michael Green (Blade Runner 2049), el citado célebre personaje se erija en la estrella de la función robando minutos y protagonismo al resto de los actores, aunque algunos de ellos consiguen tener su momento de gloria.
Esto se evidencia desde los diez primeros minutos de la película, con un caso que el detective belga resuelve antes de subirse al famoso tren y que quiere evidenciar su capacidad deductiva. Esto no es obstáculo para alabar la interpretación de Branagh (que conste que un servidor no comparará en ningún momento la citada anterior versión cinematográfica, sino la adaptación del texto de Christie).
Como director Branagh ha querido innovar sin perder la esencia, de ahí que destaque el vestuario de Alexandra Byrne (la cual debutó en el cine precisamente de la mano de Branagh con su versión de Hamlet), la música del gran Patrick Doyle, colaborador habitual de Branagh desde Enrique V (1989), así como la fotografía del chipriota Haris Zambarloukos, quienes trabajan juntos desde La huella (2007). Todo contribuye a crear una lograda atmósfera que se rompe por decisiones, como los planos desde arriba, que chirrían un poco. De igual manera (sin hacer spoiler) le ha querido dar tanta solemnidad y tanta teatralidad al momento de la resolución del caso, muy distinto al de la novela en cuanto a ubicación y acciones de los personajes, con una concretamente de Michelle Pfeiffer en ese momento, que ha rozado lo pretencioso y lo trascendental, e incluso cuando se muestra el crimen se le va la mano, teniendo en cuenta que la novela da pie a poder fabular porque no describe el asesinato, sólo cómo se cometió en cuanto al plan y al arma utilizada y por quién.
Como director Branagh ha querido innovar sin perder la esencia, de ahí que destaque el vestuario de Alexandra Byrne (la cual debutó en el cine precisamente de la mano de Branagh con su versión de Hamlet), la música del gran Patrick Doyle, colaborador habitual de Branagh desde Enrique V (1989), así como la fotografía del chipriota Haris Zambarloukos, quienes trabajan juntos desde La huella (2007). Todo contribuye a crear una lograda atmósfera que se rompe por decisiones, como los planos desde arriba, que chirrían un poco. De igual manera (sin hacer spoiler) le ha querido dar tanta solemnidad y tanta teatralidad al momento de la resolución del caso, muy distinto al de la novela en cuanto a ubicación y acciones de los personajes, con una concretamente de Michelle Pfeiffer en ese momento, que ha rozado lo pretencioso y lo trascendental, e incluso cuando se muestra el crimen se le va la mano, teniendo en cuenta que la novela da pie a poder fabular porque no describe el asesinato, sólo cómo se cometió en cuanto al plan y al arma utilizada y por quién.
En cuanto a los actores, es una pena no disfrutar más minutos de veteranos como Judi Dench o Derek Jacobi, cuando hay otros que no logran una interpretación convincente, como Josh Gad o el propio Johnny Depp. Daisy Ridley sí consigue destacar como Mary Debenham, así como Tom Bateman en el papel de Bouc, al cual aporta frescura y fuerza. Penélope Cruz hace lo que puede con el texto que le ha tocado, aunque matiza bien el carácter delicado y la influencia de la religión de su personaje. La citada Michelle Pfeiffer despliega toda su experiencia y confirma su triunfal regreso al cine que ya constató con su interpretación en Madre!, de Darren Aronofsky. Y a Willem Dafoe también se le podía haber sacado más partido. Pero el personaje que más choca es el conde interpretado por Sergei Polunin, sin apenas diálogos y violento sin venir mucho a cuento, así como cambios de nacionalidades de algunos personajes.
La película es digna y, a pesar de sus defectos, tiene ingredientes para entretener, sobre todo a los que no hayan visto la anterior versión o leído la novela, ya que no llega a descarrilar. Lo que sí demuestra es que la obra de Agatha Christie sigue siendo muy atractiva para los cineastas en la actualidad como demuestra la casi segura filmación de una nueva versión de Muerte en el Nilo dirigida y protagonizada de nuevo por Branagh, de lo que hay un guiño al final del filme que nos ocupa, pero mal hecho por cómo se desarrolla esa historia concreta, así como La casa torcida, novela de Christie sin Poirot ni Miss Marple pero con una trama espectacular,
muy buena pinta, a juzgar por el trailer, y que ya se ha estrenado en el extranjero.
muy buena pinta, a juzgar por el trailer, y que ya se ha estrenado en el extranjero.
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