jueves, 30 de noviembre de 2017

"En realidad, nunca estuviste aquí": Dura, fuerte y seca

Las palabras que titulan esta crítica podrían aplicarse a una bebida, pero se ajustan perfectamente a la película sobre la que trata. En realidad, nunca estuviste aquí es corta en duración pero contundente en su contenido. La directora escocesa Lynne Ramsay ofrece, tras la controvertida Tenemos que hablar de Kevin (2011) ofrece en su nuevo filme, el cuarto de su carrera, donde también ejerce de guionista y coproductora, una historia sin concesiones.

Muchas veces hemos presenciado la bajada a los infiernos de un personaje. Sin embargo, en esta ocasión, tomando como base la novela de Jonathan Ames, Ramsay nos muestra a un personaje protagonista que ya está en el infierno y, por los flashbacks que nos presenta de su infancia, da a entender que desde hace bastante tiempo.

Ramsay le regala a Joaquin Phoenix un personaje de los que marcan al que se lanza a tumba abierta: Un hombre sin rumbo en la vida con cicatrices externas e internas consecuencia de un duro pasado que recibe encargos que sirven para enseñar la parte corrupta de una sociedad enferma. 

Phoenix, en opinión de un servidor, está glorioso y merecidamente fue premiado en el Festival de Cannes (al igual que Ramsay por el guión). Ha demostrado ser un actor nada al uso, que se arriesga y gana. Tras una carrera iniciada de niño en la televisión (en capítulos de Se ha escrito un crimen o Canción triste de Hill Street) ha construido una sólida trayectoria con directores como Gus Van Sant (Todo por un sueño, 1995), Spike Jonze (Her, 2013), Paul Thomas Anderson (The Master, 2012 y Puro vicio, 2014) o Woody Allen (Irrational man, 2015), por no hablar de su portentoso Commodus en Gladiator (Ridley Scott, 2000) donde eclipsaba a Russell Crowe, por mucho Oscar que este se llevara.

En realidad, nunca estuviste aquí es un filme nada complaciente, donde la violencia en varias de sus manifestaciones es mostrada a veces de manera muy gráfica y otras, muy pocas, sutil, por ello, es muy curioso el uso de una canción de tono romántico, parece ser de los años sesenta, para contrastar momentos duros. También destaca el uso, en varias ocasiones, de las cuentas atrás, con muchos y diversos significados que el espectador puede interpretar de manera distinta así como el plano fijo final. 

El filme está muy bien secundado por Alessandro Nivola, cuyos inicios están ligados a Phoenix, ya que trabajó con él en El secreto de los Abbott (Pat O'Connor, 1997), Alex Manette (quien ya trabajó con Ramsay en Tenemos que hablar de Kevin) y la veterana actriz de culto Judith Roberts (formó parte de Cabeza borradora de David Lynch), quien interpreta a la madre del personaje de Phoenix y conforma con él varias de las mejores escenas de la película, unas tiernas, otras violentas, otras simbólicas, pero inolvidables todas ellas. Por su parte la actriz rusa Ekaterina Samsonov da muestras de un buen nivel en un filme con más actos que palabras, más miradas que diálogos, aunque los que tiene son certeros para el tono de la historia. Lo bueno de esta película es que parece que va a ofrecer más de lo mismo pero da un giro en el momento justo para que el espectador se enganche y no se suelte.

En definitiva, estamos una película que, guste o no, no deja para nada indiferente y cuya cosecha de premios debería ser mayor con el paso del tiempo. 

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