Contar una historia se puede hacer de varias maneras y muchas veces encajar las piezas puede no dar el resultado esperado. En el caso que nos ocupa ocurre, en opinión de un servidor, de una manera evidente y con una agridulce sensación. La directora y guionista Naomi Kawase, una de las voces más potentes del cine japonés actual con títulos como El bosque del luto (2007) o Aguas tranquilas (2014) y que regaló a los espectadores una delicia, Una pastelería en Tokio (2015), no ha sabido en su nuevo filme, Hacia la luz, conectar dos historias con mucho potencial y emocionantes en algunos momentos. Su calidad como guionista, como creadora de historias, no se cuestiona, pero en esta ocasión se equivoca al unir dos que, como titulo en la crítica por separado y más desarrolladas hubiesen dado como resultado dos películas magníficas.
La trama principal es la de la relación que se establece entre una guionista de películas para invidentes y un fotógrafo con visibilidad mínima que asiste a las proyecciones previas de los audiocomentarios creados por ella. Kawase se sirve de dos actores sólidos como Masatoshi Nagase, ya presente en el citado anterior filme de la directora, y Ayame Misaki para interpretar a la pareja consiguiendo momentos de gran emoción gracias a frases logradas como "Es mi corazón" refiriéndose él a su cámara, e imágenes visualmente hermosas donde la fotografía juega un papel fundamental aparte de hacer una reflexión metacinematográfica y metafórica con el filme que se proyectará.
Kawase también crítica la insolidaridad de la sociedad de su país relacionada con un accidente que él sufre y hace hincapié en la importancia de los sentidos cuando se carece de otro, en este caso la visión, dando lugar a logrados momentos donde se valora el tacto o el oído. El personaje de Misaki también destaca por su limpia y expresiva mirada, su sensibilidad ante las críticas por los defectos que le hacen ver en su trabajo y su capacidad para ponerse en los zapatos del fotógrafo. Por otro lado, la historia familiar de ella, con un padre fallecido y una madre que no recuerda prácticamente nada viviendo en el pasado es igual de conmovedora. Incluso llegó a emocionar a un servidor en la parte final de esa historia donde cobran un gran protagonismo los recuerdos de una infancia añorada.
De igual modo se transmite muy eficazmente el desasosiego de la vida diaria de alguien que prácticamente ya no ve, pero que se aferra a esas imágenes borrosas como el último hilo que le une al mundo que conoció cuando veía, algo que Nagase transmite a la perfección.
Kawase también crítica la insolidaridad de la sociedad de su país relacionada con un accidente que él sufre y hace hincapié en la importancia de los sentidos cuando se carece de otro, en este caso la visión, dando lugar a logrados momentos donde se valora el tacto o el oído. El personaje de Misaki también destaca por su limpia y expresiva mirada, su sensibilidad ante las críticas por los defectos que le hacen ver en su trabajo y su capacidad para ponerse en los zapatos del fotógrafo. Por otro lado, la historia familiar de ella, con un padre fallecido y una madre que no recuerda prácticamente nada viviendo en el pasado es igual de conmovedora. Incluso llegó a emocionar a un servidor en la parte final de esa historia donde cobran un gran protagonismo los recuerdos de una infancia añorada.
De igual modo se transmite muy eficazmente el desasosiego de la vida diaria de alguien que prácticamente ya no ve, pero que se aferra a esas imágenes borrosas como el último hilo que le une al mundo que conoció cuando veía, algo que Nagase transmite a la perfección.
En resumen, el guión, falla por las razones antes expuestas, y este filme es otro ejemplo evidente de lo que pudo ser y no fue teniendo un material tan rico y potente, todo ello sin restar méritos a Naomi Kawase detrás de las cámaras y sus elogiados, con razón, trabajos anteriores.
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