lunes, 3 de septiembre de 2018

"Mamá y papá": Y los clichés volaron por los aires

Hay cineastas que son plenamente conscientes de las películas que dirigen. Lo que desean hacer es entretener sin pretender que el filme en cuestión sea un clásico, porque, primeramente, se nota que a veces el presupuesto es limitado o incluso también el género que estén tratando. Así las cosas suplen el dinero con el ingenio y aportan ideas nuevas o variaciones sobre lo trillado mil veces.

Este parece ser el caso del director y guionista Brian Taylor, quien, en su carrera, hace cine puramente comercial, con aroma a serie B, pero siendo consecuente. Lo demostró con las dos películas de Crank protagonizadas por Jason Statham donde daba un nuevo toque al cine de acción y lo vuelve a hacer ahora con el cine de terror en Mamá y papá dando la vuelta a varios clichés. El de base es el de convertir a los padres en asesinos de sus propios vástagos dando así un giro a la tradición de que sean los más inocentes en apariencia los causantes de mortales maldades desde la época de La mala semilla (Mervyn LeRoy, 1956) con la aportación española de ¿Quién puede matar a un niño? (Narciso Ibáñez Serrador, 1976) como ejemplo de esta premisa llevada al extremo sentando un sólido precedente.

En Mamá y papá también hay en los títulos de crédito un deseo de homenajear al cine y a la televisión de los 70 y 80 a la vez que introduce la típica urbanización americana idílica con la cámara acercándose a las casas como ocurría  por ejemplo, en la cabecera de las dos primeras temporadas de Knots Landing. California (1979-1993), el exitoso spin off de Dallas. Estas urbanizaciones de ensueño, que Sam Mendes ya dinamitó en la magnífica American Beauty (1999) son de nuevo el escenario para, en esta ocasión sembrar el terror sin dar una explicación lógica.

Taylor ofrece una película extrema, sin contemplaciones y que, incluso, está rodada de manera no convencional. Esa brutalidad es algo que hace destacar a este filme sin que sea una maravilla, sino un producto de consumo rápido para que el espectador pase el rato viendo algo insólito y con sorpresas.  

En menos de hora y media el espectador asiste a un espectáculo apocalíptico que va de lo general a lo concreto, de una ola masiva de muertes que rompen la paz inicial a localizar el foco de atención en un solo hogar, después de asistir a inquietantes escenas, como la que se desarrolla en un hospital donde nace un niño.

En la mencionada casa, que se nos ha presentado previamente, es donde viven su particular infierno una adolescente y un niño a manos de los padres que encarnan Nicolas Cage y Selma Blair. Aquí es donde se evidencia una cosa que ya se ve desde hace tiempo: lo perdido que está Cage, no sólo por el chorreo de películas que hace sino sobre todo por la evidente carencia de cualidades interpretativas que parece que que se las ha ido por el camino. El sobrino de Francis Ford Coppola que, no se olvide, tiene un Oscar por Leaving Las Vegas (Mike Figgis, 1995) y que protagonizó taquilleras y estimables películas de acción como La Roca (Michael Bay, 1996) o Con Air. Convictos en el aire (Simon West, 1997) está en una permanente sobreactuación en un filme en el que el diálogo no es lo que prima. Y eso canta más cuando Blair hace una actuación decente por lo que queda más en evidencia.

Cage aparte, Mamá y papá tiene todos los ingredientes para ser, aunque el tiempo lo dirá, una película de culto. Es tan desenfadada y descarada además de bruta que no esconde su calificación B por ningún lado ni su espíritu palomitero. Un servidor no afirma que se esté ante una película trascendental ni mucho menos pero sí honesta con sus intenciones y con una vocación innovadora que no se le puede negar.  

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