Antes de hacer la crítica de La leyenda de Sleepy Hollow de la Compañía Teatrasmagoria (cuarto en su trayectoria tras, cronológicamente, las logradas adaptaciones de Canción de Navidad, de Charles Dickens, El fantasma de Canterville, de Oscar Wilde y El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Robert Louis Stevenson), un servidor no puede evitar comenzar contando una experiencia personal.
Cuando se estrenó la película Sleepy Hollow (Tim Burton, 1999) un servidor quedó fascinado por lo que vio, pero al poco tiempo comenzó a estudiar Filología Inglesa y en una asignatura del quinto año de carrera sobre literatura americana tuvo que leerse el relato de Washington Irving en el que el mencionado filme y otros muchos se inspiran. Con la película de Burton en la cabeza la lectura resultó una sorpresa porque Burton cogió personajes del texto e hizo su propia versión, totalmente libre, sobre la historia, la cual ahondaba (en el filme se entiende) en el origen de un jinete sin cabeza que cometía crímenes.
El relato de Irving no tiene componentes truculentos y eso es lo que han tenido en cuenta los responsables de Teatrasmagoria, ya que narran en escena el texto base. Por ello un servidor advierte al espectador que vaya a ver el montaje teatral, que estará en el Teatro La Fundición de Sevilla hasta el 4 de enero, que no verá nada parecido a lo que Tim Burton creó, muy bien por cierto, pero dejando volar totalmente su imaginación.
Teatrasmagoria, con La leyenda de Sleepy Hollow, hace, además, un emotivo homenaje a los denominados cómicos de la legua, a los que Fernando Fernán-Gómez hizo protagonistas de la maravillosa película El viaje a ninguna parte (1986) ya que se verá a un grupo de estos profesionales, amantes de su profesión, poner en escena el texto de Irving con el encanto de ver la trastienda de esos espectáculos hechos con ilusión pero con métodos precarios con los que recorrían los pueblos para alegrar la vida durante en tiempos de miseria y lamentos.
Los miembros de Teatrasmagoria como los personajes de La leyenda de Sleepy Hollow Lola Montiel |
Todo ello es mostrado con verosimilitud gracias a la creatividad de Mar Aguilar (productora de la Compañía junto a Néstor Barea) encargada del diseño del vestuario y de la escenografía con un carromato muy logrado de donde salen manualmente los distintos escenarios, de naturaleza multiusos y eficaz.
Barea es el responsable de firmar la versión y de dirigir la obra, además de actuar. Pero, en lo referente a la primera labor mencionada, hay que alabar su visión siempre puesta en que es un espectáculo infantil y familiar. Por ello, ante una base como es el texto de Irving con una historia sencilla que tiene su parte más potente en el tramo final, Barea centra su atención en la creación del ambiente misterioso y de improvisación por parte de la compañía, en la relación de los actores y en la presentación de los personajes de La leyenda del Jinete sin Cabeza de Sleepy Hollow. Además está el aliciente de añadirle fragmentos al verso un buen modo de hacerlo conocer a los más pequeños. Por todo lo mencionado es imposible que no se haga referencia al aspecto interpretativo ya que ese juego de teatro dentro del teatro no es posible que sea verosímil si los actores no están bien, y el cuarteto de actores es de primera.
Barea es el encargado de encarnar a El viajero en la compañía de cómicos y a Brom Bones, entre otros personaje. Su ductilidad y facilidad para cambiar de registro es muy destacable, pasando de un niño a un hombre brabucón como era Bones con absoluta facilidad y a otros personajes, que un servidor no desvela, pero que sirven para mostrar el carácter miedoso del protagonista de la historia, Ichabod Crane, al que da vida Nacho Bravo, con unos componentes de caracterización y de trabajo corporal que definen muy bien al personaje rival del de Barea.
Bravo, al que uno recuerda su lograda modulación de voz para dar vida al señor Scrooge de Canción de Navidad de Dickens, hace un completo trabajo en todos los sentidos en total sintonía con sus compañeros. Gina Escánez es otra gran actriz que forma parte de este montaje, donde da vida a Cornelia Van Tassel pero también a la actriz veterana, cuyo comportamiento contrasta con el de la actriz que interpreta Celia Vioque quien, con su frescura, a su vez, da vida a Katrina Van Tassel, el interés amoroso de Ichabod y Brom.
Entre ambas hay una especie de choque cuando interpretan a las actrices de la compañía itinerante, y un servidor atisbó, sobre todo en un momento determinado relacionado con el ritmo de una música, una especie de rivalidad que le recordó un poco a las actrices de Eva al desnudo (Joseph L.Mankiewicz, 1950) sobre todo por una mirada de Escánez.
Hablando ya del conjunto, la compenetración de los cuatro actores es total y logran un resultado muy completo que se complementa con la música y las canciones de José Jiménez, las cuales sirven para presentar a los personajes y dan lugar a la soltura y el ritmo de los actores en escena para disfrute de los espectadores
Con La leyenda de Sleepy Hollow Teatrasmagoria, manteniendo su esencia siempre, da a conocer la real naturaleza del relato que Washington Irving publicó en 1820, sin momentos siniestros pero con la duda de la naturaleza real o irreal del Jinete sin Cabeza en el ambiente, y ofrece un retrato de un colectivo de profesionales muy entrañable que arrojaba luz a un panorama sombrío.
Entre ambas hay una especie de choque cuando interpretan a las actrices de la compañía itinerante, y un servidor atisbó, sobre todo en un momento determinado relacionado con el ritmo de una música, una especie de rivalidad que le recordó un poco a las actrices de Eva al desnudo (Joseph L.Mankiewicz, 1950) sobre todo por una mirada de Escánez.
Hablando ya del conjunto, la compenetración de los cuatro actores es total y logran un resultado muy completo que se complementa con la música y las canciones de José Jiménez, las cuales sirven para presentar a los personajes y dan lugar a la soltura y el ritmo de los actores en escena para disfrute de los espectadores
Con La leyenda de Sleepy Hollow Teatrasmagoria, manteniendo su esencia siempre, da a conocer la real naturaleza del relato que Washington Irving publicó en 1820, sin momentos siniestros pero con la duda de la naturaleza real o irreal del Jinete sin Cabeza en el ambiente, y ofrece un retrato de un colectivo de profesionales muy entrañable que arrojaba luz a un panorama sombrío.
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