miércoles, 16 de enero de 2019

"El vicio del poder": Christian Cheney

Actores hay de todos las clases pero a un servidor le fascinan aquellos que muestran una auténtica versatilidad desde sus inicios y si encima ofrecen unos cambios físicos espectaculares e incluso extremos es ya una mezcla explosiva. Christian Bale pertenece a este tipo de actores y es una de las bazas principales de El vicio del poder su segunda colaboración consecutiva con Adam McKay tras La gran apuesta (2015).

McKay, prolífico donde los haya, siendo director, guionista, actor y productor, se sirve de la capacidad camaleónica de Bale para que dé vida de manera asombrosa a Dick Cheney, quien fuese vicepresidente de Estados Unidos durante el mandato de George W. Bush, y por lo tanto pieza clave en las decisiones tomadas tras el lamentablemente histórico 11-S

El vicio del poder es una película literalmente política que recorre más de cincuenta años de la historia de la primera potencia mundial a través del personaje de Cheney y su actividad, valga la redundancia, política, en los gobiernos de Nixon o Ford, donde ocupó puestos relevantes hasta ser vicepresidente, un cargo que desempeñó con una astucia maquiavélica para demostrar sus dotes de persuasión y de que era, como se suele decir, el que cortaba el bacalao en cuanto a la toma de decisiones importantes, ninguneando en muchas ocasiones a Bush.

El guión del propio McKay peca un poco de exceso de información sobre política interna estadounidense que hizo perderse en algunos momentos a un servidor, pero esto se compensa con las actuaciones. Bale se está ganando con derecho propio que sea considerado el actor con mayor número de transformaciones físicas en el cine de los últimos años: del atlético protagonista de American Psycho (Mary Harron, 2000) a la extrema delgadez en El Maquinista (Brad Anderson, 2004) o el barrigudo personaje de La gran estafa americana (David O.Russell, 2013), película que suponía su segundo trabajo con el director de The Fighter (2010) por la que ganó un merecidísimo Oscar, (al igual que Melissa Leo) con una nueva transformación física y una buena compenetración con Mark Wahlberg. Un servidor aclara que las transformaciones de Bale las valora porque se complementan perfectamente con unas cualidades interpretativas potentes. 

El vicio del poder supone también el reencuentro de Bale con Amy Adams tras las dos películas de Russell mencionadas y de Adams con McKay, ya que trabajó con él en Pasado de vueltas (2006), uno de los varios filmes que McKay hizo con Will Ferrell

La interpretación de Adams como la mujer de Cheney es otra muestra del talento de la actriz nacida en Italia que también va a más conforme avanza en su carrera y a la que un servidor deslumbró sobre todo desde que le vio en La Duda (John Patrick Shanley, 2008). En El vicio del poder demuestra la fuerza de una mujer detrás de un poderoso hombre y se muestra segurísima en un personaje que se ve perjudicado (en una apreciación personal) con una caracterización no tan lograda como la de Bale, teniendo en cuenta que los personajes van de la mano desde el principio (y envejecen lógicamente).

Sam Rockwell da otra clase de interpretación dando vida a George W. Bush, caracterización aparte, y es donde se muestra la carga irónica del filme, con un personaje que se muestra fácilmente manipulable (en una escena extraordinaria, una de las mejores). El último ganador del Oscar al Mejor Actor Secundario, por la potentísima en muchos aspectos Tres anuncios en las afueras (Martin McDonagh, 2017) lo borda. Y Steve Carell, en otra muestra de su gran potencial interpretativo e ir más allá de la comedia pura y dura, da vida a Donald Rumsfeld. A ellos hay que sumar las interpretaciones de Lily Rabe (al que un servidor ve por primera vez fuera del universo televisivo de American Horror Story) y Alison Pill, para añadir matices familiares importantes a la vida de Cheney, sin abandonar nunca su conexión con la política

La labor de los actores hacen de El vicio del poder un filme mucho más llevadero por un guión lleno de mucha información, ingeniosos recursos narrativos (la identidad del narrador de la película es un juego hasta el final muy bueno) y mucha guasa, ya que traza una crítica mordaz a los políticos estadounidenses y que, en opinión de un servidor, en el final verdadero y definitivo (los que la hayan visto sabrán a qué se refiere esta frase) hay un claro mensaje a Trump de lo que Hollywood es capaz de hacer si en algún momento alguien toma las riendas de una película sobre su figura, y atención a la canción de los créditos finales (y se reitera, con motivo, definitivos),  elegida con mucha intención y perteneciente a uno de los mejores musicales que se han hecho nunca. 

Volviendo al título de la crítica, El vicio del poder puede ser una gran ganadora de Oscars y uno de ellos, con el permiso de Rami Malek tendría que ser para Christian Bale (o compartido sería más justo), porque un servidor no vio nunca al protagonista de El truco final (Christopher Nolan, 2006) sino a Dick Cheney gracias a un trabajo sin mácula con respecto a modulación de voz, gestos, y caracterización con kilos de más, alrededor de veinte a base de tartas si un servidor no está mal informado. Eso es entregarse a un personaje a conciencia. Pero, un servidor repite porque ha presenciado casos, si no se tienen grandes dotes interpretativas esto no sirve de nada y Bale las tiene de sobra.

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