viernes, 1 de febrero de 2019

"El blues de Beale Street": Potencia desaprovechada

Frustración. Esa es la palabra que definiría la sensación de un servidor al salir de ver El blues de Beale Street, la nueva película de Barry Jenkins. El director de la oscarizada Moonlight (2016), con polémica y ya histórica confusión de sobres incluida, ha adaptado la novela escrita por James Baldwin en 1974 y el resultado, desde un punto de vista personal, es decepcionante.

Las razones para que un servidor se exprese así sobre este filme son varias. Pero, para empezar por lo que más le chirrió, es la sensación de que el director tuviese en las manos temas contundentes como racismo, crimen con aparente falso culpable y una historia de amor y hace una película de tono plano aplastante.

Si se echa la vista atrás, los temas mencionados, combinados o por separado, han dado lugar a auténticas joyas como Matar a un ruiseñor (Robert Mulligan, 1962), modélica adaptación de la novela de Harper Lee por la que Gregory Peck obtuvo el Oscar, Adivina quién viene esta noche (Stanley Kramer, 1967) la cual supuso el segundo de los cuatro Oscar que ganó Katharine Hepburn, o acertados acercamientos a figuras clave en la lucha por la igualdad racial como Malcolm X (Spike Lee, 1992) y más recientemente Ava Duvernay trató la figura de Martin Luther King en Selma (2014) y Kathryn Bigelow consiguió una veraz aproximación a la tensión por cuestiones racistas que se vivía en los años sesenta en la espléndida y contundente Detroit (2017).

Con todos estos antecedentes, y más que se podrían citar, lógicamente, se demuestra lo que ni por asomo logra El blues de Beale Street. El filme trata sobre una pareja joven de color en los años 70 que ve cómo su proyecto vital se trastoca drásticamente por la detención del varón acusado de violar a una mujer latina. Esto es un material de primera pero Jenkins lo ha desperdiciado con escenas innecesarias, unos flashbacks que más que enriquecer la historia hacen al espectador alejarse de ella y una planificación cansina sobrando, para lo que en realidad cuenta, más de media hora y, lo que es peor, no dejando resuelto ninguno de los puntos de interés con los que el filme arranca.

Es una lástima todo lo que un servidor ha expuesto porque Jenkins muestra una hermosa historia de amor de una pareja con ilusiones, recreándose en una primera relación íntima (que parece indicar que lo es para ambos) con mucha delicadeza, ejemplificando lo que es hacer el amor literalmente.

Sin embargo ese tipo de escenas no se ven compensadas por muchas otras como un enfrentamiento entre las familias de la pareja sin que aporte nada, con un apunte desacertado de fanatismo religioso que deriva en una reacción violenta o unos retorcimientos de la protagonista debido a las patadas del feto en su interior que (y esto un servidor lo ha consultado a madres y padres) están bastante exagerados, o conversaciones en la cárcel sin emoción alguna. Las de El tercer asesinato (Hirokazu Kore-eda, 2017) siendo entre hombres tienen mucha más miga a nivel argumental y visual por ejemplo.

Además un servidor no aprecia una buena ambientación para estar situada la acción en los años 70 del pasado siglo ni tampoco el tema del racismo hostil de la época se muestra con la contundencia que un tema así debiera (unas fotos y una voz en off mal usada no sirven para nada a la hora de abordar este controvertido asunto).     

A nivel de interpretaciones un servidor se moja y considera que de cara a los Oscar, Rachel Weisz en La Favorita le da muchas vueltas a Regina King en el filme de Jenkins, estando muy bien, todo hay que decirlo, dando vida a la madre de la protagonista, la debutante en el cine KiKi Layne. Su compañero sentimental en la ficción Stephan James, no trasmite esa misma ternura, al contrario, una cara inexpresiva que lastra momentos potentes como un reencuentro con un amigo que podía haber sido emocionante y es plano absolutamente.

Pero lo que más rebota a un servidor es cómo está tratada la historia para intentar sacar de la cárcel al joven. Ese era un punto fuerte y hay una falta de conexión entre escenas aparte de la ya mencionada falta de pulso dramático que, cuando llega a la última escena, se contempla un final abierto realizado de una manera burda que deja con la sensación de haber perdido dos horas.

Un servidor, en otras circunstancias, no hubiese escrito algo tan radical (a veces incluso ha optado por no escribir) pero El blues de Beale Street promete tanto y da tan poco que no le ha quedado más remedio que dejar constancia de su descontento. Una duda ¿cuánto le habrán pagado a Diego Luna y a Pedro Pascal para aparecer en este filme?     

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