sábado, 30 de marzo de 2019

"Copenhague": Lección de física y de interpretación

Está claro que no es sólo importante el tema que trate una obra de teatro. La manera de tratarlo es un factor indispensable. Si, como en el caso de la obra de la que se va a hablar en una crítica, se va a hablar de física e historia, la dramaturgia marcará la diferencia. Desconociendo el texto y la propuesta del autor, un servidor puede afirmar que Copenhague, la obra del escritor británico Michael Frayn y de cuya versión y dirección se ha encargado Caludio Tolcachir, es una de las más complejas que ha visto.

La obra (de gira antes de hacer temporada en el Teatro La Abadía de Madrid, y que se puede ver hasta hoy en el Teatro Central de Sevilla) fue estrenada en el año 1998 en Londres y en Broadway en el año 2000 ganando tres Tonys (Obra de teatro, Director y Actriz) y en esta ocasión el trabajo de los tres actores que la interpretan es el que hace que esta obra, cuidada también a nivel técnico, salga airosa y sea atractiva para los espectadores, porque sobre el papel no es fácil.

La trama se ubica en la capital danesa en plena Segunda Guerra Mundial y centra su atención en la visita que el físico alemán Werner Heisenberg le hizo en 1941 a su profesor, el también físico Niels Bohr, y a su esposa, cuando Dinamarca se hallaba invadida durante la citada contienda bélica.

Frayn, famosísimo por su obra Noises off, de la que se hizo una muy buena adaptación al cine (Qué ruina de función) por parte de Peter Bogdanovich en 1992 encabezada por Michael Cane y Christopher Reeve, plantea en Copenhague una historia no realista a nivel formal desde la primera escena en un entorno realista y con base histórica, donde se juega con el tiempo y con los personajes, siendo los mismos todo el tiempo cambiando de estado, ya sea emocional o de otro tipo, por lo que el seguimiento de la trama no permite despiste. Lo que se acaba de mencionar se incrementa por el lenguaje científico que se usa en gran parte del texto.

La construcción de una bomba nuclear por parte de Alemania, un hecho en el que Heisenberg, está aparentemente involucrado, sirve de punto de partida para plantear asuntos como el amor a la patria, las responsabilidades ante los hechos consumados o la contraposición de ideas e ideales, todo ello impregnado de un ambiente sobrenatural que da un toque especial al principal hecho que se desarrolla y crea una especie de eterno retorno a distintos momentos de la vida de los personajes. Un servidor reitera la importancia de las interpretaciones de los actores a la hora de enfrentarse a este montaje de Copenhague.

El veterano Emilio Gutiérrez Caba, recientemente galardonado con el Fotogramas de Plata de Honor, sigue demostrando que le gusta seguir apostando por obras no convencionales. La última vez que un servidor le vio sobre las tablas fue encarnando a una de las dos versiones de Julio César en César y Cleopatra, en la que estaba acompañado por Ángela Molina, Ernesto Arias y la última ganadora del Goya a la Mejor Actriz de Reparto, Carolina Yuste, bajo la dirección de Magüi Mira. En esta ocasión da vida a Niels Bohr, enfrentándose al vocabulario y a la estructura de la obra con total desenvoltura. Al versátil y prolífico intérprete, al que un servidor también vio en Poder Absoluto de Roger Peña Carulla, donde también mantenía otro pulso interpretativo con Eduard Farelo, se le ve suelto en el escenario (más de 50 años de carrera es lo que tiene) y afronta su personaje con la seguridad del profesional, para el cual las tablas de un teatro son una segunda casa.

La réplica se la da Carlos Hipólito, otro actor que da gusto verlo en directo. Un servidor lo vio anteriormente en obras tan diferentes como la comedia El crédito junto a Luis Merlo y obras dramáticas como Todos eran mis hijos de Arthur Miller, donde era dirigido también por Tolcachir, y en Glengarry Glen Ross de David Mamet dirigido por Daniel Veronese.

Tampoco hay que dejar de señalar la labor de Malena Gutiérrez, encarnando a la mujer de Bohr, un personaje con más protagonismo del que se podría esperar en un primer momento y al que la actriz dota de una gran fuerza, la cual ya pudo comprobar un servidor en Los hijos se han dormido, la versión que Veronese hizo de La Gaviota de Chéjov.

Los tres actores hacen un impresionante trabajo abordando un texto complicado al que técnicamente la escenografía y el vestuario de la siempre eficaz Elisa Sanz y la iluminación de Juan Gómez-Cornejo y Ion Aníbal López ayudan de manera importante para dotar de ese aire misterioso e irreal que tiene la obra, la cual especula con un pasaje de la Historia de manera reiterativa y que rompe desde el principio los convencionalismos teatrales.

FOTO: MARIETA ALVAREZ

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