martes, 26 de marzo de 2019

"Dolor y gloria": Intenso sabor a Almodóvar

Hay cineastas cuya propia vida daría para una película y, además, sus recuerdos y vivencias pasadas les han marcado a fuego. Pedro Almodóvar es uno de ellos. El gran director, ganador de dos Oscar, premiado en Cannes, en los César, los Globos de Oro, los Goya, los David di Donatello y  con un gran número de galardones más, siempre ha tenido presente su pasado, bien con los cameos de su adorable madre o haciendo referencias a sus raíces manchegas como ocurría en la conversación sobre el pisto del personaje de Victoria Abril por teléfono con su madre en Átame (1989), la vuelta al pueblo de Marisa Paredes en La flor de mi secreto (1995) o Volver (2006), rodada en su mayor parte en pueblos de Castilla-La Mancha.

Todos los recuerdos del director de Hable con ella (2002), se mezclan con elementos de ficción en su último filme estrenado, Dolor y gloria, donde, más íntimo que nunca, crea un personaje protagonista, el director de cine Salvador Mallo, interpretado maravillosamente por Antonio Banderas, que tiene mucho de él. Por lo tanto, con un guión sorprendente, donde se mezclan realidad, ficción y recuerdos de una manera sorprendente, muy natural y nada liosa, Almodóvar hace balance de alguna manera de su vida y su trayectoria, que incluye homenajes a escenas de sus películas, la estética de las mismas (los colores, con unos tonos asociados a su cine para siempre) y escenas que se califican ya de almodovarianas, como la conversación en la cocina entre la criada y la amiga del protagonista.

A un servidor le ha parecido que la película tiene un tono pausado pero no lento, porque no dejan de pasar cosas y se muestran episodios de la infancia rodados en Paterna (Valencia) que son una belleza tanto por lo que se cuenta como por la luminosidad que desprenden las imágenes, obra del maestro director de fotografía José Luis Alcaine, asiduo colaborador de Almodóvar desde Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988) como también puede decirse de la sensible música del multipremiado y nominado Alberto Iglesias, presente en el universo almodovariano desde la citada La flor de mi secreto.

La historia de Salvador Mallo está llena de éxito y sinsabores profesionales y personales, reencuentros, dolores físicos (muchos) y emocionales y frustración creativa y laboral. Como se ha dicho, Salvador Mallo no es el propio Almodóvar al cien por cien pero el cine del personaje y la vida del mismo tienen mucho de él, como demuestra el hecho de que, durante los créditos finales de la película que se reestrena, rodada en los ochenta del pasado siglo (la época en la que el propio Almodóvar se dio a conocer modernizando el cine español y captando muy pronto la atención internacional) suene el tema Cómo pudiste hacerme esto a mí de Alaska y Dinarama.

Pero Dolor y gloria también es innovadora visualmente, ya que es muy novedosa la forma en la que se explica la vida y los padecimientos físicos del protagonista con una gran voz en off de Banderas. Aparte de esto, muchas manifestaciones artísticas están presentes en la película: literatura, cine (con apariciones de actores del Hollywood clásico incluidas), la pintura (que juega precisamente un papel esencial en la trama de manera inesperada) y la música, como es habitual en el cine del director de La ley del deseo (1987): Además del famoso tema ochentero ya mencionado suena la canción italiana Come sinfonia cantada por Mina, cantante indirectamente ligada al cine de Almodóvar, ya que cantó una de las versiones más famosas del tema C'est irréparable de Nino Ferrer que daría lugar a Un año de amor cantada por Luz Casal con Miguel Bosé haciendo una actuación en playback memorable en Tacones lejanos (1991). Además La vie en rose suena en un momento de baile del gran Asier Etxeandía, o el popular tema A tu vera, con Rosalía presente en una escena de lavanderas llena de un jovial costumbrismo.

En lo que respecta a los actores un servidor diría que es otro ejemplo de reparto brillante. Antonio Banderas está sencillamente sublime. Su encarnación de Salvador Mallo es de los mejores personajes de su carrera. Con gestos que recuerdan al propio Almodóvar refleja muy bien sentimientos con un repertorio de miradas a distintos personajes o en solitario que demuestra lo bien compenetrado que ha estado con el cineasta que lo lanzó en el terreno audiovisual gracias a Laberinto de pasiones (1982) y con el que casi gana el Goya con un personaje totalmente opuesto en la también sorprendente La piel que habito (2011). La composición física es tan importante como la emocional de ahí que el hecho, por ejemplo, de calzarse, diga mucho de un personaje complejo que el actor malagueño hace a la perfección y un servidor considera que puede ser candidato a muchos premios, como la propia película.

Siguiendo con los personajes que interactúan con Banderas el de Leonardo Sbaraglia es el que quizás le haya emocionado más a un servidor. Ambos personajes viven un especial reencuentro en el que afloran recuerdos, sentimientos y mucha emoción, con planos que recordaban a algunos de La ley del deseo o La flor de mi secreto. El actor argentino está perfecto en su personaje, en el tono justo para transmitir lo que se produce cuando se vuelve a ver a alguien que marcó una vida.

Por otro lado Nora Navas hace de la amiga confidente y asistente personal de Salvador en una relación donde la amistad es absoluta, a cambio de nada, un personaje sincero.

Asier Etxeandía es un capítulo aparte porque es una actor de una asombrosa maleabilidad que, en manos de Almodóvar se convierte en un ser lleno de sentimientos encontrados: hacia Salvador muestra amistad y resentimiento dependiendo del momento de la historia pero el actor brinda un momento con un monólogo teatral extraordinario que, por su experiencia sobre las tablas en obras como El Intérprete o La Avería, en realidad lo que hace es contar una historia que tiene una gran repercusión en la película.

Luego destaca la presencia de dos de las primeras chicas Almodóvar: Cecilia Roth y Julieta Serrano, ambas ya en su ópera primera Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980). Sus papeles son breves pero es una gozada verlas actuar: Roth supone un viaje cinéfilo al pasado del personaje de Banderas y también al del propio espectador ya que, además de lo mencionado de los inicios, posteriormente le hizo ganar su segundo Goya con la multipremiada Todo sobre mi madre (1999).

El caso de Julieta Serrano es particular porque hace de la madre de Salvador cuando éste ya es adulto y componen ambos unas escenas que la veterana actriz, a la que Almodóvar hizo  romper moldes con la monja protagonista de Entre tinieblas (1983), dota de ternura y dureza pero sin llegar nunca a la antipatía porque guarda cosas dentro que necesitaba decirle a su hijo. Para acabar con este tramo de la película destacar los roles secundarios pero bien aprovechados de los excelentes Pedro Casablanc y Eva Martín.

Un servidor quiere detenerse en ese pasado donde brilla con luz propia Penélope Cruz. La actriz vuelve a demostrar su maravillosa capacidad de mostrarse hermosa y absolutamente creíble con unas zapatillas, un vestido sencillo y un delantal, alejada del glamour pero con un sentimiento que hace que uno se crea que es la madre del director de joven absolutamente. Además se nota, como en el caso de Banderas, cómo Almodóvar mima a la actriz y la adora, trabajando con él por primera vez precisamente  encarnando a otra madre de un protagonista en Carne trémula (1997), continuando con Todo sobre mi madre, Volver, Los abrazos rotos (2009) y Los amantes pasajeros. Su sola presencia ya es suficiente para dotar de atractivo esta importante parte de la película que complementan la sabiduría de la gran Susi Sánchez, el siempre eficaz Raúl Arévalo y la verdad y ternura de los personajes de Salvador de niño y un albañil que supondrá un punto importante de la película y que encarnan con absoluta convicción los debutantes Asier Flores y César Vicente, que protagonizan momentos cruciales.

Con un final sorpresa que es toda una declaración de intenciones del conjunto, Dolor y gloria sabe a Almodóvar, al cine que ha hecho durante todos estos años y que ha fascinado y servido de inspiración a otros cineastas (a un servidor no se le quita de la cabeza que la famosa escena sexual de Instinto básico con el espejo en el techo Paul Verhoeven la copió de la de Átame  que en su día elogiase el mismísimo Elia Kazan y rodada tres años antes).

Dolor y gloria es Almodóvar, su cine, su sello, su genialidad en una película que un servidor considera que gana en un segundo visionado para saborearla aún más.       

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