sábado, 23 de marzo de 2019

"La Strada": Desamparados

Las fuentes de inspiración para montar  una  obra de teatro son muy dispares (obras de teatro, valga la redundancia) aparte: novelas, poemas, canciones o (y aquí entramos en materia) películas. Hace cinco años se realizó una versión teatral de la película Amantes (Vicente Aranda, 1991) dirigida por Álvaro del Amo y en la que Mario Gas, tuvo un papel importante en la consecución del proyecto. Curiosamente porque la vida rima, Gas es el director de la obra de teatro que centra esta crítica: La Strada, versión firmada por Gerard Vázquez de la obra maestra (una de muchas) de Federico Fellini estrenada en 1954 y ganadora del Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1957.

Un servidor ha de confesar de entrada que este montaje que ha recalado en el Teatro Lope de Vega de Sevilla (donde estará en cartel hasta mañana) le ha conmovido. La composición de los tres personajes protagonistas (Zampanó, Gelsomina y El Loco) está matizada de tal manera que a éste que escribe le ha sido imposible que no le embargase la pena y la melancolía. Porque es una historia de perdedores que saben que lo son, ya que la vida les ha azotado muy fuertemente y lo único que intentan es sobrevivir, malviviendo, eso sí.
Alberto Iglesias, Alfonso Lara y Verónica Echegui en la función

Mario Gas dirige con su habitual solvencia una obra TEATRAL, porque esto es TEATRO no CINE, lenguajes totalmente diferentes, por lo que un servidor considera que comparar este montaje con la película es un error, aunque es lícito tenerla en la mente si caló hondo, pero a la hora de analizar el montaje, un servidor (sin ánimo de dar lecciones ni mucho menos) considera que la comparación constante juega en contra a la hora de la valoración.

El actor y director mima a los personajes y los sitúa en una especie de limbo con respecto al lugar y a la época. No se puede identificar lo que se ve  en el escenario como neorrealismo específicamente. No hay una localización concreta pero eso ayuda a darle un valor universal a lo que se cuenta y a ello contribuye la labor de los profesionales que han contribuido a la puesta en escena. 

Primeramente la música de Orestes Gas ayuda resaltar el tono triste de lo que se va contar. Por su parte, la escenografía de Juan Sanz, nada recargada sino todo lo contrario y la precisa luz de Felipe Ramos acentúan tanto la precariedad de los personajes como la penumbra en la que viven y la luz más intensa sirve para aliviar momentáneamente, ya que aparecen sobre todo en la escenificación de actuaciones circenses. El carromato de Zampanó representa la lucha por una vida, aunque sea precaria. Curiosos también los vídeos de Álvaro Luna, de un lúgubre blanco y negro acorde con el tono de la obra y supone un juego de espejos de los propios personajes.

En cuanto a las interpretaciones un servidor siente que los tres actores de La Strada se dejan la piel para dotar de un abanico de sentimientos muy variado a sus personajes. De Alberto Iglesias, al que un servidor ha visto sobre las tablas siete veces, sólo se pueden decir cosas positivas. Siempre ha estado magnífico en obras potentes como Hécuba de Eurípides dirigido por José Carlos Plaza o De Ratones y Hombres de John Steinbeck, guiado por Miguel del Arco.

A esto hay que sumar sus colaboraciones previas con el propio Mario Gas: compartiendo escenario, como fue el caso de Largo viaje del día hacia la noche de Eugene O´Neill dirigidos por Juan José Afonso, Gas dirigiéndolo como ocurrió en la impactante Incendios de Wajdi Mouawad o coescribiendo juntos la dramaturgia de Sócrates. Juicio y muerte de un ciudadano (en donde Gas también le dirigió en parte de la gira). Todas estas experiencias hacen que haya plena confianzas entre Gas e Iglesias y este último compone al personaje de El Loco con una brillantez donde se aúna la comedia, momentos de lucidez y tragedia , además de interpretaciones musicales logradas.
Alberto Iglesias interpretando a El Loco

Alfonso Lara, al que un servidor ha visto en teatro previamente en Los hijos se han dormido, la versión de Daniel Veronese de La gaviota de Chéjov, y en Páncreas de Patxo Tellería bajo la dirección de Juan Carlos Rubio. El Zampanó que interpreta está lleno de dureza y resentimiento, dotándolo de los matices suficientes para considerarlo un auténtico desgraciado y su agresividad, mostrada en breves pero contundentes momentos determinan los acontecimientos de la obra.

Finalmente, un servidor no puede negar la grata sorpresa que ha sido ver por primera vez sobre un escenario a Verónica Echegui, aunque ya tenía constancia de su talento gracias a películas como El patio de mi cárcel (Belén Macías, 2008) o Kamikaze (Álex Pina, 2014). La manera en que interpreta un personaje de las características de Gelsomina es simplemente asombrosa. Es un personaje lleno de inocencia y resignación, con una sumisión y fragilidad muy acentuados que dejan entrever lo destrozada que está interiormente por la dura vida que ha llevado. Su dependencia de Zampanó es fruto de una desesperación vital, ya que se encuentra en un callejón sin salida. Tiene además un monólogo donde relata su pasado que a un servidor no hizo otra cosa que disparársele la imaginación sobre las barbaridades sufridas y que se callaba. Echegui interpreta de tal manera que hace que por su personaje se despertase una mayor compasión.
Alfonso Lara y Verónica Echegui en uno de los duros momentos de la obra

El maquillaje de Chema Noci y el vestuario de Antonio Belart ayudan a componer exteriormente a los personajes a los que hay que sumar la aparición de la gran Gloria Muñoz  (de grato recuerdo para un servidor al recordar su interpretación en Todos eran mis hijos de Arthur Miller que dirigió Claudio Tolcachir) de una manera no física pero que sirve para hacer conocedor al espectador del destino de uno de los personajes.

La Strada, OBRA DE TEATRO, es una función que cala porque retrata un mundo donde reina el desamparo y la desolación material y moral con unos personajes a la deriva que son a la vez una amalgama de sentimientos y un entrañable homenaje a los cómicos de la legua.

FOTOS: SERGIO PARRA

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