Hay películas que cuentan historias interesantes pero tienen un guión convencional, con lugares comunes o un desarrollo previsible. Un servidor no quiere decir que lo mencionado sea negativo pero a veces se tiene la sensación de estar viendo más de lo mismo.
En el caso concreto de la película Una cuestión de género no ocurre esto por dos factores fundamentales: La dirección de Mimi Leder y la interpretación de la actriz Felicity Jones.
Con respecto al primer aspecto referido, este filme cae en buenas manos porque Leder está curtida en muchas batallas, más televisivas que cinematográficas, siendo recordada por un servidor, por ejemplo, como una de las impulsoras de la ya mítica serie Urgencias (1994-2009) de la que fue productora ejecutiva y directora de varios episodios en sus primeros años, y ejerciendo la segunda labor también en un episodio de la decimoquinta y última temporada. Ambas funciones, o sólo la de directora, las ha seguido ejerciendo en la pequeña pantalla en series actuales como Shameless o The Leftovers (2014-2017), para muchos de auténtico culto.
En el cine ha llamado la atención por dirigir pocas películas pero de géneros tan dispares como la acción, como la acción en El pacificador (1997), protagonizada por Nicole Kidman y un George Clooney que, precisamente gracias a Urgencias, había tenido su despunte profesional, o el cine de catástrofes en Deep Impact (1998). Tras otros filmes como Cadena de favores (2000) o The Code (2009), llega, con Una cuestión de género, a la historia de la jueza Ruth Bader Ginsburg poniendo en imágenes el guión escrito por David Stepleman, sobrino, precisamente, de la propia jueza.
La película comienza en los años 50, cuando la protagonista estudiaba Derecho en Harvard y da un salto temporal hasta 1970, momento en el que llega a sus manos el caso que defenderá junto a su marido: Un caso de deducción de impuestos donde un hombre era discriminado por ser, valga la redundancia, hombre.
La narración es bastante convencional, ya que se muestra a Ruth en su juventud como una mujer responsable en los estudios, (destacando sobre la masa de compañeros varones), y ejerciendo de esposa y madre sin perder la compostura, llegando al tratamiento del referido caso judicial con un discurso final como punto álgido de la película. Todo se desarrollaría de manera algo rutinaria y trillada si no fuese, y aquí viene el desarrollo del segundo aspecto de este filme, la impecable interpretación de la actriz británica Felicity Jones dando vida a Ginsburg.
La actriz británica es una de las mejores de su generación para un servidor y ha demostrado moverse bien en géneros muy distintos: Deslumbraba y hacía una gran pareja con el oscarizado Eddie Redmayne en La teoría del todo (James Marsh, 2014), muy buena heroína de ciencia ficción en Rogue One: Una historia de Star Wars (Gareth Edwards, 2016), magnífico spin off de la saga y que enlazaba dos episodios de la misma de manera genial, y conmovió en Un monstruo viene a verme (J.A. Bayona, 2016).
En Una cuestión de género lleva el peso de la película con pasmosa solvencia, mostrando todas las facetas del personaje e insuflándole una energía que arrastra al espectador. Otra actriz menos potente hubiese hecho ciertas escenas más normales, pero la fuerza de Jones aviva el interés.
En el reparto es imposible obviar la labor del fantástico Armie Hammer. Un servidor lo descubrió interpretando a los gemelos de La red social (David Fincher, 2010) y lamentó su participación en la descafeinada Blancanieves. Mirror, Mirror (Tarsem Singh, 2012) pero su personaje en la maravillosa Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017) le volvió a cautivar. En Una cuestión de género interpreta al marido de la protagonista, mostrándose comprensivo y un total apoyo para ella. Hammer además tiene una planta y sonrisa de galán de cine clásico magnéticas y se complementa muy bien con Felicity Jones.
Por otro lado es un placer volver a ver al veterano Sam Waterston. Inolvidable junto a Robert Redford y Mia Farrow en la exquisita El gran Gatsby (Jack Clayton, 1974) o en la desgarradora Los gritos del silencio (Roland Joffé, 1984) se le vio de nuevo en la gran pantalla en El caso Sloane (John Madden, 2016) tras su exitoso y largo período televisivo en Ley y Orden (1994-2010), The Newsroom (2012-2014) y que sigue combinando protagonizando Grace y Frankie junto a Jane Fonda desde 2015. En el filme de Leder le toca interpretar a uno de los opositores directos de Ginsburg tanto en su etapa universitaria como laboral. Curiosamente, el abogado al que da vida Justin Theroux está de parte de Ginsburg pero tenía algo, una especie de hostilidad hacia ella, que a un servidor le echa para atrás.
Con una factura técnica y de ambientación correctas, (el vestuario, por ejemplo, es impecable) el salto temporal, de catorce años, un servidor lo considera excesivo, podrían haber contado algo más de la vida del matrimonio y luego tanto Jones como Hammer permanecen iguales tras el salto, mientras que su hija ha crecido, lógicamente, y han tenido otro hijo.
Una cuestión de género visibiliza a una mujer que luchó por la igualdad entre ambos sexos y en contra de la discriminación, poniendo siempre la vista en las generaciones futuras (los episodios con la hija son muy significativos, por cierto). Muestra, por otro lado, episodios domésticos cotidianos pero que son claves para entender la actitud del matrimonio cuando se hacen cargo del caso que ambos defienden.
Un servidor reitera que, aunque la película cuente la historia de un personaje trascendente en la lucha de derechos legales de hombres y mujeres, la fuerza de las interpretaciones en general y la de Felicity Jones en particular elevan varios puntos esta película, como le ocurría, salvando las distancias, a Atracción Fatal (Adrian Lyne, 1987) con la interpretación de Glenn Close.
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