sábado, 18 de mayo de 2019

"Señora de rojo sobre fondo gris": La pesadumbre de la vida

Evocar el recuerdo de alguien querido que fallece de manera prematura es un proceso doloroso. El maestro de las letras Miguel Delibes lo llevó a cabo cuando publicó en 1991 su antepenúltima novela Señora de rojo sobre fondo gris. Sirviéndose de la figura de un pintor que recuerda a su mujer, que murió con tan solo cuarenta y ocho años, el autor de obras maestras como La sombra del ciprés es alargada, El camino, Los santos inocentes o El príncipe destronado expone el dolor que le supuso perder a su propia esposa a mediados de los años setenta.

Este material tan íntimo y personal ha sido llevado a las tablas de la mano de José Sámano, un hombre unido al universo del escritor vallisoletano desde la ejemplar adaptación que hizo, junto al propio autor y Josefina Molina, de otra obra maestra, Cinco horas con Mario y que estrenó en 1979 la gran Lola Herrera, con un personaje, Carmen Sotillo, que ha retomado recientemente, de hecho se ha visto de nuevo en el Teatro Lope de Vega  de Sevilla esta temporada. Pues en el mismo teatro se puede ver hasta el domingo la adaptación de la citada novela Señora de rojo sobre fondo gris

Sámano esta vez dirige la obra, además de encargarse de nuevo de la adaptación en este caso junto a Inés Camiña y José Sacristán, el cual interpreta al personaje protagonista en un desgarrador y emotivo monólogo producido por Pentación Espactáculos, Sabre Producciones, Tal y Cual y AGM













El veterano actor, quien recuerda en el programa de mano que ya protagonizó la adaptación de la novela de Delibes Las guerras de nuestros antepasados en 1989 (producida precisamente por Sámano), hace otro monumento interpretativo demostrando la maestría con la que controla y se mueve por el escenario, además de poseer una voz que se queda grabada para siempre en la mente. Un servidor es la tercera vez que lo ve sobre las tablas tras Yo soy Don Quijote de La Mancha dirigido por Luis Bermejo y Muñeca de porcelana de David Mamet con dirección de Juan Carlos Rubio. La sabiduría de Sacristán es el resultado de su extensa carrera tanto en teatro como en cine y televisión, donde su trabajo siempre ha sido excelente y esto es algo palpable en la obra que centra esta crítica. Porque es muy difícil sostener una obra una sola persona y el protagonista de películas de gran calado social y rompedoras (tras mostrar durante años sus dotes para la comedia) como Asignatura pendiente (José Luis Garci, 1977), Un hombre llamado Flor de Otoño (Pedro Olea, 1978) o la colectiva obra maestra que es La Colmena (Mario Camus, 1982) lo hace y con una naturalidad ante la que no se puede hacer otra cosa que no sea aplaudir.

El espectador escucha sin pestañear a Sacristán en la piel del pintor Nicolás durante su estancia en un estudio en desuso, creado por Antonio Martín Burgos y portentosamente iluminado por Manuel Fuster (cada tono de luz está clavado en el momento exacto y de la forma adecuada) se van conociendo los detalles familiares del protagonista donde el peso de la figura de la mujer fallecida tiene el gran peso dramático, aunque también se incluyen pasajes que tienen que ver con el encarcelamiento de una hija por motivos políticos y teniendo en cuenta que la acción que se recuerda se desarrolla en 1975 estos hechos cobran una mayor relevancia.

Una de las mayores virtudes de la obra es la dramaturgia y la interpretación sin fisuras de Sacristán, de ahí que se pase de momentos dramáticos demoledores a pinceladas leves cómicas que no desentonan porque la narración es de tal virtuosismo que se confirma de manera absoluta la mezcla de drama y comedia que constituye la propia existencia. 

El poder interpretativo de Sacristán es de tal magnitud además, que el espectador visualiza claramente todos los pasajes que el personaje va recordando, con frases tan contundentes y poderosas como la que titula esta crítica sobre una de las virtudes de la compañera de vida fallecida: el poder aligerar esa pesadumbre con su presencia.

El personaje evoca muchos momentos en los que se rompe interiormente con pena absoluta al ver objetos, tocarlos o abrazarlos. La dulce voz de Mercedes Sampietro es un elemento determinante para conocer en mayor profundidad los sentimientos del protagonista y cuando se visualiza el cuadro al que hace referencia el título de la novela y de la obra, las lágrimas están ya asomando irremediablemente. Porque con un actor colosal como es José Sacristán se puede lograr la maravilla que es la versión teatral de Señora de rojo sobre fondo gris.  

FOTO: PENTACIÓN ESPECTÁCULOS  

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